Las próximas elecciones podían pasar como un evento más dentro del juego político, pero la participación directa del líder en la campaña va a producir varios efectos que eran impensables sin esa presencia. En primer lugar, la decisión de separar las elecciones locales de las nacionales buscaba evitar el efecto de vasos comunicantes que se produce entre ambos niveles y era una manera de profundizar el proceso de descentralización. La transformación de esta contienda en un hecho nacional tira a la basura ese buen intento y constituye un retroceso de varias décadas en el fortalecimiento de las entidades subnacionales (o subestatales).

En segundo lugar, al involucrarse directamente en la campaña está confesando la debilidad de sus candidatos y de Alianza PAIS. Se comprueba que la revolución ciudadana lleva su nombre y su apellido. Siete años de construcción de un proyecto político, con control absoluto de todos los poderes, no han sido suficientes para despersonalizarlo. Al contrario, la campaña ha demostrado que estamos frente a uno de los fenómenos más agudos de personalización de la política. Se hace más pertinente la pregunta de lo que podrá suceder cuando él no sea presidente ni candidato.

En tercer lugar, al participar directamente, eclipsando a los candidatos, será el ganador de muchas alcaldías y prefecturas, pero también será el perdedor de algunas otras. Los triunfos le pertenecerán, como le han pertenecido hasta ahora en todas las elecciones y consultas. Pero también serán suyas las derrotas. Debido a que no está acostumbrado a estas, no es posible saber cómo reaccionará, pero seguramente no será con la resignación que exige el juego democrático (un autor dice que la democracia es un régimen en que los gobernantes pierden elecciones). En la carta que envió a sus seguidores calificó a los oponentes como enemigos (un concepto bélico, no político) y consideró que su actividad es conspirativa. Difícil que pueda convivir armónicamente con ellos.

Finalmente, ha planteado esta contienda como un juego de todo o nada para su proyecto político. Ha sostenido reiteradamente que en los municipios, consejos provinciales y juntas parroquiales se define la continuación o el fin del proyecto. Además de ser una apreciación bastante exagerada y totalmente alejada de los principios de pluralismo y tolerancia propios del régimen democrático, dibuja un escenario en el que la única opción aceptable es el triunfo total y absoluto. De acuerdo a esa lógica, si otras organizaciones políticas triunfan en ciudades como Guayaquil, Quito, Machala, Cuenca, Ambato, entre otras, se podría interpretar que la revolución ciudadana ha sido derrotada. Obviamente, es un sinsentido, pero a eso lleva ese tipo de razonamiento.

La presencia de un solo candidato, omnipresente en todas las provincias, cantones y parroquias, muestra con claridad que la revolución ciudadana no puede salir del correísmo para pasar a un proyecto político orgánico y colectivo. Si se suma la polarización que está asociada a su presencia y que retroalimenta con su discurso (como cuando sostiene que toda discrepancia es una traición) el resultado final es el cierre del espacio de la política.