La peluquería Don Berna huele a historia de pueblo con agua de colonia. Trabaja en el c. c. Santa Ana de Samborondón, en un pasaje donde funcionan gabinetes de belleza, barberías urbanas unisex y dos peluquerías tradicionales: una de Jorge López y otra de don Bernabé Balbera Castillo, de 75 años.

Me cuenta su historia mientras peluquea a un cliente que se despoja de su sombrero y se sienta en el sillón. Es cuando don Berna empieza su labor con peinilla y tijeras, como lo viene haciendo todos los días desde hace 56 años.

Confiesa que se hizo peluquero por un fracaso amoroso. A los 17 se enamoró de una chica pero como él no trabajaba, ella se fue con otro. Entonces le pidió a su hermano Tomás que le enseñara el oficio. Durante dos años fue aprendiz sin sueldo. “Yo tenía que estar mirando lo que él hacía –detalla entre tijeretazos–, las vistas me lloraban de ver el movimiento de sus manos, estar atento a lo que hacía con las tijeras”, rememora.

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Aprendió el oficio cortando gratis el pelo a los niños. Su hermano le pagaba solo el 60% porque utilizaba sus herramientas. Después de un año de ahorrar, pudo comprar un juego de tijeras alemanas y un par de máquinas cortadoras Oster.

Cuando murió su hermano, cinco años después, se hizo cargo de la peluquería y empezó a llamarse Don Berna, como es conocido en Samborondón.

Recuerda que los cortes eran peluca entera y media peluca. También que cuando se declaró la tifoidea, los padres llevaban a sus hijos para que los raparan a mate dizque para así evitar la enfermedad. En cambio, en los setenta, época del rock, como los muchachos andaban melenudos, el comisario Manuel Onofre los llevaba a rastras a la comisaría donde un peluquero les cortaba las melenas.

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Él, todos los días, atiende desde las 07:00 hasta las 16:30. Antes, recuerda, tenía clientes hasta las once de la noche de un sábado, o hasta la una en los días de fiesta. Ahora, como antes, los sábados y domingos lo visitan clientes de recintos cercanos: Tarifa, Río Seco, San Miguel, La Victoria, entre otros.

Recuerda los precios de hace 56 años: corte de pelo 5 reales y rasurada 4 reales de sucre. Asegura que en aquellos tiempos una familia vivía una semana con 6 sucres. Ahora sus tarifas son: corte de pelo, $ 2; rasurada, $ 1,50; y pelo y barba, $ 3,50.

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En todos estos años, don Berna –al igual que el maestro Jorge López– se ha mantenido en la línea de peluquería tradicional. “Cortes modernos no hago, no me gusta, tampoco cortarle a las mujeres, sigo con mi oficio, ahí voy a morir”.

Tampoco recibe en su local a personas en pantalonetas. Se considera estricto en su trabajo y no le importa que lo llamen ‘fregado’. Cuenta que antes los clientes separaban turno, en cambio ahora los que llegan último quieren ser atendidos primero. Por eso, en su peluquería siempre ha colgado letreros como “Demuestre su cultura hasta en el modo de vestirse” o “Modere su vocabulario”.

Con una sonrisa nostálgica refiere que antes las peluquerías eran un punto de encuentro de amigos, clientes y vecinos, donde se conversaba, leían revistas y periódicos.

Don Berna se hizo peluquero por un fracaso amoroso y después de 56 años sigue enamorado de su oficio.

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Antiguamente se usaba la tijera, la cortadora manual porque no existía la eléctrica; la navaja había que afilarla un par de horas en una pittedra de pizarra para que quede verdaderamente para rasurar”.