Algo mágico deben haber tenido estas elecciones para que todos se sientan ganadores. Los únicos que no se han embarcado en el carro triunfador son los que aún apostaban por el Prian y el PSP. Ellos deben estar conscientes de su derrota y por eso no han dicho esta boca es mía. Por el contrario, todos los demás tienen algo que reivindicar.

El que lleva la delantera en ese empeño es el líder, que cada vez que puede se empeña en demostrar, incluso con ecuaciones, que lo ocurrido es un triunfo adicional en la larga cadena que está destinada a durar trescientos años. Dicen los rumores que en privado echa chispas y que hace lo posible para contenerse y no pronunciar la palabra derrota. Por lo que se ha visto, algo de fundamento debe haber en esas versiones, porque en público también ha señalado culpables y ya ha comenzado a tomar medidas concretas para alejarlos de su lado. Pero, lo que en él puede ser una estrategia de comunicación y de aplicación de ese sabio principio que aconseja transformar las derrotas en victorias, en los otros se nota un convencimiento sincero de sus respectivos triunfos.

Sin entrar en el recuento de cada uno de ellos, cabe más bien preguntarse qué es lo que ocurrió para que todos compartan esa alegría. La respuesta puede ser muy sencilla, tanto que se reduce a decir que el país volvió a la normalidad. Con estas elecciones retornaron, juntos y estrechamente unidos, tres aspectos que han sido característicos de la política ecuatoriana.

En primer lugar, el caciquismo. Esta fue la oportunidad para que reaparecieran los personajes locales que son dueños de votos y que conocen al revés y al derecho los secretos de sus respectivos territorios. Con su manejo de redes clientelares y buena capacidad para aportar o conseguir recursos para la campaña, aseguraron un lugar de privilegio en alguna lista. En cualquiera (había de todo para escoger), sin que a ellos les importe el color de esta y a ella el pasado de esos señores. Organizaciones como SUMA, Avanza y el PSE no dejaron pasar la oportunidad y pueden sentirse ganadores.

En segundo lugar, la fragmentación. La forma en que se distribuyen los votos, en términos territoriales, se asemeja a los mapas que se dibujaban hasta el 2007. En ese año y en el 2009 el mapa se pintó de verde, pero no era lo normal porque no expresaba el juego político local. Ahora, cuando no se juntaron con las elecciones nacionales, esas realidades múltiples se expresaron en toda su diversidad. Puede ser que en una elección nacional vuelvan a esconderse, pero ya se sabe que están ahí y que aparecerán intermitentemente.

Por último, la volatilidad. Sabido es que el elector ecuatoriano se encuentra entre los que en mayor proporción y con más frecuencia cambia de bando político. Ahora, cuando no hubo el elemento de arrastre, volvió a demostrar su escasa adscripción a militancias eternas. Mudó de una lista a otra, como mudaba antes.

Algo cambió. Retornó la normalidad.