Se habla de limerencia, obsesión sentimental, atracción fatal hacia otra persona. Sentirse limerente significa estar enfermo de amor, loco de amor, solo poder existir en función del ser amado, el sentimiento rebasando la frontera de la patología. Michel Sardou tuvo una canción de gran éxito cuya letra rezaba: “Corre la maladie d’amour en el corazón de los niños de 4 o 70 años”. Pasar de la extrema alegría a la superlativa tristeza puede llevar a la bipolaridad. Leí el libro de Dorothy Tennoy Love and limerence, me enteré de que finalmente el enamoramiento era un fenómeno bioquímico en el que intervenían el hipotálamo, la glándula pituitaria liberando dopamina, anfetamina, estrógeno o testosterona. Aquel insólito coctel tiene la particularidad de enloquecernos. Según Dorothy, el amor se normaliza cuando aparecen hormonas como la vasopresina, la oxitocina, sucediendo aquello entre los seis y los veinticuatro meses de la relación, razón por la que se desmoronan tantos matrimonios cuando no llegan a madurar su amor. Después de la luna de miel muere la fantasía, no se comprende que un matrimonio se vuelve a construir con cada amanecer. El deseo expresado por una mujer sería: “¡Sorpréndeme!” mas muchos maridos consideran que una mujer conquistada es propiedad privada sin necesidad de tantas atenciones como aquellas que abundaron durante el noviazgo.

El mal de amor en sí no es malo porque exacerbe la sensibilidad, pero no se puede vivir toda una vida con mariposas en el estómago o canguil crepitando en el corazón. Sin embargo, cuando el amor madura, florece, se siente la misma emoción al besar en los labios al ser amado después de cuatro décadas de convivencia, aquella dulce opresión en el pecho, sensación de volar ignorando el mundo. Hay besos que resultan más intensos que la penetración sexual porque obedecen al alma, no al instinto, no constituyen un fin sino un medio para que los ojos se compenetren más que los cuerpos. Una vez muertas las fantasías de la ternura, ¿de qué sirven las fantasías eróticas?

El amor puede ser riachuelo que corre alegre por la campiña, río ancho, sereno que bien conoce su curso, suele a veces convertirse en torrente, huracán, tsunami que arrasa todo al paso, existen enamoramientos que terminan en suicidios, crímenes pasionales, graves depresiones sobre todo cuando no existe reciprocidad, cuando enfermizos celos ciegan la mente. La limerencia lleva su lado oscuro, se trata de un desorden obsesivo, compulsivo.

En una de mis entrevistas a la dulce Carlota Jaramillo, que se había casado con Jorge Araujo doce años mayor que ella, dijo: “Un buen matrimonio es cuando uno es tan unido al ser amado que puede intuir hasta lo que piensa y siente, es cuando subsiste la admiración”. La falta de amor es más peligrosa que el mal de amor, buena muestra fue Marilyn Monroe. El último beso que di a mi esposa en el preciso momento en que emprendió su viaje final me trastornó tanto como aquel primero que ella me había dado cuarenta años antes. Creo que si la vida no es eterna, el amor puede serlo.