La semana pasada en esta columna expresaba mi decepción por la pasividad generalizada de la juventud, especialmente ante el expolio del Yasuní y los atentados contra libertad de expresión. Me llegaron cartas de jóvenes que me informaban que ellos y sus organizaciones sí estaban haciendo algo, unos para defender la naturaleza, otros la libertad. Mi anterior artículo establecía que había excepciones muy importantes a la extendida abulia, pero me alegraron estas comunicaciones, me llenaron de ilusión, que es lo que siempre deberían inspirarnos las nuevas generaciones.

A su vez los jóvenes deben estar llenos de ilusiones, de utopías, la única condición es que no pretendan imponerlas por la fuerza. Tras la penosa experiencia del socialismo nacionalista del siglo XXI, debe quedarnos claro a todos que las nuevas propuestas deben asumir el Estado mínimo como la única opción éticamente justificable. El único papel del Estado mínimo es mantener el orden y la justicia en una sociedad, es decir, nada más y nada menos que, vigilar que no se violen los derechos de las personas. No es un Estado capitalista, permite el mejor desenvolvimiento de ese sistema económico, lo que no obsta para que se intenten otros tipos de emprendimientos. El marco de un Estado mínimo es ideal para que cada uno intente su propia utopía, cooperativa, comuna, colectividad o cualquier organización que respete las decisiones de los no asociados. Las entidades de estos tipos se han demostrado poco eficientes a la hora de enfrentar a las empresas capitalistas, pero no se puede negar que estas han actuado favorecidas por Estados intervencionistas mercantilistas. Como no se permitiría estas gabelas, lo más probable es que podrán convivir diversos géneros de asociaciones. Robert Nozick, de quien hemos tomado muchas ideas, dice que el Estado mínimo es la utopía de las utopías, porque permitirá la coexistencia de ideas y proyectos. Él habla de un “buffet de utopías”, en la que cada uno se servirá la que guste.

Por otra parte, la ecología no tiene nada que ver con lo primitivo o lo irracional. Es una ciencia racional y moderna. Ella nos ha mostrado que la naturaleza no es un conjunto de res nullius, a la espera de apropiación, ¡tiene dueño! Océanos, selvas, glaciares, desiertos, no son regiones de las que se puede abusar porque en ellas viven pocas personas o nadie. Cada paraje y cada especie “salvaje” es irreemplazable en ese gran organismo que es la vida (¿Gaia?) y no pueden ser afectados sin alterar literalmente a todo el planeta. Las cosas no se entendían así antes. Entonces, el respeto al medio ambiente no es un “derecho de la naturaleza”, sino la aceptación activa de la propiedad de la humanidad sobre los recursos que hacen posible la vida. Nada nuevo, solo una nueva manera de entenderlo.

¿Son compatibles estas dos visiones: sociedades organizadas con Estados mínimos y respeto a la propiedad comunitaria de la humanidad sobre la naturaleza? A primera vista parece que sí. Desarrollemos estas ideas para planificar nuestra utopía, nuestra ilusión.