El año pasado comencé la lectura de las obras completas de Shakespeare. Manejo la hermosa edición de Editorial Losada que dedica el primer tomo a las tragedias. Se inicia con Tito Andrónico, que leí en agosto de 2013. Me asombró su violencia, su truculencia, cabe decir. El leerla en playas y acantilados de alguna manera me ayudó a sobrellevar las brutales escenas, en las que hay decenas de asesinatos, violaciones, mutilaciones, canibalismo y otros horrores. Por eso no me extrañó la noticia que traía hace una semana Diario EL UNIVERSO, sobre un montaje riguroso de esa obra en el Reino Unido, del que se dice que provoca por lo menos tres desmayos por función. Justo un año después acometo el cuarto tomo dedicado a los dramas históricos. Acabo de leer Enrique VI que, sin llegar a los extremos de la tragedia comentada, también resuma sangre y maldad, con traiciones, asesinatos de niños, decapitaciones y odio en cada página. Y estas dos no son, para nada, las únicas creaciones del Cisne del Avon bien provistas de homicidios y dolor. Sam Peckimpah y Quentin Tarantino deben haberse identificado a plenitud con esta vertiente.
La violencia tiene ciertamente una estética. Esto quiere decir que las escenas en las que se maltrata y hasta se mata, producen una fascinación proveniente quizá de un efecto similar al de los deportes extremos, en los que la descarga química generada por situaciones angustiosas termina siendo una sensación agradable. En casi todas las culturas del mundo, los cuentos y leyendas tienen pasajes de guerra, crimen y venganza. Los cuentos de hadas europeos, que son los que nos narran en los hogares ecuatorianos, en sus versiones originales tienen situaciones sangrientas, que a veces perviven en sus transcripciones modernas... si no sabe de lo que hablo vuelva a leer Pulgarcito. El teatro griego también es generoso en situaciones truculentas.
En cambio, las películas soviéticas se caracterizaban por sus dulces argumentos y las nazis por sus versiones idílicas de campesinos arios. En los periódicos de los países comunistas no se publican noticias de accidentes y peor de crímenes. Hasta eventos naturales como terremotos e inundaciones han sido silenciados. Recordemos el accidente de Chernóbil, ocultado por semanas hasta cuando ya era demasiado tarde. La crónica roja, los espectáculos fuertes, los argumentos sangrientos son severamente censurados en los regímenes totalitarios. Puede parecer paradójico que quienes crearon infiernos como Auschwitz y el Gulag, en los que todas las formas de lastimar y asesinar se ensayaron, hayan intentado desterrar los contenidos violentos de las artes, de la prensa y del espectáculo, pero no hay contradicción. Es que todos los totalitarismos son esencialmente “proyectos” de ingeniería social, intentos de construir desde arriba un orden perfecto. La existencia de la violencia, incluso si es ficcional o ritualizada, contradice esta utopía, pero solo si es comunicada. En cambio si es secreta y se usa en nombre del “proyecto”, no importa, la tortura y el homicidio reales no tienen límites.