Como se esperaba, la reunión de presidentes de la Celac en La Habana ha generado controversia. Desde una orilla ha sido interpretada como un apoyo al régimen de los hermanos Castro. En efecto, la asistencia de la mayoría de mandatarios latinoamericanos y caribeños, acompañados de los secretarios generales de la ONU y la OEA, puede ser interpretada de esa manera. Desde la otra orilla se ha sostenido que los representantes de estados democráticos se han equivocado al asistir a una cita en el único país que mantiene un régimen dictatorial. Visto desde una perspectiva diferente a la de quienes ven el mundo en blanco y negro, ambas interpretaciones tienen algo de razón. Pero en lugar de desgastarse en ese debate, es conveniente preguntarse por los efectos que pueden derivarse de la cita.

Una primera conclusión es que, aparte de la vacía retórica de la declaración final, se puede avizorar el surgimiento de una organización con algún futuro en el horizonte latinoamericano. El éxito de esta reunión se contrapone a la penosa realidad de la Alianza Bolivariana, ALBA (que parece destinada a permanecer como testimonio de la afinidad ideológica de un pequeño grupo), a la desidia de los países frente a Unasur (que ni siquiera pueden elegir un secretario general), a la pérdida de importancia de las cumbres iberoamericanas y a la mermada capacidad de supervivencia de la OEA sometida a ataques desde diversos frentes. Es posible que solamente se trate de un hecho pasajero, a la manera de un nuevo espacio para las cumbres presidenciales, pero aun así no dejaría de ser un efecto de importancia.

La conclusión más relevante hace relación a la situación del país anfitrión. Es obvio que en un primer momento la reunión servirá como un factor de fortalecimiento del régimen castrista. Sería absurdo que no capitalizara en su favor un hecho de esta naturaleza, pero en un plazo más largo puede tener otras consecuencias. Para intuir cuáles podrían ser es necesario reconocer que la actitud de la mayoría de los mandatarios constituye un cambio en la estrategia que mantenían hasta ahora sus respectivos países frente al gobierno cubano. En términos generales, se puede decir que con leves cambios conservaban los lineamientos generales de la Guerra Fría, expresados en una toma distancia con respecto a Cuba, tanto en el intercambio económico como en las relaciones políticas. Eso les impedía ejercer cualquier influencia, especialmente en temas tan sensibles como el de los derechos humanos. Un acercamiento como el actual puede convertirse en una puerta que se abre para el tratamiento de esos y otros temas que requieren inmediata atención hemisférica.

El acercamiento latinoamericano y caribeño puede ser un incentivo para producir cambios en la ceguera norteamericana hacia Cuba. El tiempo que les queda a los hermanos gobernantes es relativamente corto y es obvio que su ausencia generará cambios sustanciales. En situación de aislamiento, esos cambios podrían desembocar en situaciones muy graves para el pueblo cubano y para el contexto internacional. Esta reunión puede ser el primer paso para prevenirlas.