La diferencia más notoria entre los dos primeros gobiernos de Rafael Correa y el que comienza es la mayoría absoluta de Alianza PAIS en la Asamblea. Sin embargo, no es la única y posiblemente no llegue a tener la importancia que se supone cuando se ve la fría evidencia de los números. Hay otras diferencias que son menos evidentes y que marcarán a este periodo, pero incluso la misma mayoría absoluta no es algo tan novedoso dentro del proceso de la revolución ciudadana. Cabe recordar que ya la tuvo durante el breve tiempo que funcionó la Constituyente. Pero, es cierto que hay un rasgo específico de aquella ocasión que debe ser tomado en cuenta.

Esos todavía eran tiempos de euforia, en los que había cabida para corazones ardientes que aún no sentían el enorme peso del liderazgo y, por tanto, se daban gusto en hacer volar la imaginación. Todo era posible en esa enorme ONG que fue la reunión de Montecristi, desde cambiar los símbolos patrios (que no prosperó seguramente porque la tradición pesa mucho en las revoluciones) hasta la saturación retórica de derechos y garantías. Todo ello permitió introducir el garantismo y el pachamamismo (que, valga decirlo de paso, ahora se han convertido en estorbos y deben ser eliminados para poder avanzar).

Hasta ahí la diferencia. El quiebre de esa situación, que marcó el inicio de un nuevo estilo de conducción política y que establece la similitud con la que viviremos desde esta semana, vino con la orden de reemplazar al presidente del aparentemente poderoso organismo. Por ingenuidad o por razones inconfesables que sus actores se llevarán a la tumba, en ese momento la interpretaron exclusivamente como la necesidad de pisar con más fuerza el acelerador. Solamente meses después lo verían como lo que verdaderamente era, como un problema político de disidencia interna. Pero ya era demasiado tarde. El mensaje, que negaba el espacio a cualquier discrepancia en el interior de las filas revolucionarias, fue recibido pasivamente por quienes finalmente serían los afectados. Así, dejaron que el personalismo se entronizara en el que originalmente iba a ser un proceso basado en la participación ciudadana. De ahí en adelante la historia se escribió en primera persona. En única persona.

La mayoría absoluta en la Asamblea viene a ser un adjetivo de esa primera persona y la situación será similar a la que se configuró en la segunda fase de la Constituyente. Ahí se marcó claramente el fin de las iniciativas personales o grupales y del entusiasmo innovador. La búsqueda de eficacia se impuso sobre el debate e incluso sobre la ideología. Para asegurar los resultados, el líder instaló su caballería y su artillería en el cuarto de al lado, mientras la mayoría se solazaba al contar y recontar su número. Ahora, después de varios años de entrenamiento, ni siquiera será necesario enviar a esos emisarios. No hay necesidad, con una magra oposición que no debe hablar porque es perdedora y unas huestes propias que tampoco deben hacerlo porque saben a quién deben su presencia.