La política ecuatoriana siempre tuvo una fuerte dimensión local, provincial y regional. Usualmente, los presidentes se vieron condicionados por lo que ocurría en aquellos otros espacios y estuvieron obligados a responder prioritariamente a los intereses de grupos y autoridades de esos niveles. Así, fueron perdiendo la capacidad de enfocarse en la obtención de objetivos de alcance nacional, lo que explica en gran medida –aunque no totalmente– la ausencia de políticas de largo plazo y de cobertura nacional.

Esa situación cambió desde el año 2007. El factor fundamental fue la crisis política y el surgimiento de un fuerte liderazgo que, a pesar de su carácter personalista y caudillista, trasciende los límites regionales y provinciales. La favorable situación económica hizo su aporte al poner a disposición del gobierno una enorme cantidad de recursos con los que podía no solamente responder sino incluso adelantarse a las demandas de provincias, cantones y parroquias. No faltaron quienes llegaron a imaginar que con este hecho se había acabado para siempre la incidencia de lo territorial y pregonaron el fin del regionalismo que caracterizó a toda la historia previa.

Pero, algunos hechos de los últimos meses demuestran que esa característica no se había perdido y que solamente estaba oculta detrás de un fenómeno pasajero. Los resultados de la elección de febrero de este año fueron una primera señal del retorno de las localidades y, sobre todo, de la reaparición de la ruptura con la dinámica impuesta desde las instancias nacionales. A esto le siguió la reunión de alcaldes y prefectos en Guaranda que, entre otras metas, buscaba agrupar a las áreas más pobladas del país bajo un conjunto de propuestas y acciones que hicieran contrapeso al Gobierno nacional. Este respondió con otra reunión, conformada en su mayoría por integrantes de las juntas parroquiales, que buscaba afianzar la iniciativa central y minimizar las que provienen de los otros espacios. Casi al mismo tiempo, en las fiestas de Guayaquil se escenificó nuevamente la confrontación de los años anteriores, pero en esta ocasión con un discurso mucho más político del alcalde.

Paralelamente, las más altas esferas gubernamentales se vieron obligadas a aceptar que el descenso de los pecios del petróleo en el mercado internacional impactará negativamente en los ingresos y que será necesario hacer recortes en la inversión y en el gasto público. Uno de los resultados de esto será, sin duda, la erosión de las fortalezas gubernamentales y, como contrapartida, el crecimiento de las demandas locales y provinciales.

Todo ello llevará a nuevos cálculos y nuevos alineamientos en la relación entre el Gobierno y las autoridades de cantones y provincias. Es muy probable que flaqueen las fidelidades conseguidas con relativa facilidad en el periodo de abundancia de recursos y que más temprano que tarde asistamos a un juego político muy diferente al que ha imperado en los últimos ocho años. La situación complicada no va a llegar de la mano de un político conservador y seguramente ni siquiera de un candidato presidencial. Va a venir por el conocido camino de lo local.