Las reflexiones del cardenal Jean Pierre Ricard sobre laicidad me sirven de guía en este artículo. Me refiero a la realidad actual en Francia, porque habiendo sido cuna de la separación Estado Iglesia, se la ha tomado como referente. Algunos pretenden revivir el laicismo del mundo monocultural del siglo XVIII en el socialismo del siglo XXI, de un mundo pluricultural. El laicismo se humanizó, respetando a la persona humana, especialmente la libertad, su valor humano más grande después de la vida.

Por la prolongada vigencia de la unión Iglesia-Estado se ha olvidado que esta unión fue impuesta por conveniencia circunstancial del Estado. La separación ideal hubiera sido la lograda con diálogo. Los resquemores y el iluminismo, que acepta solo lo experimentable, pervirtieron la separación en ruptura. Las heridas se han ido cicatrizando; la separación se realiza actualmente en laicidad. Según la laicidad, el Estado no tiene ni impone una religión; respeta la libertad de sus ciudadanos de tener una religión, o de no tenerla. Los gobiernos que quieren revivir el siglo XVIII no han superado el laicismo; no distinguen laicismo de laicidad, ruptura de separación. “El Estado no ignora los cultos; pues asegura la libertad de conciencia y garantiza el libre ejercicio de los cultos. No los relega en el solo dominio de las convicciones personales, reconoce su dimensión social”.

Señalo unas concreciones de este reconocimiento en Francia:

-“La participación financiera del Estado en la educación de los establecimientos particulares.

-El libre ejercicio religioso en los establecimientos públicos como liceos, colegios, hospitales, prisiones, cuarteles con sus Capellanes”.

-“La laicidad del Estado no quiere decir rechazo, o desconocimiento de las religiones, sino distinción de los campos de acción”.

- “La laicidad no impide algunas relaciones de cortesía”…

-“Estado e Iglesia, por razones diversas, están al servicio de la vocación personal y social de las mismas personas. Las sirven más eficazmente, buscando una sana cooperación, teniendo en cuenta las circunstancias de tiempo y de lugar”.

El laicismo rechaza que la Iglesia defienda los valores humanos fundamentales, como vida, verdad, justicia, libertad, laboriosidad. Estos no son propiedad ni del Estado ni de la Iglesia. La historia de otros pueblos enseña que los actos de prepotencia son juzgados de acuerdo a estos valores. No prescriben. La Iglesia, por fidelidad al Hijo de Dios hecho hombre, debe proponerlos con su ejemplo y con sus enseñanzas.

Actualmente hay una corriente que pide que no solo el Estado prescinda de lo religioso, sino también toda la sociedad. El laicismo del Estado del siglo XVIII tiene en el siglo XXI un libreto, que se sigue, para imponer el laicismo no solo del Estado, sino de la sociedad, reduciendo así la expresión pública y social de las religiones. La laicidad de la sociedad favorece la convivencia entre grupos religiosos. El credo religioso no es un mueble, que se puede colocar en el sótano; la expresión pública y social de la fe, dentro del respeto del orden público, es parte del derecho de cada persona en una sociedad plural y democrática.