En 1573, el pintor Paolo Caliari, conocido como el Veronés, fue llamado por la Santa Inquisición para que responda por el contenido de su pintura La última cena, en la que se veían un criado sangrando, un apóstol limpiándose los dientes, un bufón, un perro, un papagayo y soldados alemanes. Con admirable entereza Caliari enfrentó al temible tribunal, que podía enviarlo a la hoguera, explicó los detalles que las autoridades religiosas consideraban que atentaban contra la divina majestad del tema y reivindicó la libertad de creación de los artistas. Condenado a rectificar, el Veronés borró al criado sangrante y renombró el cuadro como Cena en casa de Leví, asunto también sacro pero menos trascendental.

Ya hablamos en esta columna del libro La república del Sagrado Corazón, de Fernando Hidalgo Nistri, cuyas tesis permiten demostrar la neta continuidad entre el conservadurismo del siglo XIX y el “progresismo” del siglo XXI, e incluso se puede retrotraer esa línea a la cultura barroca. Como tendencia intelectual y, sobre todo, estética, el Barroco fue impuesto por la jerarquía católica como reacción contra la Reforma y el Racionalismo desde la primera mitad del siglo XVI. En el Concilio de Trento (1545-1563) se realizó la gran sistematización de esta corriente. En alianza con algunas monarquías europeas, especialmente con la española, los eclesiásticos impusieron un establecimiento totalitario en el que todos los detalles de la vida eran controlados. Eso era lo que expresaba el horror vacui, el horror al vacío que caracteriza al arte barroco. El mensaje implícito en los densos decorados barrocos es que no debe quedar un espacio para pensar, porque mejor es no pensar, solo sentir, entender con el corazón.

En pocas partes como en las Indias Españolas se logró implantar exitosamente esta cosmovisión. De allí deben venir el poco apego que tenemos al pensamiento racional, somos pueblos con fuerte tendencia a dejarnos llevar por el corazón y también, por supuesto, nos vendría el gusto estético recargado y enfático. Los reyes de la casa de Borbón, en el siglo XVIII, intentaron superar la cultura del barroco, sustituyéndola por los valores de la Ilustración, propósito que fue mal recibido en América. El conservadurismo ecuatoriano interpretó la Independencia como una reacción contra el racionalismo ilustrado, a partir de la cual se podría construir la República del Sagrado Corazón. Esta tendencia, tras algunos coqueteos con el nazismo y el fascismo, desemboca en la Teología de la Liberación, en la izquierda cristiana y ahora colabora en la edificación de la república de los corazones ardientes. En ese trayecto ha mutado ciertamente, pero mantiene matrices de su viejo origen barroco, entre ellas el horror al vacío, expresado en el afán de controlarlo todo. La anécdota que narramos del Veronés es una muestra de la manera compulsiva con la que se impuso el Barroco. Las líneas generales se conservan, pero también se coincide en los detalles, con tribunales inquisitoriales controlando todos los aspectos de la vida y exigiendo rectificaciones a los artistas.