No iba a escribir sobre el Premio Nobel concedido a Bob Dylan, el gran bardo americano. Pero se han dicho tantas cosas, tantas como jamás recuerde respecto de algún otro laureado nobel, que no decir nada sería tan descomedido como no contestarle el teléfono a la Academia Sueca cuando te llama a comunicar que te han concedido el galardón. Bob es judío, pero tras apellidarse con el pseudónimo Dylan, homenajeando al gigante galés Dylan Thomas, se lo acepta en la etnia celta, sin que por ello pierda su estatura de profeta hebreo. Por eso, denominarlo con la palabra de origen celta “bardo” es absolutamente preciso. Una ley escocesa establecía que “todos los vagabundos, fulleros, bardos, parásitos y otros de similar clase serán marcados en la mejilla”... like a rolling stone, de hecho en una ocasión la policía lo detuvo porque pensó que era un vagabundo. Hago bien entonces en llamarlo con esta palabra que en viejo idioma britónico significaba “el que levanta la voz”.

Hace unas semanas en un encuentro literario, el crítico mexicano Christopher Domínguez se refirió a las opiniones que calificaban como gran poeta al recientemente muerto cantante y compositor Juan Gabriel. Opinó Domínguez que las letras para canciones corresponden a una categoría epistemológica distinta del poema y añadió que tampoco aceptaba que se califique a Agustín Lara como poeta, sin que esto quiera decir que sus letras sean malas. Comparto esos criterios, pero creo que el caso de Dylan es distinto. Sus letras son poemas a los que se les ha impuesto música, como ocurre con El alma en los labios, de Medardo Ángel, que no dejó de ser un hermoso poema cuando Paredes Herrera lo musicalizó. La diferencia es que en el caso del ahora laureado Dylan, él mismo pone las notas. Raro es el poeta que no sueñe con que sus versos ganen el mundo en la voz de algún famoso intérprete. A Bob no se lo ha premiado por músico y tampoco por ícono revolucionario, esos no son asuntos literarios.

A nadie “deben” darle el Premio Nobel, tampoco se puede decir que tal o cual autor “no lo merece”. Nos gustaría que se lo den a Kadaré o Adonis, pero ese es nuestro criterio, la Academia Sueca no es la Corte Internacional de La Haya que “debe” fallar apegada a una ley. Muestra de los descriterios que ha desatado este premio es un texto de Dege Stefan, el redactor de Cultura de la Deutsche Welle, la cadena alemana de radio y televisión, quien nos viene a decir que el Nobel “rinde homenaje a un poeta que canta, en vez de escribir literatura”, entonces resulta que ¡la poesía no es literatura! Tontería. Y añade que los poemas de Dylan no funcionan sin su música, falso. Su carga poética resiste hasta el burdo tamiz de las traducciones:

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“Las tormentas agitan en el violento mar

Y en la carretera de la aflicción

los vientos del cambio soplan salvajes y libres.

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Tú no has visto nada igual a mí todavía”.

¿O no?

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(O)