Cuando circule este artículo ya se conocerá el resultado de las elecciones colombianas. Si en estas se ha confirmado lo que anticipaban las encuestas, se habrá configurado un escenario negativo y preocupante. La posibilidad del retorno de los peores tiempos del uribismo no es una buena noticia para Colombia, como tampoco lo es para Ecuador y en general para América Latina. El elemento central de sus propuestas de campaña ha sido el desmontaje del proceso de paz, lo que no resulta extraño si se considera que proviene de una corriente política que siempre consideró que el uso de la fuerza y la violencia era el único recurso para la resolución de cualquier tipo de conflictos. Por ello, repitiendo la receta que aseguró el éxito del expresidente en su primera campaña, ahora el candidato de su partido vuelve a ofrecer la guerra.

No deja de ser sorprendente que una alta proporción de los electores apoye una alternativa de esas características. Es probable que la mayor parte de ellos considere que esa es la mejor vía para acabar con la violencia de un grupo armado que devino en cartel del narcotráfico. Sin embargo, esa afirmación queda sin sustento cuando se observan las enormes diferencias que existen entre los resultados del gobierno de Uribe y los logros de Santos. Es innegable que en la administración del último se han dado pasos concretos para resolver no solamente el problema de la violencia, sino para enfrentar los factores que la producen (incluir el problema de la tierra en las conversaciones de paz es un avance de enorme trascendencia, como lo es la futura inserción política y social de los actuales integrantes de las FARC). Por el contrario, en los dos periodos de su antecesor se dejaron intocados aquellos factores y a la violencia civil se añadió la de origen estatal. Basta recordar los episodios de los “falsos positivos” para saber lo que se puede venir.

Hay quienes sostienen que el uribismo actuaría como un contrapeso democrático de los gobiernos bolivarianos. Pero esa afirmación se desmorona rápidamente cuando se ve el contenido central de la campaña electoral y cuando se hace un recuento de la experiencia histórica. Todas esas son evidencias de las bajas calificaciones democráticas que tendría un posible gobierno de Zuluaga. Incluso, por si algo faltara, las declaraciones del candidato y de su mentor anuncian enfrentamientos en donde debe haber diálogo con los vecinos. Los últimos episodios, centrados en el espionaje a su contendor y a gobiernos de países vecinos (incluido el ecuatoriano), son claras expresiones de la manera en que esos señores entienden la política y las relaciones internacionales.

Desde cualquier punto que se lo vea, un triunfo de Zuluaga constituiría un retroceso para Colombia y para el continente latinoamericano. No solo desandaría el camino recorrido en el proceso de paz en el interior de ese país, sino que volverían a soplar aires de enfrentamiento en el plano internacional. Cabe esperar que en la segunda vuelta se imponga el voto por la paz.