Usted, informado lector, conoce que esta palabra denomina a una peligrosa disfunción; quien la padece tiene una erección permanente, sin deseo ni placer, con gravísimas consecuencias. Pero no nos referimos a eso, sino a un síndrome político también de funestos resultados, con el que coincide fonéticamente… aunque no solo eso. El priapismo político consiste en la imitación del sistema autoritario implantado por el PRI, el Partido Revolucionario Institucional de México durante setenta años. Entonces la palabrita viene de PRI con el sufijo –ismo, que expresa doctrina, sistema, modo o partido. “Oiga, pero le sobra una AP”. No sobra, ya verá.

Este año el PRI volvió al poder, tras doce años de ausencia, en los que parece que gran parte de su aparato de poder fue desmontado. Cuando nació en 1928 se llamó Partido Nacional Revolucionario, luego Partido de la Revolución Mexicana y adoptó su sonoro nombre en 1946. Era, como las siglas lo indican, un grupo político que pretendía representar los ideales y logros de la Revolución Mexicana. Desde sus inicios se convirtió en una fuerza monopólica que dominó su país en todos sus ambientes. No solo los tres poderes del Estado, sino también todas las instancias culturales y económicas. Mario Vargas Llosa lo definió como “la dictadura perfecta”. Era un modelo de totalitarismo solapado, en el que se toleraba a la prensa privada, de la que Televisa era el paradigma, empresa independiente pero totalmente alineada con el régimen. Hasta había oposición, pero no sabía ganar elecciones ni a nivel barrial. Todo tenía un sesgo, incluso el cine y el toreo, hubo cineastas y matadores del PRI.

Se conservaba la retórica revolucionaria, sobre todo puertas para afuera. En cierto momento México era el único país hispanoamericano que mantenía relaciones con la tiranía castrista y la inexistente república española tenía su sede en la capital azteca. Pero para lo interno, todo se resolvía en un capitalismo de Estado limitado, en el que hombres de negocios parasitarios medraban gracias a sus contactos con el gobierno. Su eficacia política, eso sí, era indiscutible. Gobernantes de otros países, como los militares brasileños, que también decían que habían hecho una “revolución”, enviaron misiones a estudiar el modelo mexicano para replicarlo. Originalmente tuvo caudillos como Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, pero luego se convirtió en una oligarquía político-económica alternante, que no dudó en mostrar su lado feroz en matanzas como la de Tlatelolco o la de Aguas Blancas.

Preguntamos, ¿la “revolución” local no está en busca de un modelo similar? ¿No quiere también ser “institucional”? ¿Superará el caudillismo? Hay indicios que apuntan en ese sentido. El modelo económico es similar y sobre todo alienta una erección permanente mediante la publicidad revolucionaria, los sistemas asistencialistas y la política exterior izquierdista. Todo lo que tocó el PRI con su aparato paralítico se hizo inoperante, feo, mediocre y huachafa. Al igual que su homófono fisiológico, este sistema puede llevar a la necrosis del órgano y los humores acumulados descompuestos deben ser extraídos quirúrgicamente.