Muchos extranjeros se asombran de que en el Ecuador, un país chico y con régimen unitario, cada cantón y cada provincia tenga su escudo, su bandera y su himno. A esto habría que añadir que tienen también su propio aniversario de independencia o alguna fecha heroica que celebran con desfiles, discursos y veneración. La respuesta para los foráneos puede ser que los ecuatorianos nos tomamos muy en serio eso de la patria chica. Sobre todo lo de patria, porque lo de chica no tiene cabida en la valoración que hacemos del lugar de nacimiento, mucho menos en las letras de esos himnos. Nuestra apreciación siempre es desmedida, grandilocuente y exagerada. No es para menos, si aún andamos por ahí preguntándole a la historia qué somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
El himno a Quito no se salva de esa tendencia. Al contrario, tiene todas las características señaladas. Compuesto en la época en que el mestizaje era de buen gusto (o, dicho en términos actuales, políticamente correcto), contiene varias apelaciones a la mezcla indígena y española. La visión predominante en ese momento consideraba que esa mezcla (siempre se habló de mezcla, nunca de combinación) había producido un personaje particular e irrepetible. El mestizo –producto armonioso y edulcorado de ese encuentro histórico– se presentaba como el dueño de una visión específica del mundo, creador de una cultura propia y, obviamente, como la esperanza de un futuro esplendoroso.
De ahí que frases como “Ciudad española en el Ande” y “Porque te hizo Atahualpa eras grande y también porque España te amó” ahorran largas y cansinas explicaciones al respecto. Obviamente, no importa que Atahualpa no haya tenido papel alguno en la construcción de la ciudad y que no existan pruebas del cariño español por esa ciudad en particular. Lo que interesaba en ese momento era anclar la ciudad y sus habitantes en una historia imaginaria de fundición de culturas.
El Municipio de Quito ha decidido remplazar esas frases y la estrofa completa que las contiene por una que alude al papel de la ciudad en la lucha independentista. Sin duda, es un intento de eliminar la idea del mestizaje como columna vertebral de lo quiteño, en particular, y de lo nacional, en general, lo que va de acuerdo con los tiempos re-fundacionales que corren. Pero con ello les han corrido los andamios a quienes andan preocupados por el ser nacional. Hay que recordar que en las versiones más actuales, sofisticadas y desmedidas se ha llegado a hablar del barroco andino como un aporte al pensamiento filosófico de la humanidad. Sustituir la estrofa no es un problema, pero encontrar reemplazo a la idea de la mezcla, al mestizaje como elemento constitutivo del ser nacional, debe ser tarea dura para quienes buscan las raíces de la identidad en la historia.
Un historiador marxista inglés habló de la invención de la tradición. Cada cierto tiempo, los pueblos reinventan su pasado. Lo curioso es que asistiendo como espectadores e incluso como actores a ese invento nos convencemos de su verdad.