Independientemente de los resultados electorales, que serán ya conocidos cuando se difunda este artículo, estas elecciones marcarán un antes y un después. Para comenzar, la campaña deja establecida como una realidad la incapacidad de las autoridades electorales para regular a los actores políticos, especialmente a los funcionarios en ejercicio. Ha sido evidente la utilización de la posición privilegiada de estos para incidir en la campaña, independientemente de que lo hagan o no con recursos públicos y que estén amparados en leyes hechas ad hoc o mal hechas. Es claramente innecesaria una autoridad electoral que apenas puede limitarse a formular un exhorto y, peor aún, que debe resignarse a que se lo devuelvan con ironías y tenga que quedarse cruzada de brazos. No se trata, por cierto, de llegar a la barbaridad que hizo su antecesor al destituir a 57 diputados (inaugurando un nuevo tipo de golpe), pero sí de establecer las condiciones mínimas para que la elección sea limpia y equitativa.
Un segundo hecho es que, a pesar de los intentos por homogeneizar la representación política, se mantendrá la tradicional diversidad territorial. En un buen número de provincias y ciudades la campaña enfrentó a actores locales más que a organizaciones nacionales. En parte esto se debe a la inexistencia de partidos y movimientos de alcance nacional, pero también a la lógica de este tipo de elección, que se asemeja más a un juego de ligas barriales que a un campeonato de primera división (sin que esto signifique un juicio de valor, simplemente una identificación de niveles). Obviamente, la excepción es Alianza PAIS, pero esta agrupación tampoco pudo escapar de esa realidad fragmentada y debió establecer múltiples alianzas en varias provincias y cantones, tanto con grupos locales como con otros que tienen etiqueta nacional.
Esa misma diversidad le jugó una mala pasada al movimiento gubernamental cuando comprobó que ya no era fácil endosar los votos que le pertenecen al líder. En elecciones anteriores se había producido esa transferencia, en especial cuando se trataba de elecciones de asambleístas, pero ahora parece que la realidad será algo diferente. La información proporcionada por las encuestas, la única fuente medianamente confiable en el momento de escribir este artículo, en la mañana del viernes, anuncia más de una sorpresa en ese sentido. Es probable que estas se equivoquen o que finalmente el alto número de indecisos defina una tendencia favorable al Gobierno, pero la desesperación que invadió a sus dirigentes durante los últimos días de campaña no puede haber sido gratuita. Percibieron que había un problema de fondo, seguramente un aspecto que no habían considerado en sus cálculos y tuvieron que sacar toda la artillería.
Un último resultado de trascendencia será el cambio de correlación de fuerzas internas en AP. Las dificultades que se presentaron en Quito le pasarán factura a uno de los sectores de izquierda de esa agrupación. Sus socios de la derecha –los de la matriz productiva– y la otra facción de izquierda –la que estuvo callada en la campaña– deben estar frotándose las manos.