Sin dejar de gritar: “¡papa!, ¡papa!, Lucas Castelblanco logró captar la atención de Francisco, quien se acercó, tocó su brazo y lo saludó. Aunque fueron solo segundos, para este joven de 16 años, estudiante del colegio Monte Tabor, fue un momento maravilloso que jamás se borrará de su mente. “Me sentí privilegiado y muy feliz de poderlo tocar, nunca pensé que lograría hacerlo porque había mucha gente”.

Él fue uno de los más de cien ecuatorianos del Movimiento de Schoenstatt y de las casi 6.000 personas de varios países, que acudieron a la audiencia que dio el papa en el Vaticano, hace un año, a los integrantes de este movimiento, luego de que celebraran el aniversario número 100 de su fundación en Alemania.

Como él, sus primos Rodrigo y Óscar, y su hermano Cristián, también participaron de la audiencia. “Yo no lo pude tocar, pero poderlo ver me bastó porque su forma de hablar te hace sentir muy cercano a él, te hace comprender muy bien su mensaje porque es como si estuvieras conversando con un amigo”, comenta Óscar.

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Rosana de Castelblanco, madre de Cristián y Lucas, cuenta que el encuentro fue muy emotivo, el ambiente era de fiesta. “Yo estaba en primera fila, en el corredor de la Basílica de San Pedro por donde pasa el papa saludando y bendiciendo a los espectadores, pero justo en el momento que iba a pasar, la gente enloqueció de euforia e hizo presión hacia adelante, lo que me tumbó y mucha gente pasó sobre mí, cuando me incorporé el papa ya había pasado y yo tenía los brazos con golpes, aunque no pude tocarlo sentí una emoción y una paz muy grande”, comenta.

Luego de haber vivido una experiencia así, el entusiasmo por volverlo a ver es aún mayor. Óscar cuenta que lo primero que hicieron varios miembros del movimiento, luego de que se hiciera oficial la visita del papa, del 5 al 8 de julio, fue postularse como voluntarios para ayudar en cualquier actividad que se necesite en la organización. “Ya se nos asignó un papel, pero nuestras funciones aún no se han especificado, por el momento estamos reuniendo fondos para desempeñar lo mejor posible nuestro papel, por ejemplo estamos vendiendo camisetas del papa en las iglesias”.

Esta será la primera vez que un papa latinoamericano visite Ecuador, ya que Francisco es de origen argentino, además será el país en el que el pontífice inicia su gira latinoamericana, luego irá a Bolivia y Paraguay.

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En Guayaquil su santidad dará una misa multitudinaria, a las 11:15, en el santuario de la Divina Misericordia.

Recuerdos especiales

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Esa gran expectativa por parte de las parroquias, sacerdotes y feligreses católicos ante la visita del papa Francisco es similar a la que se vivió hace 30 años con la llegada de Juan Pablo II.

La sensación de haber tenido un encuentro cercano con el vicario de Cristo en la tierra acelera el corazón de algunas personas que mantienen en su memoria el recuerdo intacto de haber podido ver de cerca a Juan Pablo II.

María Teresa de Riofrío, residente de la urbanización Los Lagos, y su esposo, Nelson Riofrío, estuvieron muy involucrados con la organización de las diferentes localidades en las que el papa Juan Pablo II hizo su visita. “El monseñor Bernardino Echeverría nos pidió que lo ayudáramos con el arreglo del santuario de Nuestra Señora de la Alborada, así como con la del templete de la cruz gigante de Samanes, donde fue la misa para el millón de personas, trabajamos muchísimo en eso, lo que nos permitió estar muy cercanos a su visita”.

Dos de sus hijos tuvieron la oportunidad de tener un encuentro cercano con el pontífice. María Paula tenía un problema de corazón muy grave, al punto que los doctores les habían comunicado que en cualquier momento podía morir.

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Junto a su madre, esta niña de cabellos rubios y de una gran sonrisa, asistió al encuentro que el santo padre tuvo con la juventud. “En un momento de distracción mi hija se levantó y llegó a los brazos del papa, quien la alzó, abrazó y le hizo la cruz en la frente, yo viendo eso casi me muero porque sabía lo que le estaba pasando a mi hija”.

Para María Teresa él hizo el milagro de curar a su hija, ya que hace tres años, ya muerto Juan Pablo II, un grupo de médicos de Estados Unidos le hicieron un trasplante de corazón, pulmones y riñón, todo a la vez, con órganos de un mismo donante. Ahora ella está sana.

