Los acusados terminan de acusadores, mezclando entre líneas muchas explicaciones de por qué lo hicieron (escaparse de la concentración). Sus excusas suenan bien, pero no tienen respaldo suficiente respecto a la magnitud del daño, sobre todo con el agravante que ahora conocemos: que han existido los mismos hechos y probablemente con los mismos actores, u otros, sin que se hayan conocido y peor sancionado.

Es fácil deducirlo de las declaraciones de Gonzalo Vargas, agente de Enner Valencia y Joao Plata, ambos involucrados en las francachelas. Él dice: “No es la primera vez que ocurre este tipo de indisciplina, ha habido peores. Esto es una cortina de humo”. Qué saludable sería para el balompié nacional saber que la FEF ya solicitó una explicación y ampliación al empresario de los jugadores mencionados.

Cuando leo las cartas de disculpas de los futbolistas que se animaron a dirigirse al país, tras su acto tan bochornoso, se desprende que lo que más quieren ellos es pedir explicaciones de por qué se violentó un convenio de “manejar casa adentro” este tipo de actos, “como debe siempre manejarse”, dice el comunicado. Ahora sí que el tema es complejo. No llego a entender cómo se puede acordar algo tan reprochable, tratándose de un acto indisciplinario como irse de juerga antes de un partido que, por la imagen y el honor, se disputaba al cierre de tan controvertida participación de la Selección en la eliminatoria.

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Lo que sí está claro es que el acuerdo deleznable se dio entre gallos y medianoche y lo que me llama la atención es que Jorge Célico, director técnico interino de la Tricolor –persona que ha gozado de prestigio en nuestro medio–, preocupado por el escenario pecaminoso que parte de la prensa argentina habría fabricado sobre la última oportunidad que tenía Argentina de asistir a la cita mundialista del próximo año, declare “que todo se hizo por el beneficio y la imagen de nuestro fútbol”. Y además nos recomienda: “Yo le pido a la prensa que investigue la práctica del sábado (7 de octubre), después de lo sucedido”.

Lamentablemente el señor Célico cometió un sensible error al irse contra un principio que, según él, siempre ha practicado; ocurrió en el momento que decidió convocarlos y utilizarlos en el partido. Los detalles de por qué se incurrió en tan crasa equivocación nos dejan mucha tela que cortar. Es una espiral sin fin que termina con el dicho que reza “quien más mira, menos ve”. O sea, sería comparable con uno de las peores tipos de miopías, la miopía mental.

Cuando el periodista capitalino Reinaldo Romero anuncia en su red social Twitter que “el partido con Argentina se lo comenzó a perder la noche y madrugada del sábado”, además de ser una declaración valiente, sirvió para conocer los entretelones de un suceso vergonzoso, de los que pensábamos que ya no sucedían con los futbolistas del país.

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Sobre la definición sancionadora que utilizó la FEF, al suspender a los cinco fugados indefinidamente, se argumentó que legalmente es imposible sancionarlos de por vida, considero que es una interpretación que no cabe en este caso. Esto porque hay que tener en cuenta que el castigo implica la prohibición de vestir la camiseta de la Selección y de ninguna manera se afecta el derecho que tienen de ejercer la profesión.

Además, varias interrogantes que se presentan terminan distorsionando el peso moral que debe poseer el deportista al ser distinguido en una selección del país, como lo injusto y desconcertante que es poner en debate público si el aficionado debe ser más hincha de su selección o de su club. Es obvio que encontraremos en este análisis abundantes razones de uno u otro lado, unas que intentan justificar que el club es una identidad cuyo patrimonio se lo donó la reiteración con las penas y las alegrías, o por la periodicidad de su encuentro con esos sentimientos todas las semanas. A todo esto se agregarían las opciones de la herencia familiar o la polarización del reparto de la popularidad en pocos clubes, o los colores y el barrio, o la disputa desde las aulas, ahora exponenciada por la influencia de las redes sociales, medios de comunicación y la futbolización que vive nuestra sociedad.

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Desde ese balcón probablemente suenen convincentes, pero todos esos argumentos que tienen una importante valoración real, tienen también sus limitaciones, especialmente cuando lleguemos al momento de analizar la representación valorativa que tiene apoyar la causa llamada “el equipo de todos”.

Defender a la Selección no tiene costo, tiene valor, razona la prensa colombiana cuando analizaban si la camiseta del combinado nacional se ha convertido en un símbolo patrio, como son la bandera y el himno. Ellos concluyeron que sí porque vestir la camiseta de un país es como portar una armadura, porque al vestirla se genera una identidad y un sentido de pertenencia únicos hacia el país. Frente a esas razones se puede concluir que el amor al club nunca podrá superar a la emoción de admirar un símbolo nacional.

Y si lo acogemos desde este punto de vista, entonces justipreciar el acto indisciplinario de los fugados de nuestra Tricolor es de mayor gravedad porque contraría el respeto a los valores que una selección exige y, además, porque vulnera el interés común y emocional de todos los ecuatorianos.

Creo que es válido incluir el análisis que hace el filósofo mexicano Alejandro Tomasini Bassols, que encontré en su libro Las visiones del hombre y la filosofía moral. El investigador de la UNAM explica ahí que la ética es la rama más difícil de la filosofía, porque se presta para la especulación, discusión y para profundizar más por qué la ética, siendo tan rigurosa, deja campos de acción para quien quiera interpretarla a su manera. Lo confirma la periodista española Nydia Lara, que al hacer referencia a la obra del filósofo, transcribe un párrafo que cae como anillo al dedo al caso de los fugados de la Casa de la Selección.

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“Hay personas que no se plantean un dilema moral. Esto es, que no tienen dudas en cómo actuar y solo preguntan por qué lo tienen que hacer y ello no porque sean omniscientes, sino porque simplemente no aprendieron a ubicarse en el terreno de la ética, no se plantean dilemas morales”. En otras palabras, tienen presente ‘tengo que’ en lugar de ‘debo de’.

Al final de cuentas, en el amplio universo de los conceptos, las ideas no se imponen, pero sí se proponen. Y en el aspecto de los valores, la falta de conciencia genera consecuencias traumáticas, como las que vivimos hace pocos días con varios futbolistas ‘seleccionados de Ecuador’; por eso se me ocurre que lo deseable sería tal vez perdonar, pero nunca olvidar. (O)

Lamentablemente, Jorge Célico cometió un sensible error al irse contra un principio que, según él, siempre ha practicado; ocurrió en el momento en que alineó a los indisciplinados.