Tres samborondeños dedicados al cuidado del reino animal y vegetal

Édison Herrera: Venció sus miedos a acercarse y ahora es quien los alimenta Sin haber tenido experiencia con el trato con los animales silvestres, Édison Herrera, un samborondeño de 33 años que vive en Tarifa, postuló para trabajar en el Parque Histórico motivado por un amigo que laboraba en el sitio. Sus ganas de trabajar y la responsabilidad que mostraba en todas las funciones que le asignaban lo hizo destacar del grupo, ahora ya tiene 15 años de trayectoria en el lugar.Durante los primeros meses trabajó en el área de bosques haciendo podas, dragados de terreno, entre otras actividades; luego de seis meses pasó a ser zoo cuidador, encargándose directamente de la alimentación de los animales y de la limpieza de sus hábitats, por lo que la cercanía con aves, mamíferos y reptiles se volvió inevitable.Édison confiesa que en un principio tenía temor hacia algunas especies, en especial luego de un incidente que tuvo en el área de los monos, cuando Domingo, un mono aullador, lo mordió por la espalda. “Él era muy juguetón, lo que quería era jugar conmigo, pero yo no me di cuenta, me volteé y lo fui empujando y entonces reaccionó así”, cuenta.Está casado y tiene tres hijos pequeños, quienes a diario se interesan por su trabajo. “Me gusta poder explicarles lo que hago, en realidad la convivencia con los animales me ha enseñado a respetar la vida de la naturaleza”, dice.No es algo que se escuche con frecuencia, pero su especie favorita es el cocodrilo. “Me gusta la personalidad de este animal porque siempre está a la defensiva, atento y desafiante”. Por eso que se quedó grabado en su mente una ocasión en la que con botas hasta la rodilla y cañas de protección tuvo que ingresar al estanque de los cocodrilos para retirar a 16 bebés que acaban de nacer, un procedimiento se debe hacer con esta especie ya que como son pesados, en muchas ocasiones suelen matar a las crías. Luego él se encargaba de alimentarlos con camarones hasta que ya de adultos, midiendo unos 40 cm cada uno, se encargó de trasladarlos a la cocodrilera de la isla Santay.Luego de varios años Édison ha ido perdiendo el miedo a acercarse a las especies y se evidencia cuando ingresa a los estanques a alimentarlos sin inquietarlos, mostrando seguridad, aunque algunos como al águila arpía, aún pueda ponerle los pelos de punta en ciertas ocasiones. Emma Fernández-Madrid: Estar cerca de la vegetación le da libertad y la llena de vida Trepar a los árboles más altos para alcanzar la fruta y comerla recién arrancada de las ramas, jugar con la tierra y andar en contacto con las áreas verdes siempre fue el mejor plan en la infancia de Emma Fernández-Madrid, bióloga de 43 años que trabaja cuatro años en el Parque Histórico Guayaquil.Para esta amante de la naturaleza aceptar el trabajo en este lugar fue todo un desafío. “No tenía experiencia en lo que me tocaba hacer, aquí teníamos que prácticamente hacer un bosque, crearlo de la nada hasta conseguir un hábitat auténtico, propio para cada especie, no fue fácil”, cuenta.Mientras revisa los brotes de una orquídea y toca sus hojas ella recuerda su primer periodo en el parque, que fue del 2005 al 2008. “El proyecto consistía en crear áreas para el bosque seco, manglar, de garúa y de llanura inundable, para esto las botas y la ropa deportiva, apta para estar en contacto con la tierra, lodo y demás, era inevitable”, cuenta Emma, quien admite que es ese look informal y cómodo el que más la identifica.Para ella su trabajo es su pasión ya que no solo se limita al cuidado de las plantas y control de plagas, sino que además se encarga de crear programas ambientales educativos, complementando otra de sus pasiones, enseñar a niños y adultos a respetar a la naturaleza y a comprender porque es importante su cuidado.Durante el proceso de recrear los bosques recordó su infancia. “Como tenía que mantener un control de las especies que íbamos sembrando, en más de una ocasión me tocó trepar los árboles para obtener la muestra desde la copa, todos se ponían nerviosos de que algo me pasara mientras escalaba, y yo lo disfrutaba al máximo”, dice con una sonrisa.Luego de su primer periodo se dedicó a ser ama de casa y cuidar a sus dos hijos, hasta que luego de 7 años nuevamente se le presentó la oportunidad de regresar al parque en el 2015. “Este es el ambiente ideal para mí para trabajar, estar en contacto con la flora y la fauna y sentir un poco de libertad con este paraíso es algo inmejorable”.Sin importar si se trata de un animal o de una planta, los cuidados son importantes, es por eso que para Emma a pesar de que las especies vegetales son más independientes en su desarrollo, hay que conocerlas bien, saber qué necesitan y revisarlas con frecuencia para que no se enfermen o se deterioren, y ella lo cumple, ya que con solo ver el color puede determinar su estado. Ana Piña: Ella ha sido la mamá sustituta de crías de animales silvestres Haciendo las veces de mamá sustituta Ana Piña se encarga de los cuidados y la alimentación de Félix, un mono de la especie mico cariblanca, de dos meses, que quedó huérfano y nació en el Parque Histórico, lugar en el que trabaja como médico veterinaria, y de Niña, una yaguarundi o gato moro de 3 meses, que fue encontrada en medio de la vía a la costa.Con un pequeño biberón lleno de leche alimenta a Félix, quien no vacila en asegurarse de cogerlo con su pequeña mano peluda, mientras Niña revolotea junto a ella, mordiendo un peluche, su juguete favorito. Los dos son muy dependientes de Ana, al punto de no despegar su atención de sus movimientos para no alejarse mucho de ella, y es que para ellos Ana es su mamá.Nació en el cantón Milagro hace 37 años y desde hace 7 trabaja en el parque. Allí se encarga de supervisar el cuidado de la fauna silvestre y la doméstica, el control sanitario, atención veterinaria y chequeos rutinarios a las casi 600 especies del lugar.Ella cuenta que su amor por los animales comenzó desde pequeña, cuando su padre, que es agricultor, la ponía al cuidado de pichones que encontraba entre los sembríos de arroz. “En la casa nos encargábamos de alimentarlos y cuidarlos, pero siempre con la idea clara de liberarlos”, dice.Ana se graduó en Medicina veterinaria en la Universidad Agraria. Luego, en el 2001, tuvo la oportunidad de hacer una pasantía en el Zoológico del Parque de Las Leyendas, en Lima, Perú. Al regresar, ya con la experiencia de haber estado al cuidado de especies silvestres e incluso encargarse de individuos en cautiverio, fue contratada en el Parque Histórico.Es fácil ver el vínculo que tiene con cada una de las especies que cuida, las conoce a la perfección, por lo que, aunque no es su función, es una excelente guía durante el recorrido por el sendero silvestre.Una de las anécdotas que más recuerda es el nacimiento de Pacari, un bebé tapir. “Fue como ver una película en el mejor puesto, todo pasó en frente de mis ojos, fue rápido, no demoró más de 10 minutos, su madre Elena hizo un excelente trabajo, luego ya nos tocó actuar a nosotros, cogiendo al bebé y cuidándolo en un área aparte”, cuenta.Es tanto su gusto por los animales que en varias ocasiones ha tenido que llevar aquellos bebés que están bajo su cuidado a la casa, ya que debe alimentarlos cada dos horas.Con su esposo, Ronald Fiallos, comparte esta pasión por los animales, por lo que él no pierde oportunidad en rescatar animales de la calle. (I)

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