La mañana en que Jaime Roldós Aguilera, democráticamente electo, asumía la presidencia de la República y sellaba un periodo de dictaduras militares en el Ecuador –primer país en una región asolada por la bota irracional– los alumnos de sexto grado de la escuela Federico Proaño arribábamos al parque central de Ibarra. Era la gira de una generación que se estrenaba en democracia.

En la televisión de una tienda esquinera vimos las imágenes en blanco y negro que hasta hoy se mantienen en mi mente. Ni las asimilaba ni las comprendía, solo sentía que era algo importante.

Varios meses después mi padre, en una nublada tarde, cargaba su equipo fotográfico y salía por el zaguán de la casona de adobe; entonces el vértigo de presentir que no lo veríamos en varios días invadía, como de costumbre, nuca y espinazo. Siempre lo hacía cuando algo grave pasaba en el país.

Días después regresó del Huairapungo y con mis hermanos rodeándolo recreamos sus relatos: que las hélices erguidas evidenciaban que el motor estaba detenido cuando la nave se estrelló; que el avión se dio contra una roca, casi en la cumbre; que el “accidente” terminó con un gran presidente...

Pero la conciencia con la que uno vive los hechos al inicio de la adolescencia no es la misma varias décadas después, cuando repasa esos mismos hechos en su contexto regional. Me ocurrió con el documental La muerte de Jaime Roldós, extraordinaria producción de Manolo Sarmiento y Lisandra Rivera, audaces cineastas ecuatorianos que por audaces, irreverentes. Por irreverentes, luchadores.

Este documental se estrenó el viernes anterior; no fue noticia con impactantes despliegues de diseño ni generosas reseñas, como las que sí se dan con propuestas “hollywoodescas” cuya proyección exaspera a cada minuto las cajas registradoras. Esas que se meten más con el bolsillo, la diversión, y menos con el cerebro.

Fue un estreno que no escapó de la polémica, por la negativa de una cadena a proyectarla aduciendo “el entretenimiento por sobre la información”, los “contenidos políticos del documental”, como la alusión al expresidente León Febres-Cordero. (¿Capitán América o El día después de mañana no tienen evidentes contenidos políticos?).

No creo que el conflicto se trate por la alusión al “insolente recadero de la oligarquía”, sino a contextualizaciones como la inusitada celeridad con la que Estados Unidos “autoriza” la venta de aviones israelíes para que Ecuador esté a la altura de un conflicto con el Perú, en Paquisha, Mayaicu y Machinaza; guerra fabricada, según el argumento del documental. De paso quedamos endeudados, sometidos, indefensos.

La secuencia me recordó al inefable director que en mi escuela zanjaba diferendos entre compañeros autorizando el uso de sus guantes de box en un ruedo de “compañeros” que también se fraccionaba para apoyar a uno u otro contendor; y luego exigía que se abracen, y ellos, sangrantes y resentidos, mordiendo disimuladamente la rabia y el dolor, agradecían al mediador y a sus garantes.

El documental La muerte de Jaime Roldós nos esperanza por la convocatoria a cientos de jóvenes en busca de recuperar la memoria histórica. Y nos esperanza por el apoyo que hoy recibe la cultura para que conciba este tipo de productos audiovisuales. Por ello, no nos queda más que un sincero ¡Gracias!, Manolo y Lisandra.