El chofer de una camioneta 4x4 ingresa con precaución por un camino lastrado que conduce a una parte del Manabí profundo. A esas comunidades que están ubicadas a 10, 20 o más kilómetros “para adentro”, en lo alto de montañas, en medio de la maleza, donde los daños del terremoto de magnitud de 7,8 no son tan visibles para la ayuda humanitaria, porque por ahí no pasan los caminos de primer orden. Solo llegan familiares que viven en otras provincias.

La Estancilla (cantón Tosagua) es una de las 53 parroquias rurales de Manabí. Y Los Pachones es uno de los recintos de esta localidad que perdió el 50% de las casas de caña, de construcción mixta y de ladrillos, asentadas en este lugar rodeado de cultivos agrícolas.

El vehículo llega hasta el predio donde se levanta el aula de una escuela unidocente que ya no funciona. Desde el sábado anterior, las cuatro paredes con techo y rejas se convirtieron en un refugio para una treintena de personas que no se sienten seguras en sus casas por temor a que colapsen por una réplica. A pocos metros, una iglesia está por caerse.

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“Mire joven, en esta mesa yo me metí el día del terremoto”, dice Clara Alcívar, de 80 años. Ella cuenta que su casa quedó inhabitable y que la ayuda “no llega regularmente”. En este sitio se aprovisionan de agua cruda de un pozo y hacen sus necesidades biológicas en otro pozo, “un pozo ciego”.

El presidente del Consejo Nacional de Gobiernos Parroquiales Rurales del Ecuador (Conagopare), capítulo Manabí, Darwin Talledo, informa, antes de ir a Los Pachones, que aproximadamente 10 mil casas fueron destruidas o están afectadas de alguna forma en las zonas no urbanas de los cantones manabitas. Esta cifra podría incrementarse tras inspecciones que realizan a las 53 juntas parroquiales rurales de esta provincia. El funcionario cree que las pérdidas ascienden a $ 70 millones.

“En una gran mayoría de parroquias mucha gente ha quedado sin sus viviendas (…). Después del terremoto comienza a sentirse la falta de trabajo, a los jóvenes y padres de familia los veo bastante desesperados (…). La ayuda ha ido llegando, pero nos falta continuar con la ayuda para los hermanos que viven muy alejados de las cabeceras cantonales y de las cabeceras parroquiales”, lamenta Talledo, quien también es presidente de la Junta Parroquial Ángel Pedro Giler, de Tosagua.

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La pérdida de las viviendas llevó a los damnificados a vivir prácticamente a la intemperie. Ana Jama, de 36 años, trata de dar un refugio a sus hijos y busca la forma de alimentarlos porque la ayuda no llega a diario, sino pasando 2 o 3 días.

En dos colchones sobre la tierra duermen seis personas. Sábanas hacen de paredes, pero insectos y otras plagas no piden permiso.

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Las vías de segundo y tercer orden también sufrieron daños, esto agrava el acceso de transportes con víveres a este tipo de comunidades. “(Están afectados) unos 3 mil kilómetros” de caminos que conducen a las parroquias rurales, indica Talledo. La energía eléctrica aún no se restablece en algunos caseríos, donde sí llega el servicio público.

Esta situación se recrudece en las zonas montañosas de Manabí. De camino a Bahía de Caráquez, familias enteras o solo los menores bajan a una vía alterna que lleva al balneario, a pedir agua y comida. Niños y adultos corren detrás de camiones y camionetas de gente particular que entregan ayuda. Pero no alcanza para todos.

Elena Montes, de 70 años, quien vive en una de las elevaciones, a 15 minutos de Bahía, dice que si no bajan no les llega nada. Añade, mirando el mar, que perdió su casa, pero no las esperanzas. (I)

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Entre las parroquias de los cantones más golpeados por el terremoto están: Cojimíes, Atahualpa y 10 de Agosto, en Pedernales: Canoa, en San Vicente; Santa Marianita y San Lorenzo, en Manta; Calderón, Pueblo Nuevo, Riochico, Alajuela, San Plácido, Los Chirijos y Crucita, en Portoviejo. De acuerdo con el censo del 2010, del INEC, en Manabí había 400.879 casas (en zonas urbanas y rurales).