La educación superior en las primeras planas de los medios de comunicación es una buena noticia. Casi al mismo tiempo se produjeron dos hechos que la convirtieron sorpresivamente en el tema central de interés. En efecto, cuando se inauguraban las universidades estatales, con Yachay a la cabeza, circulaba un manifiesto firmado por más de cien profesores universitarios que hacían fuertes cuestionamientos al modelo de evaluación de las universidades aplicado por el Gobierno. Una buena coincidencia para abrir el debate.

Es de esperar, como corresponde al medio universitario, que la confluencia de esos dos hechos coloque por fin a este como un componente básico de la agenda de la política nacional. Su presencia en un mismo momento debe ser la oportunidad para iniciar una discusión seria, abierta, pluralista y responsable. El de la educación es un campo en el que no caben descalificaciones ni adjetivos. Si hasta ahora no ha habido el necesario e ineludible intercambio de pareceres y posiciones, como sostienen los firmantes del manifiesto, es indudable que ha llegado el momento de cambiar esa realidad y alentar al mundo universitario a iniciarlo y a los políticos a enterarse y a comprometerse.

Las universidades estatales forman parte de la reforma de la educación superior que impulsa el Gobierno, mientras el manifiesto constituye una crítica a algunos de los principios que guían a ese proceso. El primero constituye un paso firme en la materialización de la visión controladora del quehacer universitario. El otro apunta exclusivamente a los aspectos relacionados con los criterios de evaluación y acreditación utilizados para ese fin sin entrar necesariamente en los asuntos de fondo.

Dentro de los múltiples aspectos que deben merecer atención se encuentran, en primer lugar, el de la constitución de una comunidad académica nacional y, en segundo lugar, el de su inserción en el ámbito internacional. Ambos van estrechamente ligados y no pueden ser tratados aisladamente. En la actualidad, el trabajo académico ha alcanzado ya la dimensión mundial que se encontraba como aspiración en la original denominación de Universitas para las entidades encargadas de realizarlo. Si hay algo globalizado es precisamente esta actividad. Por ello, la creación de una academia nacional no puede hacerse al margen de la que existe en el mundo. Puede ser que no estemos de acuerdo en muchas de sus concepciones y especialmente de los parámetros que en ella se han desarrollado para valorar la calidad, pero eso no se puede combatir con el aislamiento.

La posibilidad de impulsar cambios sustanciales no corresponde a un país separadamente, aunque ese esfuerzo se cubra de ropajes nacionalistas y reivindique valores ancestrales en el plano del conocimiento. Por esa vía no se pueden alcanzar los objetivos mencionados. Algo muy distinto es pensar en un esfuerzo de conjunto de los países latinoamericanos y en general del hemisferio sur. Pero para hacerlo es preciso aceptar como premisa básica que el mundo y la historia existen y que pertenecen a la humanidad. El conocimiento y la academia que lo produce y lo desarrolla no es patrimonio de unos países.