Ese es el número de días que el jueves de esta semana cumplirá Rafael Correa a cargo del gobierno. Proporcionalmente, eso significa casi la cuarta parte del total del periodo democrático iniciado en 1979. Las otras tres cuartas partes se reparten entre once presidentes, sin contar a los que apenas duraron pocos días, como Rosalía Arteaga, ni las juntas civiles-militares que vivieron unas horas. Febres-Cordero, Borja y Durán-Ballén, los únicos que habiendo sido electos lograron concluir sus periodos, ejercieron la Presidencia por 1.461 días cada uno, es decir, exactamente la mitad del tiempo del actual mandatario. En tanto que Bucaram, Mahuad y Gutiérrez, que fueron derrocados, sumaron en total 2.270 días (652 días menos que Correa), mientras que en conjunto los interinos Alarcón, Noboa y Palacio estuvieron 1.990 días en Carondelet (930 días menos que Correa).

Estos números llevan a reflexionar sobre tres aspectos. En primer lugar, acerca de las causas que explican esas diferencias. En breves rasgos, estas se sintetizan en los precios del petróleo, la dolarización, el desgaste de los partidos políticos y el fuerte liderazgo personal de Correa. De estos cuatro factores, los dos primeros son los fundamentales ya que se puede sostener hipotéticamente que si los gobiernos anteriores hubieran contado con una situación económica tan favorable como la de los últimos ocho años, seguramente habrían tenido mejores resultados, sin que se produjera el rechazo a los partidos y los derrocamientos. También se puede suponer que sin las favorables condiciones económicas posiblemente no se habría materializado el liderazgo personal, que ha sido el puntal de todo el proceso actual. Dicho de otra manera, se puede pensar que Rafael Correa –por más voluntad política que tuviera– no habría podido hacer un gobierno muy diferente a los de sus antecesores si hubiera entrado a la arena política en aquellos años.

En segundo lugar, cabe destacar que un largo tiempo de una persona en el sillón presidencial no es sinónimo de estabilidad política. Para calificarlo como tal a un periodo debe haber competencia entre varios actores (partidos, movimientos sociales, instituciones, individuos) y alternancia en los principales cargos. Solo se podrá hablar de estabilidad política cuando la agenda esté marcada por la disputa entre múltiples propuestas y no determinada por una sola voluntad (individual o colectiva). En los últimos ocho años ha habido continuidad en la Presidencia, pero sin juego político competitivo (por la propia crisis de los otros, pero también por el control eficiente desde el Ejecutivo). Por ello, queda en duda si será posible la estabilidad cuando se produzca un cambio en la Presidencia.

Finalmente, para cualquier evaluación de la gestión del actual gobierno es necesario considerar los efectos positivos que se derivan del largo ejercicio continuo de la Presidencia. Eso es importante sobre todo cuando se lo compara con los anteriores. El factor tiempo cuenta casi tanto como el factor económico. Disponer de un barril de petróleo que mantuvo un promedio superior a los sesenta dólares a lo largo de aproximadamente tres mil días es una ventaja en recursos y en tiempo. (O)