Por las angostas calles de Quinchuquí, comunidad de Otavalo habitada por unas 480 familias de mayoría indígena, transitaba L. G. hasta hace dos años, cuando partió rumbo a Chile acompañado de una pareja de otavaleños. Tenía 13 años y se fue con la autorización de sus padres, ambos sordomudos, quienes se quedaron con sus cinco hijos.