Dicen que en los últimos meses menudearon las entrevistas y los artículos sobre Patrick Modiano, lo que hacía prever que sería el ganador del Premio Nobel de Literatura. Ciertamente no era un escritor desconocido, había ganado los premios de novela de la Academia Francesa y el Goncourt. He topado a algunas personas que lo han leído, connoisseurs que me mostraron ejemplares de obras de Modiano que estaban revisando. Con ellos recordamos la película Lacombe Lucien, de la que el nuevo nobel era autor del guion junto con el director Louis Malle. En Ecuador sí se pasaba buen cine hace 40 años... Ese filme y toda la obra de Modiano está marcado por una situación oscura: el colaboracionismo.

Tras la derrota de las fuerzas francesas a manos de Alemania, se instaló un gobierno en la ciudad de Vichy presidido por el héroe Philippe Petain. Este régimen pasó rápidamente de la contemporización a la absoluta obsecuencia con los nazis. Entre otros vergonzosos sometimientos estuvo la entrega de 200 mil judíos, casi todos terminaron en las cámaras de gas. El dolor de la circunstancia se multiplicaba por el significativo número de franceses que colaboraban activamente con la dictadura nacional socialista, a veces en las peores tareas. No faltaron judíos que asumieron este infame papel, entre ellos el padre de Modiano. Esta herencia maléfica tiñe toda su obra con colores de culpabilidad y anonadamiento. Este sentimiento se agranda al coincidir con el de Francia como país, que no olvidará jamás la mancha del masivo colaboracionismo, que no se borra a pesar de la honrosa acción de la resistencia interna y de las fuerzas de la “Francia Libre”.

Esta combinación de literatura y colaboracionismo me lleva irresistiblemente a evocar a los escritores franceses que se alinearon con los nacionalsocialistas. Fueron algunos y no los menos talentosos, tales como Louis-Ferdinand Céline, Paul Morand o Henry de Montherlan. Los escritores, especialmente los narradores, suelen caracterizarse por su resistencia a las tiranías y en general al poder. Pero en las aciagas décadas de los años treinta y cuarenta, en Europa se vio a importantes figuras literarias tomar el partido de los “malos”. ¿Qué los llevó a tan brutal equivocación? No parece haber sido el ansia de poder o fortuna. En muy pocos casos los prejuicios ideológicos fueron determinantes. Más suelen pesar los resentimientos personales, aunque tampoco lo explican todo. La fanfarria patriotera y voluntarista del fascismo los atrajeron, proporcionándoles sensaciones emocionantes que la república no ofrece... es otro factor parcial. Tratándose de personajes públicos, tras la caída de la dictadura, la gente fue particularmente dura con ellos. Celine decía que no era la colaboración lo que no le perdonaban, sino el éxito de su novela Viaje al fin de la noche. En algunos casos, como en el del escritor Robert Brasillach, se llegó al fusilamiento, tras juicios que, dadas las circunstancias, no se caracterizaban por su imparcialidad. Tengan cuidado, la vergüenza de los arrepentidos suele ser más peligrosa que el rigor de los que no cedieron.