El que empata último ríe mejor (Barcelona). Y si ese empate llega a los 88 minutos las sonrisas son más amplias. Es la última sensación que deja el clásico, de lo que se termina hablando. Para quien va perdiendo en su cancha, al parecer irremediablemente, y consigue esa quimérica igualdad, le parece que lo pasan de terapia intensiva a sala común, y en dos días se va a su casa. Es como que lo están llevando al cementerio y, de pronto, el coche fúnebre pega la vuelta, lo sacan del cajón y le dicen “bájese, usted está bien”.

El pueblo amarillo se fue feliz. Aunque no debe engañarse. “El gol de Blanco levantó al público”, gritaba el narrador de una radio ecuatoriana. En realidad la gente de Barcelona se estaba levantando desde el minuto 80. Se levantaba y se iba, desencantada. No daba ni para soñar con empatar.

En la antípoda. Emelec se fue seguramente mascando la rabia de saber que lo tenía ganado y se le escapó. Y ese “ganado” significaba 70 por ciento del título. Porque era ganar afuera, haber marcado un gol que vale doble, establecer mentalmente una superioridad, ganar confianza... Todo lo que significa ganar el primer chico. Y afuera...

Ecuador es un mercado futbolístico poco atractivo para el exterior. Por eso las grandes cadenas internacionales no se interesaron en emitir la finalísima guayaquileña. Incluso hubo poquísimas señales que podían captarse a través de internet. Con el agregado de que habría decenas de miles de ecuatorianos en España, Italia, Estados Unidos y otras latitudes intentando captarlo por esa vía y se saturaba la página. Resultado: verlo por internet fue un incordio. Pero el deseo se sobrepuso y lo hicimos; a veces se congelaba la imagen, aunque en el segundo tiempo se estabilizó la transmisión y lo vimos de un viaje.

Dos finales por la corona anual entre los grandes del país es un sueño para el fútbol del Ecuador. Un Boca y River por toda la gloria (se dio una vez, en 1976). Uno quedará a un costado del camino, pero sirve para demostrar la fuerza colosal de los dos ídolos, el hecho cultural que representan en la vida nacional. El fútbol es inmensamente más que el color de una casaca, y cuando se da una ocasión tan peculiar se detiene el pulso del país. Es definitivamente bello este juego.

No fue bonito el juego; ¿qué final es hermosa...? Hay pocas; gobierna la tensión, el temor a perder prevalece sobre el deseo de ganar. Porque los clásicos son inolvidables cuando se ganan, pero siempre sobrevuela el miedo de perder y cargar esa cruz por años. Barcelona dio otra prueba de su popularidad, aunque el equipo le devolvió apenas miguitas a la gente. Nos pareció casi extraño el trámite del primer periodo, con Emelec dominando a voluntad, tocando tranquilo y con espacios en el medio. No sorprendió el gol de Mena. Brillante habilitación de Miler Bolaños (pase bochinesco al corazón del área, como cuchillo que hiere con riesgo vital). Oportunísima entrada de Mena, definición veloz ante un buen Banguera, al que vimos evolucionado, mostrando nivel de selección. Mal el cierre de los centrales. Sin atisbo postrero, sin determinación.

Era justo el parcial. Y desusadamente cómodo para una final. Barcelona dejaba venir, dejaba jugar a su eterno contendiente, sin inquietar nunca. El segundo acto mostró una reacción amarilla. Con poco juego; el silencio de su gente fue elocuencia del desaliento y las pocas esperanzas. Para peor, Emelec comenzó a encontrar huecos por donde asestar el contraataque. Y Miller, retrasado, dejó en claro que puede ser un importante orquestador de juego, metiendo bolas cruzadas ya para Mena, ya para Herrera.

Ahí, en ese insistir con escasas ideas de Barcelona, quedó patentizado que los partidos no se pueden “cerrar” hasta que no suena el último pitazo del juez. A propósito, muy buena conducción de Omar Ponce, muy sereno y equilibrado, no compró el penal que intentó inventarse Burbano, a quien debió amonestar. Es muy feo pretender obtener una ventaja de esa forma, aunque no nos sea desconocida. Si le daban el penal, esa deslealtad no la borraba ni el título.

Pensando que Barcelona era nada y que el triunfo se garantizaba apenas dejando pasar el tiempo, Emelec se fue olvidando lentamente de todo lo bueno realizado en la primera parte, tirándose de a poco hacia atrás, recostando sobre su área y sobre su arquero la tarea de quemar minutos. Y en fútbol, el que elige refugiarse atrás, tarde o temprano lo paga caro. Pasó una vez más. Con nada, con arrestos poco organizados, Barcelona lo fue complicando. Hasta arribar a un empate que lo premia. Porque aún sin una buena producción futbolística, quiso siempre, no rindió armas.

El empate refleja de nuevo la notable intuición de Ismael Blanco para el gol. Desde muy joven en Colón de Santa Fe destacó por esa familiaridad con la red. La toca y va adentro. No le cuesta lo que a otros. A despecho de un par de lesiones graves, se repuso y siguió anotando, en diversos países. Hay que tener una gran repentización para poner la cabeza tras un toque tan ligero como la “peinada” de Nazareno y anidarla en el ángulo.

Con el resultado puesto es fácil acertar para el periodista. Pero no nos gustaron ni el cambio de Mena ni el de Bolaños. Nunca se saca a los mejores, ni para que los aplaudan (salvo que el partido esté definido). Además, nadie iba a aplaudir a los atacantes azules ahí en el Monumental. Al rival no hay que quitarle preocupaciones. Que estuvieran esos dos goleadores hasta el final significaba una inquietud latente para Barcelona. Curiosamente, sin ellos en el campo, el gol de Barcelona provino de una subida de Esterilla y esa “peinada” de Nazareno, dos defensas sin preocupaciones atrás. Cuando uno quiere refrescar el equipo, lo refresca en el medio. Y cuando quiere aguantar la pelota, lo mismo. Por eso Messi no permite que lo saquen. Y tiene razón. ¿Para qué...? ¿Para jugar diez minutos menos...? ¿Y si en ese lapso hay un gol adversario y es preciso volver a la carga...? En ese caso Leo va a estar tomando agua en el banco.

El balance dice que Emelec fue superior. Pero Barcelona quedó vivo... El domingo estaremos en el Capwell para vivirlo de adentro.

El empate refleja la notable intuición de Ismael Blanco para el gol. Desde muy joven en Colón de Santa Fe destacó por esa familiaridad con la red.