“Hay entrenadores que tienen cualidades, pero no saben tratar a los jugadores con mucha personalidad y lo solucionan excluyéndolos. En otras palabras, son unos líderes cobardes… Tras un partido contra el Villarreal le grité a Josep Guardiola en los vestuarios. Vociferé acerca de sus huevos y que se había cagado ante José Mourinho. Pueden imaginarlo, fue la guerra, él contra mí. Guardiola, la asustadiza persona que pensaba demasiado las cosas, que ni siquiera podía mirarme a la cara o darme los buenos días, contra mí, que me había mostrado callado y precavido por mucho tiempo. Por fin había estallado y volvía a ser yo mismo”.

Probablemente nunca la autobiografía de un deportista haya sido tan descarnada como Soy Zlatan Ibrahimovic, el libro en el cual el futbolista sueco contó su vida y su carrera al periodista y escritor David Lagercrantz, compatriota suyo. Y seguro jamás nadie fue tan duro como Zlatan en la descripción de situaciones y personajes. Preciosa lectura. Soy Zlatan, aseguran, ayudó a que muchos jóvenes suecos que no se inclinan por los libros lo comprasen y lo leyesen gracias a la idolatría que despierta Ibra en su país. La edición en su idioma natal, lanzada a fines del 2011, vendió más de 500.000 copias en seis semanas, convirtiéndola en el libro de ventas más rápido de todos los tiempos en Suecia. Se ha traducido ya a más de 30 idiomas

Ibrahimovic ha sido particularmente severo con Pep Guardiola. O, más que eso, lo dinamitó en el libro, dedicándole cantidades de páginas a describirlo como un sujeto pusilánime. También es posible que la decisión del entrenador, de excluirlo del Barcelona a solo un año de haberlo contratado, haya dejado una llaga profunda en Zlatan, quien acerca de ello agrega: “No tiene autoridad natural, no tiene carisma…”. Zlatan cuenta un diálogo con el entonces vicepresidente del club, Josep María Bartomeu (hoy titular del Barcelona), cuando ya Guardiola había decidido apartarlo del equipo. Los directivos lo sabían, pero Pep no se lo había manifestado al jugador.

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–“Zlatan, si recibes alguna oferta, piénsatela”–, dijo Bartomeu. –“No me voy a ningún sitio. Soy jugador del club. Me quedo en el Barça. Pareció sorprendido”. –“¿Y cómo vamos a arreglarlo? –preguntó (el vicepresidente). –“Tengo una idea. Puede llamar al Real Madrid”.

–“¿Para qué?”.

–“Porque si tengo que irme del Barça, quiero ir al Real Madrid. Asegúrese de que me vendan a ese club. Bartomeu se horrorizó”. –“Estás de broma”. –“En absoluto. Tenemos un problema, un entrenador que no es lo bastante hombre para decirme que no quiere que me quede. Me gustaría quedarme, pero si va a venderme, que venga a decírmelo a la cara. Y el único club al que deseo ir es al Real Madrid”.

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Mentía. Ya estaba en tratativas con el Milan, pero la estratagema servía para que el club italiano lo fichara por poco y le hiciera un alto contrato a él. Al Barça no le quedaban alternativas: por ninguna plata lo vendería al Madrid, Guardiola no lo quería ver más ahí y faltaban cuatro días para cerrar el mercado de pases. Así, a doce meses de haberlo contratado por 71 millones de euros, el Barcelona lo traspasó por 20 millones.

Guardiola es la víctima preferida de Zlatan en su libro. Pero hay más. Digamos, también, que el Barcelona de Pep ha sido, ante todo, un conjunto de piezas agrupadas y Zlatan es un singlista metido en un deporte de equipo. Nunca pareció que jugaba para un equipo, sí para él. Forzó la salida de todos los clubes donde estuvo, desde el Malmö FF, el equipo de su ciudad, hasta de la Juventus, donde no quiso jugar en la Serie B y presionó de manera indecible para salirse.

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Sin duda, la editorial sueca que le publicó sus memorias le ha dicho: Te pagamos lo que pides, pero cuentas todo. Y a Zlatan, un irreverente, no le costó. Habló de su infancia difícil, plena de carencias, con padres separados en un barrio conflictivo, donde campeaban la droga, las malas juntas. Jurka, su madre croata, trabajaba catorce horas diarias limpiando casas y vivía alienada; su padre, Sefik, un bosnio que se casó con su madre para lograr una visa de trabajo, vivía solitariamente, bebiendo, escuchando canciones yugoslavas y hablando de la Guerra de los Balcanes. “Los dos eran muy buenos, pero no había paz en mi casa”, narra Zlatan, quien encontró en el fútbol el escape para evadir las privaciones. “En mi casa no nos dábamos abrazos ni hacíamos ese tipo de cosas. Nadie preguntaba: ‘¿Qué tal te ha ido el día, Zlatan?’. Esas cosas no existían”. Era una casa llena de gritos, hermanos y hermanastros. Pasaba de colegio en colegio, se mudaban constantemente. Se sentía discriminado por ser hijo de inmigrante. Y se hizo contestatario, indomable.

En ese ambiente fuerte y hostil, no le quedó otra que endurecerse: “En Rosengard (su barrio) jugábamos a ser matones… Mi padre se ponía como una fiera cuando bebía y toda la familia se asustaba, pero yo le hacía frente, de hombre a hombre. Entonces se volvía loco y me contestaba que esa era su casa y hacía lo que quería”. Pero también cuenta que Sefik era un león defendiendo a sus cachorros y uno de los momentos más emotivos de su vida fue cuando entró a firmar su contrato con la Juventus, que lo había comprado al Ajax, y vio a su padre ahí, bien trajeado, sonriente. Lo había llevado su agente, Mino Raiola, un hábil empresario italiano-holandés que manejó toda su carrera. Sefik le dijo: “Estoy muy orgulloso de ti”. Desde que debutó en primera en el Malmö, Ibrahimovic padre fue su hincha número uno, coleccionando y encuadrando todo lo que salía de su Zlatan.

Zlatan habla maravillas de dos entrenadores: Fabio Capello y José Mourinho. “Capello pegaba un grito y hacía temblar al mundo. Si se enfada, nadie es capaz de mirarlo a los ojos. Es el Sargento de Hierro. Si te da una oportunidad y no la aprovechas, más te vale que te vayas a vender salchichas a la puerta del estadio”. De Mourinho cuenta: “Es un hombre bajo, de hombros estrechos, pero con una vibración especial. Hacía que tipos que se consideraban intocables acataran su disciplina. Echaba unas buenas broncas. Si jugábamos mal nos mostraba el video al día siguiente y decía: ‘Miren esto, ¡lamentable! ¡Desesperante! Esos tipos no pueden ser ustedes, deben ser vuestros hermanos. No quiero que hoy jueguen así, salgan como leones hambrientos…’. A mí, después de una mala tarde, solía decirme: ‘Hoy no has hecho nada, Zlatan. Cero’. Nos dio pena llegar a la última página. Son 301 páginas de una historia imperdible: la de un chico al que la pelota lo salvó de la marginalidad. (O)

Capello pegaba un grito y hacía temblar al mundo. Si se enfada, nadie es capaz de mirarlo a los ojos. Mourinho hacía que tipos que se consideraban intocables acataran su disciplina”.

 

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