Con este grito Francisco Madero inició en 1910 la Revolución Mexicana, cuyo propósito principal era poner fin al gobierno de Porfirio Díaz que llevaba treinta y cinco años en el poder, al principio con ciertas idas y venidas, pero a partir de 1884 con reelecciones sucesivas ininterrumpidas. La Revolución triunfó y estableció un sistema político que prohibía tajantemente la reelección del presidente. Cabría esperar que de un sistema con tanta alternatividad hubiese surgido un régimen republicano integral pero, tras décadas de violencia, un solo partido, que tuvo varios nombres hasta convertirse en el Partido Revolucionario Institucional, el famoso PRI, cambió el gobierno absoluto de un solo caudillo por el de una organización que monopolizó férreamente el poder por más de siete décadas. Recién en los años noventa se hicieron reformas que llevaron a ese país hacia una verdadera república, porque hasta entonces se vivía lo que Pablo Neruda llamó “la democracia más dictatorial del mundo” y Mario Vargas Llosa “la dictadura perfecta”. Este importante ejemplo demuestra que prohibir la reelección no es, de ninguna manera, garantía de que prevalecerán las instituciones republicanas y el estado de derecho.

A la inversa, algo muy cercano al ideal de república, o sea del gobierno de la mayoría en beneficio de todos, se ha conseguido en ciertos países en los que la reelección no está prohibida y ni siquiera limitada. En el Reino Unido y en Alemania, dos excelentes jefes de gobierno, Margareth Thatcher y Angela Merkel han sido reelegidas en tres ocasiones, sin que a nadie se le ocurra pedir que se reformen las constituciones para atajar los mandatos sucesivos, porque las mentadas señoras decidieron, muy por su propia voluntad, retirarse para permitir una auténtica alternancia. Estos casos confirman que la reelección indefinida no genera de por sí la perennización de un déspota. En el Ecuador se ensayó con una fórmula intermedia, que consistía en no permitir la reelección presidencial en el periodo inmediato. Esta solución no impidió al velasquismo ganar todas las elecciones a las que se presentó, para que después su líder rompa las constituciones que favorecieron su llegada al poder. Vistos estos casos, es claro que la calentura autocrática no está en las sábanas legales, sino en la escasísima vocación republicana que tienen nuestros pueblos.

Los mejores presidentes del Ecuador lo fueron durante un solo mandato: Rocafuerte, Flores Jijón, Isidro Ayora, Galo Plaza... se puede añadir dos o tres nombres. Sé que esta lista será repudiada porque estos pacíficos realizadores no son figuras históricas populares, con cariño recordamos solo a los gobernantes sonoros y voluntaristas, a los mandatarios rimbombantes de mano fuerte. Somos un pueblo con nula cultura política y baja conciencia histórica, una nación infantil en busca permanente de un papá bravo pero generoso, que nos proteja de nuestras propias debilidades. Mientras esa mentalidad nos domine, el caudillismo o cualquier sustituto autoritario será la forma política dominante con o sin reelección indefinida.