En la parte baja del cerro San Eduardo se levanta la ciudadela El Paraíso, que alberga a más de 4.000 moradores.

La vinculación de esta zona con la naturaleza es evidente inclusive en los nombres de sus calles con denominaciones como Los Mangos, Los Ciruelos, Las Palmas, y otros más. Y es que algunos de los primeros moradores relatan que en aquella época, alrededor de 1962, era posible ver animales silvestres como tigrillos, culebras o venados que rondaban el cerro aledaño.

Posteriormente, el descubrimiento de una formación rocosa en el cerro, que hoy se conoce como la gruta de la Virgen, visitada por fieles católicos, desencadenaría la presencia de vecinos de la ciudadela y de otras como Urdesa y Miraflores, que ya existían desde la década del cincuenta.

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“Jugábamos fútbol con mi hermano Enrique en los terrenos que aún no estaban ocupados y solíamos llegar a la gruta corriendo”, recuerda Eduardo Cantos, hermano del recordado futbolista Enrique Pajarito Cantos, quienes habitaron desde 1964 en esta ciudadela.

Cantos, de 87 años, agrega que la imagen de la Virgen fue elaborada por Manuel Velasteguí bajo la gestión del padre José Benavides, primer párroco de la iglesia Santa María de El Paraíso. “Luego de divisar la gruta hicieron un caminito y pusieron una pequeña Virgen en una tarrina, que estuvo por mucho tiempo”, cuenta una moradora que vive hace 40 años en el sitio y prefirió no identificarse.

A través de la recaudación de aportaciones que vendían en 2.000 y 3.000 sucres a los vecinos, agrega la vecina, se pudo erigir la Virgen, que fue restaurada dos veces, debido a los daños que sufría la imagen.

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Gracias a los aportes del Municipio y de la Universidad Católica, cuentan ambos moradores, se llegó a construir la capilla, escalinata y la tercera imagen de la Virgen, que se conserva hasta ahora y en donde cada sábado se realiza el rezo del rosario, a las 06:00.

Otro habitante, José Vásquez, recuerda que cuando llegó, hace más de 50 años, las casas no estaban próximas al cerro como ahora, ni tampoco había el colegio Veintiocho de Mayo, ni el paso a desnivel de la avenida Carlos Julio Arosemena, sin embargo, los curiosos nombres de frutas, que llevan hasta ahora las calles, ya se localizaban.

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“Estas tierras eran de Agustín Febres-Cordero, la inmobiliaria era Los Geranios. Yo adquirí mi casa por medio de la Mutualista Previsión y Seguridad a 85.000 sucres”, recuerda Vásquez, de 82 años.

Edmundo Vera, actual presidente del Comité de moradores, concuerda con algunos de los primeros habitantes de la ciudadela en que esas tierras eran hace muchos años, haciendas de la familia Leví Castillo; su vivienda se levanta sobre lo que fue la casa de la finca, en un espacio de la edificación donde hasta el año pasado funcionó el colegio Palestra, y conserva aún el techado tradicional sobre las ventanas de este tipo de casas de hacienda.

“A eso se debe el nombre de las calles, pues aquí habían muchos árboles frutales, las especies como aves aún nos acompañan en las mañanas con su canto”, cuenta Vera, quien habita justo en el límite de El Paraíso con la ciudadela Cogra, en las faldas del cerro.

Él menciona que uno de los más graves problemas que atravesó la ciudadela, durante muchos años, fue las descargas de tierra y piedra que traían las aguas lluvias. “Alrededor de 1977, durante la alcaldía de Raúl Baca, se construyó la primera canalización de aguas servidas que fue complementada por una obra que posteriormente realizó el alcalde León Febres-Cordero”, cuenta Vera. Añade que los muros de contención adyacentes al cerro se construyeron en la alcaldía de Assad Bucaram, a principios de los ochenta.

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Vínculo ecológico
La estrecha cercanía con la fauna y flora que se observa en el bosque seco del cerro San Eduardo, y la preocupación por su conservación de los moradores, ha impulsado que grupos, como el de Cerros Vivos, se generen en este sector, y con ellos, proyectos de concienciación y protección del cerro que involucran directamente a los moradores de esta ciudadela.

A través de ferias de productos orgánicos, muestras de títeres para niños, teatro, charlas de prevención de incendios forestales, excursiones, eventos y propuestas de planeamientos, cuidados y promoción de esta área protegida, se busca hacer visible esta área en la comunidad. “Queremos visibilizar a estos ecosistemas como parte de nuestra vida porque prácticamente los manglares y cerros son los que rodean a Guayaquil, ves las fotos antiguas y ahí están, de alguna manera nuestro ecosistema está ligado con nuestra historia”, indica Mariuxi Ávila, de Cerros Vivos, que nació a partir de un festival en el 2010.

Juan Carlos González, morador y catedrático de la Universidad Casa Grande, habla del proyecto en el que trabajan actualmente el centro de estudios y Cerros Vivos, como una oportunidad para fortalecer estos procesos. “Tras las incidencias que Casa Grande ha logrado con Miraflores ahora se busca hacer algo con El Paraíso para activar una relación que beneficie al barrio”, explica Juan Carlos.

Así, ambos explican que, a propósito del festival, que realizará por quinta ocasión en diciembre Cerros Vivos, en esta ocasión, se vinculará al manglar con los moradores de Miraflores. “Es para poner la mirada en el entorno natural e ir activando a moradores, estudiantes y a quienes estén interesados”, agrega Juan Carlos. Mariuxi nombra como uno de los proyectos, en los que ya han venido trabajando, la construcción de un parque turístico ecocultural en el cerro, y esperan que sus puntos de vista sean tomados en cuenta por el Municipio.

Para mí la gruta de la Virgen es lo más representativo de El Paraíso, por los milagros que se le atribuyen y porque aquí vivimos muchos fieles católicos”.Eduardo Cantos Guerrero Vive en la ciudadela desde 1964