Su otro hijo, Juan Carlos, fue “el único niño del país que pudo comulgar de la mano del papa”. María Teresa cuenta que junto a su esposo trabajaron toda la noche anterior a la misa, preparando el lugar y separando las ostias. “Llevé mi ropa, la de mi esposo y el terno de primera comunión de mi hijo porque no me iba a dar el tiempo para regresar a mi casa a cambiarme, la gente llegó al lugar desde las 24:00 a coger un buen puesto”, recuerda.

Cuando fue el momento de la comunión, Juan Carlos pasó luego de las autoridades a recibir la comunión, “él estaba muy emocionado, nosotros le decíamos que se diera cuanta que este hecho iba a marcar su vida, porque tuvo la suerte de recibir la comunión de las manos del santo padre”.

Asimismo, aunque era solo una niña, Ivette Veintimilla recuerda haberse puesto muy nerviosa y a la vez muy emocionada cuando Juan Pablo II la abrazó y le puso su cruz en la frente. Ella tenía 10 años cuando tuvo la oportunidad de participar en un acto sorpresa a la llegada del papa, ya que pertenecía al coro de niños del conservatorio Antonio Neumane, lugar al que le habían pedido cantar en la casa parroquial.

“Algunos niños llevaban cruces y objetos especiales para que el papa los pudiera bendecir, pero yo fui solo con una cruz de madera colgada en mi cuello”, comenta.

El coro cantó una canción en latín, Adeste fideles, que significa alegres de corazón. “Por la cantidad de gente el papa ingresó y no se dio cuenta de que estábamos cantando, alguien se lo dijo y él se regresó para saludarnos y bendecirnos”.

Cuando por fin llegó a donde estaba Ivette, ella sintió que su corazón latía rapidísimo, “me puse tan emocionada que no sabía ni lo que estaba cantando y me puse muy fría”, recuerda.

Ante la visita de Francisco, como un acto simbólico Ivette preparará, como directora del coro de primaria del colegio IPAC, a los estudiantes con canciones alusivas al papa, “para que vivan el momento, es decir no se van a presentar ante él, pero es una forma de prepararse simbólicamente a su visita”.

Aunque para Laura Noboa, residente de la urbanización La Puntilla, haber visto de lejos a Juan Pablo II en su visita a Ecuador fue un acontecimiento sin precedentes, haberlo podido tocar luego de varios años fue aún más gratificante.

Aunque han pasado 13 años de ese último encuentro con Juan Pablo II, cada vez que lo recuerda sus ojos se humedecen y su voz se quiebra cuando comparte esta experiencia.

Ella es hija del ex presidente Gustavo Noboa Bejarano, y en el 2002 tuvo la oportunidad de acompañar a su madre a la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, para la canonización de Josemaría Escrivá. “Ahí tuve la oportunidad de estar en primera fila, junto a mi madre, más atrás estaban mi esposo, Gustavo González, y mis hijos Gustavo, Santiago y Laura María”, cuenta.

Laura tenía al papa a escasos metros de distancia, sin embargo las autoridades indicaron que no sería posible acercarse porque no estaba bien de salud, “pero al finalizar la ceremonia, de una manera repentina, me dijeron 'camina, camina' y yo no sabía que hacer, me puse muy nerviosa hasta que fue mi turno de saludarlo”.

“Cuando tuve la oportunidad de acercarme y tocar sus manos, sentí muchos nervios, no paré de hablar, repetía constantemente 'bendiga a mi familia, bendiga a mi familia', fue algo muy emocionante”, acota.

Unos tres días después la familia de Laura consiguió pases para tener una audiencia con el santo padre. Allí todos los presentes tuvieron la oportunidad de acercarse al papa, recibir su bendición en voz alta y un rosario también bendecido.

Alicia Jalón, residente de la urbanización Guayaquil Tenis y docente de la universidad Ecotec, tuvo la oportunidad de recibir a Juan Pablo II en el aeropuerto y de estar presente en todos los eventos oficiales que dio en su visita, ya que es esposo, Joffre Torbay, fue en ese entonces funcionario del gobierno del expresidente León Febres-Cordero.

