Dentro de pocos días esta ciudad, y muchas otras en todo el continente, quedarán vacías, solo los extremadamente pobres y los apáticos no se habrán ido a un balneario u otro lugar de recreación. Durante las vacaciones de carnaval en Quito, el tradicional juego con agua lo practicará una recalcitrante minoría minoritaria. Ah, dirán algunos, es que las campañas emprendidas por las autoridades, los maestros y los medios de comunicación dieron resultado y se ha logrado erradicar esa “salvaje costumbre”. Definitivamente no. Ese juego solo se lo podía practicar en una comunidad, en un grupo de conocidos o conocibles. Eventualmente se producían agresiones a desconocidos, pero ahí no estaba la gracia. No se practica esta diversión porque no hay con quién, literalmente.

Este año se dieron cuenta de que la fiesta de los toros “ha sabido ser” la clave de los festejos por la fundación de Quito. Prohibieron las corridas y mataron la celebración. Los esfuerzos por revivirla con conciertos y espectáculos masivos no dieron resultado. Tampoco prendió el intento de trasladar los toros a una parroquia no muy lejana. En algunos barrios se montó un bailecito popular, que fue atendido por una minoría similar a la que jugará carnaval con agua. Fenómenos análogos han ocurrido en la mayor parte de ciudades del mundo, con las fiestas agonizando o convertidas en espectáculos para turistas extraños. El entramado comunitario parece irremediablemente roto. ¿Se les murió el alma a esas urbes? A casi todas les falta un centro en qué reconocerse, hacia el cual gravitar. Quito tiene la suerte de tener un bellísimo Centro Histórico, que se visita normalmente acompañado de visitantes extranjeros ante los que se presume, pero no es ese espacio museístico una referencia vital, una zona a la que se vaya para actividades sociales o profesionales. En otras partes es peor, los viejos centros son lugares peligrosos y feos que es mejor evitar.

La vieja cultura de barrio en torno de la cual se socializaba, es decir, a través de la cual nos convertíamos en sujetos sociales, nos hacíamos amigos para toda la vida, conseguíamos pareja y armábamos nuestra red de relaciones, está perdida irremediablemente, aquí y en todas partes. El barrio fue reemplazado por los condominios cerrados, ocultos a todas las miradas, que solo son un emplazamiento no una comunidad. La interrelación de los moradores de condominios y urbanizaciones cerradas es mínima, reducida a la leve gestión de algunos servicios y, sobre todo, de asuntos de seguridad. Estamos en vísperas de elecciones de alcaldes, en el Ecuador, por eso vale aclarar que no estoy culpando a tal o cual administración municipal de este fenómeno que lleva décadas consolidándose en el mundo. ¿A qué se debe entonces? Pregúntenme algo más fácil. Probablemente sea una combinación de factores tecnológicos y demográficos... no sé. Lo que sí puedo es pedir a las autoridades que surjan el próximo domingo de las urnas, que por favor no intenten arreglar esta delicada situación, siempre las intervenciones desde el poder terminan “componiéndola peor”.