La actuación de Roddy Zambrano en el juego Delfín vs. Barcelona generó una polémica que atizó el fuego para que arda más; ya de por sí el arbitraje en el campeonato 2017 ha sido cuestionado reiteradamente. Hay que reconocer que la gestión arbitral de Zambrano fue simplemente desastrosa, porque perjudicó el desarrollo normal del partido y sus errores incidieron en el resultado. Es suficiente razón para darle ese severo calificativo.

El desempeño de marras convocó a la protesta de muchos actores, por ejemplo, el DT del Barcelona –sin utilizar metáforas y diciendo al pan, pan y al vino, vino– empleó términos tajantes como “errores garrafales” e “indignantes”, que modificaron el resultado. En parte tenía razón el uruguayo, pero también recuerdo que en alguna ocasión parecida a la que comentamos, un periodista español expresó: “¿Cuál es la razón de orden psicológica autoexculpatoria? Tal vez es más fácil meterle la culpa al juez que pedirles explicación a sus delanteros, que se farrearon tres opciones claras de gol. Por supuesto, este razonamiento no exime a Zambrano de la responsabilidad de sus errores, ni de su incapacidad en aminorar sus desaciertos, pero tampoco redime ni consuela cuando Luis Muentes, presidente del gremio arbitral, manifiesta: “No he podido dormir en paz anoche”. Esta especie de nostra culpa reconoce el error, pero no soluciona el problema de fondo que vive el arbitraje nacional.

A veces me pregunto si el árbitro de fútbol es la máxima autoridad dentro de la cancha. A estas alturas tengo mis dudas.

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Cámaras, videos, repeticiones, sensores, relojes remotos, intercomunicadores y las nuevas autoridades detrás de las pantallas hoy en día también son jueces durante el partido. Más los tribunales de apelaciones, que apoyados por registros tecnológicos están facultados también para modificar las decisiones tomadas por el réferi. En consecuencia: ¿dónde está el criterio de quien es la máxima autoridad, cuyas decisiones son definitivas? Todo eso quedó en el recuerdo. En la actualidad el árbitro cumple funciones de administrar el juego asignado, con un marco de 17 reglas y facultado para que con su potestad discrecional y subjetividad las interprete y aplique. Para mi particular punto de vista, aquí es donde más se ajusta el nudo gordiano porque los más importantes errores arbitrales tienen que ver con el abuso de la potestad discrecional y la distorsión cognitiva sobre la subjetividad. Eso tiene su génesis: cuando deben de tutorizar la carrera arbitral en Ecuador, piensan que es suficiente sobresalir por el conocimiento de las reglas y no profundizan en el análisis y el perfil psicológico que debe poseer un pretendiente a ser juez.

Hay que recordar que los principales requisitos para ser un árbitro destacado están en el conocimiento de las reglas y la preparación física, pero lo cierto es que no servirán de mucho si la personalidad, imagen, utilización de gesticulaciones y marcaciones con autoridad y el buen criterio no están a la altura de las circunstancias. Es verdad que el árbitro ha venido perdiendo su autoridad máxima y ha tenido que compartir tal membrete por las razones ya analizadas.

En nuestro país son pocos los árbitros académicamente preparados. En nuestro medio escasean los que trascienden, que son convocados para dirigir los partidos que definen etapas, o campeonatos. Tan solo comprobando los registros históricos confirmaremos esa lamentable realidad. Hoy al árbitro nacional se lo convoca en raras ocasiones a juegos definitorios.

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No obstante sus dificultades y vicisitudes, el referato es una profesión que está debidamente institucionalizada y su marco de acción tiene en los tribunales arbitrales y comisiones nacionales rangos de evaluación sancionatorias y académicas. Con estos precedentes, quiero razonar por qué el arbitraje ecuatoriano sobrevive en su propio laberinto.

Es urgente que la FEF asuma como tarea impostergable:

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1) La profesionalización del arbitraje con el fin de que sea titulado en esta profesión y se dedique absolutamente a su especialización. Recuerdo que en los enunciados de la Liga Profesional de Fútbol contemplaba esta necesidad.

2) También reestructurar la Comisión de Arbitraje. Es importante, por ejemplo, dinamizar áreas como la de operaciones, evaluaciones, docencia, de árbitros en promoción de categoría en formación, área internacional y relaciones, que en asociaciones de otros países funcionan y con éxito.

3) La designación de árbitros exige el uso de modelos modernos que solucionen las asignaciones manuales que en la actualidad se usan y que provocan tantos cuestionamientos. Las nuevas herramientas tecnológicas facilitan la asignación y la hacen más transparente, por ejemplo, está en estudio la aplicación del Referee Assignment Problem, que sirve para el caso.

4) La implementación más urgente del sistema de Árbitros Asistentes de Video, o VAR (por sus siglas en inglés), así el fútbol tal vez se vuelva algo más aburrido, pero sin lugar a duda más justo y será de gran descargo para el árbitro.

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5) Es importante ayudar al juez de las malas prácticas permanentemente usadas por los futbolistas con la creación de una regla u organismo que revise pospartido las simulaciones, que no las haya advertido el réferi. La simulación comprobada debe recibir un castigo similar a la de haber sido expulsado con tarjeta roja directa. Esta importante regulación ya tiene vigencia en Inglaterra. ¿Nosotros qué esperamos para sancionar al simulador para así mejorar el espectáculo? El tema arbitral posee un karma pesado. Es sumamente complicado que un comportamiento desarrollado socialmente pueda cambiar de un día para otro. Los árbitros son y serán parte de ese cuestionado juicio indispensable porque llega de ese tejido psicológico-deportivo que ha creado, en el fútbol, al árbitro como el malo de la película, el perverso, el sujeto icónico de las sociedades futbolizadas. En La Ley del Silbato, libro escrito por Miguel Álvaro López, se cuenta que el juez termina siendo, por el desamparo, un mediador de conflictos, acusado permanentemente, sus errores se magnifican y sus aciertos pasan inadvertidos.

Concluyo afirmando que los árbitros deben encontrar escudos protectores como los que me he permitido proponer. caso contrario seguiremos siendo testigos de la minusvalía de una profesión tan complicada como respetable. (O)