Pero esa no fue la primera vez, ya que un año antes asistió a la canonización del hermano Miguel, el primer santo ecuatoriano, en el Vaticano, como parte de la comitiva oficial. “Yo nunca imaginé que volvería a emocionarme así, porque pensaba que como ya lo había vivido no sería tanto el impacto, pero pienso que el impacto fue mayor porque lo sentí más personal, estaba en mi tierra”, comenta.

Ella recuerda al papa como un santo muy cariñoso, “cuando saludó a mi esposo, le cogió la mano y se la puso encima de su mano y le dijo: 'Dios lo bendiga a usted y a toda su familia', y esas son palabras que nunca olvidé”.

También estuvo presente en la visita que hizo el pontífice al palacio de gobierno, donde dio la bendición a todos los presentes. “Ahí no pude contenerme y tomé sus manos y me las puse sobre las mejillas, su presencia me dio tanta confianza y ternura que no pude controlarme”, comenta.

Otra historia es la de Ximena Martínez, residente de la urbanización Paseo del Sol, tenía 16 años, cuando en 1995 fue invitada a pasar vacaciones en Roma por su tío, Marcelo Santos, que era embajador del Ecuador ante la Santa Sede del Vaticano. Un día recibió con mucha sorpresa la noticia de que iba a poder asistir a una audiencia con el papa y que además sería una invitada especial, lo que significaba que iba a estar en primera fila y se iba a poder acercar a saludarlo. “Tuve una emoción tan grande, creo que todos los que vivimos la época de Juan Pablo II vamos a coincidir en decir que su presencia transmitía una paz y tranquilidad increíble”.

Ese día, al finalizar la ceremonia, llamaron por micrófono a los invitados especiales, ella cuenta que justo cuando iba a ser su turno de saludar al papa uno de los sacerdotes presentes que estaba junto a él le preguntó quién era y cómo se llamaba. “Yo le dije me llamo Ximena y soy de Ecuador, y justo en ese momento el papa se viró y me dijo '¿eres ecuatoriana?, muy bonitas son las ecuatorianas', y ahí me dio la mano y me dio un rosario que conservo hasta ahora”, cuenta emocionada.

Así también, Patricia Castro, encargada de la pastoral y directora de cultura estética del colegio CENU, tuvo la oportunidad de tenerlo cerca en dos ocasiones.

La primera fue hace unos 30 años, en el Vaticano, luego de haber asistido al encuentro del Movimiento de Schoenstatt. Patricia cuenta que ante la gran cantidad de personas que se amontonaban en la primera fila para alcanzar a tocarlo, ella que estaba en la tercera, estiraba lo más que podía su brazo para lograr tener algún contacto, y aunque estuvo muy próxima a lograrlo, no pudo hacerlo.

El segundo encuentro fue en su visita a Ecuador, cuando como miembro del coro del mismo movimiento tuvo oportunidad de cantar para él en la misa. “Lo vi alto y grande, fue una oportunidad hermosa que mostraba su intención de acercarse mucho a las personas, el mismo mensaje que ahora da el papa Francisco”, comenta.

Aunque Gabriela Carbo, residente de la urbanización Laguna Dorada y coordinadora de básica superior del colegio Monte Tabor, solo pudo verlo a lo lejos, entre la multitud, para ella su encuentro fue muy importante ya que estaba a días de dar a luz a su hijo Enrique.

“Mi familia me dijo que no intente verlo entre la multitud porque podía ser peligroso, sin embargo, yo estaba muy emocionada y no me quería perder la oportunidad, así que con mi esposo vimos el recorrido que iba a hacer en el papamóvil y decidimos ir”, cuenta.

Es así como avanzaron hasta el redondel de la av. de Las Américas, y ahí esperaron al santo padre. “Cuando llegué a la calle sentí que nadie me aplastaba, que nada me sofocaba, me sentía de maravilla, justo en el momento que pasó el papa saqué una crucecita de madera, con la imagen de él para que me la bendiga”, cuenta con una sonrisa.

“Fue una experiencia maravillosa, uno no sabe realmente qué va a sentir, solo va con la idea de ver a alguien importante y santo, pero solo con verlo sentí una emoción inmensa e indescriptible”.

Aunque la cruz ahora luce desgastada, con la imagen un poco borrosa y con rastros de pintura por los bordes, Gabriela la guarda como uno de sus recuerdos más importantes y gratificantes.

Todos estos feligreses que han contado sus historias tienen la intención de asistir a la misa del papa Francisco, por lo que están organizándose en grupos. Algunos irán desde temprano y otros peregrinarán desde la noche anterior. (I)