Dicen “los animales tienen derecho a la felicidad”. Ya dijimos que los seres humanos no tienen ese derecho, lo que se les debe garantizar es “la búsqueda de la felicidad”. Lo contrario es peligroso, implica necesariamente que una autoridad imponga lo que en su opinión es la felicidad: subsidios, cocinas de inducción, supercarreteras, minas, etcétera. Solo cada individuo sabe qué es lo que a él le proporcionará “felicidad”, la sociedad debe permitirle buscarlo y forzar a que se lo permitan, siempre que eso no afecte a los demás. Entonces si los hombres no tienen ese derecho, mal se les puede conceder a los animales. Además surge una duda: ¿pueden los animales ser felices?

La palabra inglesa happiness es afín a happen, pasar, suceder, que tiene connotación de fugacidad, por eso a los latinos nos parece que no expresa ese estado de plenitud y permanencia que denotan felicitas o sus derivados en lenguas modernas. Por felicidad debemos entender una aceptación por parte del individuo de condiciones duraderas en las que puede proyectar sus propósitos vitales, algo imposible para los animales porque no tienen propósitos, “en su mundo no hay nombres ni pasado/ ni porvenir, solo un instante cierto” (Borges). Solo pueden aspirar a lo que decimos en español “contento”. El momento en que se terminan las condiciones que causan el contento, como cuando vuelven a tener hambre, este estado pasajero termina. De forma parecida, los niños pasan de estados de alegría eufórica al sufrimiento descontrolado, cuando tienen hambre o alguna contrariedad. La felicidad es un estado propio de la persona madura, consciente en algún grado del futuro.

Miremos para el otro lado: si la felicidad es un fenómeno eminentemente humano, ¿cabe decir que Dios es feliz? Salvando la tosca antropomorfización que conlleva atribuir al Ser Supremo un estado psicológico propio de la mente humana con componentes fisiológicos, pensar en que Dios, concebido en una perspectiva aristotélico-tomista, no es feliz supondría que está insatisfecho consigo mismo o con su creación. Esto significaría que es imperfecto o no omnipotente, con lo que no sería Dios, no por lo menos en dicha perspectiva. Siendo Él perfecto y por tanto su creación, ¿cómo permite el mal? Como se preguntaba Martin Buber, ¿es posible creer en Dios después de Auschwitz? Solo podemos entenderlo si le negamos la condición de feliz. Si la felicidad está referida al futuro, no interesa lo alegre y satisfecho que esté hoy, soy feliz si creo que mi vida en un plazo previsible me permitirá hacer lo que me da alegría, placer y sosiego. Para Dios tampoco existe pasado ni porvenir, vive en la plenitud de la eternidad, así que no puede ser feliz al modo humano. No podemos más que pensar en que el mal y con este la infelicidad de los hombres y el sufrimiento de los animales se insertan en una dimensión cosmológica de la creación, dentro de la cual adquieren sentido; el hombre está hecho para buscar y encontrar ese sentido. (O)