El antropólogo David Graeber ha causado revuelo con un ensayo en el que recuerda que en 1930, el famoso economista John Maynard Keynes profetizó que, hacia finales del siglo XX, gracias a la tecnología, la jornada laboral se habría reducido a quince horas semanales. Sin embargo, a pesar de que probablemente hemos alcanzado el nivel de desarrollo suficiente, el vaticinio no se ha cumplido. Ha ocurrido precisamente lo contrario, todos trabajamos más que nunca. Por eso cientos de millones de personas en todo el mundo, sobre todo en países desarrollados, están condenados a gastar sus vidas en trabajos que ellos mismos saben que no son necesarios. Esto tendría graves consecuencias psicológicas y morales. En lugar de que la tecnología nos permita usar el tiempo en nuestros propios proyectos, han surgido una serie de disciplinas, sobe todo vinculadas con la administración y los servicios, que si desapareciesen nada se afectaría realmente. También hay actividades que solo existen porque el resto de gente está ocupada trabajando demasiado. A unos y otros Graeber los llama “bullshit jobs” (trabajos de mierda).

Parece ilógico que las empresas malgasten en empleados que no necesitan, pero así ocurre. Con frecuencia entidades despiden a miles de personas sin que su funcionamiento se altere, porque siempre hay alguien haciendo un trabajo no indispensable. Realmente los empleados trabajan las quince horas de la profecía, el resto del tiempo asisten a seminarios de motivación o se dedican a otras actividades improductivas. Parece que el establecimiento considera que la gente con demasiado tiempo libre es un peligro. Todo esto tiene origen en la creencia de que el trabajo es un valor en sí mismo y no un medio. Trabajar fuerte siempre está bien visto, aunque no se produzca nada. Graeber acepta que nadie tiene autoridad moral para decir que tal trabajo es inservible, pero esto no cambia la realidad. Cuenta el autor que nunca ha encontrado un ejecutivo dedicado a esas esotéricas disciplinas que le diga de una vez que lo que hace es superfluo, pero con unos cuantos tragos terminará lamentándose de lo insignificante que es su labor.

Las empresas ecuatorianas son pequeñas como para que este fenómeno sea muy marcado, aunque se da y proporcionalmente bastante. Pero en donde es masivo en el sector público, con sus batallones de asesores, consultores, expertos, acompañantes. Así vemos que el IESS despide a más de mil trabajadores, sin que sus servicios se vean afectados demasiado (eso esperamos). Pero además, debido a la acromegalia del Estado, han surgido centenares de empresas que le venden estudios, consultorías, proyectos, auditorías, acompañamientos y otras chucherías conceptuales sin utilidad real. Las minorías dominantes ecuatorianas han sido en general poco productivas, su actividad fundamental es el parasitismo del Estado, eso viene desde la mismísima época colonial. De allí el desinterés con el que las mal llamadas élites miran el caso del Yasuní y otros similares. Están felices con ello, porque significan más negocios para sus... ¿podemos llamarlas “empresas de mierda”?