Como siempre, no deja de llamarme la atención esa gente que empieza a opinar sobre el papado sin que nadie les haya pedido su opinión. Sonrío cuando oigo a demasiados ateos confesos alegrarse por los aciertos del papa Francisco. Pienso que deberían desear para el catolicismo el peor papa posible, para que de una vez se acabe este antro de engaños que es para ellos la Iglesia romana. Son los mismos que no querían a Benedicto XVI porque no lo entendían, porque su mensaje estaba en una esfera de profundidad fuera del alcance de su anticatolicismo light y “alternativo”.
Mucha gente, creyentes y no creyentes, ha expresado su satisfacción por la llegada de un obispo argentino y carismático, capaz de poner orden en la Iglesia en crisis, una vez más. La peor crisis de la Iglesia fue la que se dio en el año 30, cuando su fundador fue ejecutado mediante crucifixión. Todos los cristianos del momento huyeron y se escondieron. La cosa había durado poquísimos años y todo había terminado... Bueno, sí saben lo que ocurrió tres días después. Desde entonces los momentos terribles han menudeado. Pensemos nomás en los años de la Reforma, de los cismas, en el siglo XIX con el papa prisionero. Y quizá peores que estas vicisitudes han sido épocas de gran corrupción, desidia y pérdida del sentido mismo de lo eclesiástico. Nuestra angustia solo terminará el día en que nos reunamos todos en el valle de Josafat. Así que tranquilos, moriremos sin ver el final de los años difíciles, pero tengamos la seguridad de que estos no han sido los peores en ningún sentido.
¿Qué es una crisis? Pienso que debe ser una situación que impida o estorbe el cumplimiento de los fines de determinada institución. ¿Y cuáles son los fines de la Iglesia? Los estableció Jesús en el momento mismo que la fundaba: tener las llaves del reino de los cielos. Es decir, ser el camino que ha de conducirnos a la vida que hay después de la muerte. Todo lo demás es subordinado a este fin. En este momento hay católicos que creen que la Iglesia debe “abrirse”, facilitar la adscripción, relajar las normas, para que sean muchos más los que puedan encaminarse hacia la patria celestial. Otros, en cambio, estarían por una Iglesia más severa, que con apego estricto a los mandatos evangélicos y a las tradiciones, que garantice que los que están embarcados en su nave llegarán al Reino. ¿Más católicos o mejores católicos? Ambas cosas, porque las dos no necesariamente se excluyen. Eso muy fácil se dice... Hay tradiciones revisables, pero hay pilares incontrovertibles, entonces cedamos en las unas y acendremos en las otras. Tampoco es tarea fácil. El evangelismo populista hace estragos entre los partidarios de una espiritualidad más intensa. En indiferentismo cunde entre los que consideran excesivas muchas regulaciones las de la Iglesia. ¡Hay que tener valor y sabiduría para pastorear un rebaño de mil millones de ovejas de todos los colores!