Al firmarse la paz definitiva con Perú los ecuatorianos corrimos una hermética cortina sobre los hechos que determinaron la conformación de nuestro territorio, lo que antes se llamaba “historia de límites” y nos olvidamos de esas trágicas peripecias. Estuvo bien acabar con esa triste exhibición de retazos que constituyó nuestra historia territorial, con ese discurso lamentoso que achacaba a las desmembraciones físicas lo que en realidad fue producto de nuestra incuria. Sin embargo, pienso que estos episodios, justamente por trágicos, y vergonzosos, no deben ser olvidados, porque al hacerlo perdemos las lecciones que dejaron. Lo que se debe es afrontarlos desde otra óptica, menos quejumbrosa, menos pesimista, no tapiarlos y dedicarnos a repetir los mismos errores.

Así merecen rememorarse ciertos sucesos de la trágica noche del 28 al 29 de enero de 1942, en la que se firmó el Protocolo de Río de Janeiro. Concretamente me acordé de la recomendación que habría hecho el canciller del Brasil, Osvaldo Aranha, a la delegación ecuatoriana que asistió a la malhadada conferencia continental: “primero vayan y hagan país”. Quería decir que mal podíamos reclamar en el concierto internacional, si no habíamos acabado de consolidarnos como país... ¿Pero qué es un país?, podía habérsele preguntado.

País viene del latín pagus, pueblo o aldea. De allí también viene pago, que se usa más en el Cono Sur con el mismo sentido. País es sobre todo un territorio, pero no solo eso, se lo supone habitado por un pueblo determinado. Su significación es análoga a hogar, que es una casa, pero en tanto en cuanto es habitada por una familia. Nadie habla del país de la Antártida, ni del Sahara, ni de la Amazonía, porque estos territorios no están ligados a un pueblo, en cambio sí decimos el País de Gales, el País Vasco, el País Cátaro, etcétera, porque esas tierras están vinculadas con un pueblo individualizado por una cultura, es decir, con lo que se llama una nación. Un país es una nación en un territorio, es el hogar de una nación. Por eso, tampoco se puede hablar de un país romaní (gitano) porque, aun cuando existe evidentemente esa nación, no está asentada en ningún espacio. Un país, para serlo, no necesariamente debe estar organizado como Estado. Con estos antecedentes, ¿podemos calificarnos como un país? El territorio, más o menos recortado, está allí, entonces la pregunta siguiente es ¿habitado por una nación?, que puede ser planteada también como ¿somos una nación? De entrada la respuesta tropieza con el hecho de que somos un Estado plurinacional porque, lo diga o no la Constitución, es indiscutible que los pueblos indígenas que comparten con nosotros este territorio poseen identidades culturales que los califican como naciones, pero ¿qué hay del mayoritario componente mestizo? ¿Tenemos características culturales que nos definan como las tienen los shuar, los kurdos, los vascos? ¿Cómo saber que un mestizo que camina por Manhattan o Murcia es ecuatoriano, más allá del pasaporte?... “Las once dan, yo me duermo,/quédese para mañana”.