Usualmente, las frases que salen de la boca de los caudillos son repetidas masivamente sin mayor preocupación por su contenido. Así ha ocurrido en todas las latitudes, a lo largo de los tiempos y en las condiciones más disímiles. Pero en cada sociedad y en cada momento siempre hubo un grupo que no cayó en ese encantamiento y que se atrevió a pensar por su cuenta y a construir sus propias frases. Llámense intelectuales o como se los quiera nombrar, lo cierto es que esas personas han desempeñado un papel clave en la defensa de las libertades. Por eso, causa verdadera sorpresa escuchar y leer a quienes acostumbraban a pensar y ponían en cuestión todas y cada una de las palabras –especialmente las que se pronunciaban desde el poder–, que como autómatas ahora repiten frases carentes de sentido. La más reciente, pero ya famosa, es la restauración conservadora. No son muchachos que comienzan su militancia y confunden la ideología con el catecismo, sino personas de larga trayectoria, entre las que no faltan quienes fueron referentes de pensamiento autónomo y creativo.

Pero, más allá de la parálisis mental que denota esa repetición, hay dos aspectos de ella que llaman la atención. El primero es que al pintar a un posible gobierno de otro signo como el fin del mundo, le hacen poco favor al régimen de la revolución ciudadana. Si todo lo realizado a lo largo de los últimos ocho años puede irse a la basura por un cambio de gobierno, quiere decir que no se han sentado bases firmes y que tienen razón quienes sostienen que no hay el alardeado cambio de época (que era otra de las frases que repetían mecánicamente). Simple y llanamente significa que se reconoce la debilidad de todo el proceso y se acepta que está asentado sobre factores pasajeros. Entre esos, el principal sería el liderazgo y no, como debería haber sido, una institucionalidad sólida y con capacidad de permanencia. Muy diferente sería la realidad si en lugar de repetir la retórica rabiosa del líder conservador hubieran aceptado que la democracia es un régimen en el que los gobiernos se alternan. Por tanto, la garantía para que perdure este experimento habría sido integrar a los otros sectores a ese proceso y no excluirlos.

El segundo aspecto es la preocupación por lo que podrá hacer ese potencial gobierno de seres malignos con toda la armazón constitucional y legal que quedará como herencia de esta novelería. Ahí debe radicar, sin duda, la principal causa del temor al cambio de gobierno, ya que frente al enorme poder que otorga una estructura tan favorable al autoritarismo ellos quedarían en la indefensión como oposición. Cuando elaboraban la Constitución no quisieron escuchar las voces que advertían acerca de esta posibilidad, y repetían (siempre repitiendo) que se quedarían trescientos años. Ahora, cuando ven la realidad con otros cristales, el temor se ha convertido en pánico.

Seguramente estarán considerando la posibilidad de volver a usar su propio pensamiento, con el riesgo de que se haya enmohecido por desuso.