Para determinadas escuelas psicológicas, todos nuestros movimientos, expresiones, palabras se sitúan en un gran ámbito de significancia y de voluntariedad, en el cual todo lo que hacemos tiene un propósito. Más allá de la interpretación de tales corrientes, es evidente que en cualquier gesto, reacción o dicho hay un grado de intencionalidad y de él se pueden extraer importantes conclusiones. Los gobernantes y los políticos en general deben cuidar estas manifestaciones, pues los ponen en evidencia ante sus súbditos y, sobre todo, ante sus adversarios que los atisban constantemente en busca de puntos vulnerables.

Con este antecedente comento una fotografía que se publicó recientemente. En la imagen se ve a la canciller alemana Angela Merkel junto con François Hollande, presidente de Francia. Parece que llovía, por lo que la jefe del gobierno germano porta su paraguas abierto, mientras que al mandatario galo un asistente “le da llevando” el adminículo. ¿Detallito insignificante? Nada de eso, para empezar recordemos que Merkel es democratacristiana, de derecha a la cuenta, mientras que Hollande es socialista. A primera vista no se correspondería con sus respectivas ideas políticas, ni la actitud proletaria de la siempre modestamente vestida canciller, ni la pose regia de monsieur le Président. Pero un análisis más profundo demuestra que sí hay relación entre la ideología y la manera de llevar la sombrilla. Para una liberal (aunque moderada) como Angela, el cuidado de su propia persona debe asumirlo uno mismo y los funcionarios de Estado no tienen ningún privilegio especial. En cambio, para un socialista como François II, los burócratas deben cuidar de todos, especialmente del jefe en el que se encarna la majestad gubernamental. Alargue el lector todo lo que quiera las semejanzas.

En otro caso, un videoaficionado, invento nefasto para los “grandes hombres”, muestra cómo el primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, arremete a golpes contra un ciudadano que supuestamente lo habría abucheado y luego contra la mujer que grabó la escena. ¿Es que el mandatario perdió la paciencia ante unos epítetos injustos? Nada de eso, sabemos que Erdogan es un gobernante autoritario, propulsor de retardatarias medidas islamistas, cuyo gobierno de ya once años ha significado un salto atrás en la senda republicana y laica que llevaba su país. El autoritarismo no es una cosa que se aprende, es algo que muchas personas llevan en la sangre, gente que para imponer sus puntos de vista no vacila en recurrir a la violencia. A veces esta clase de individuos llegan a tener determinado poder y lo ejercen con toda la arbitrariedad e intolerancia a las que su organismo los impulsa. En las grandes alturas del Estado recurren a gendarmes y comisarios para que ejerzan la coerción física contra los insumisos, pero en ciertos momentos se les escapa el tigre y atacan a cualquiera que les haga un gesto o les increpe a lo lejos. Por estos lares no hemos pasado del criollo “agárreme que lo mato”, pero ha sido en manifestaciones del mismo espíritu despótico.