“Golpeando con una barra de hierro no se consigue lo mejor de la gente. Se logra ganándose su respeto, acostumbrándolos a los triunfos y convenciéndolos de que son capaces de mejorar su rendimiento. No sé de ningún mánager que haya tenido éxito durante mucho tiempo instaurando el reino del terror. Las dos palabras más poderosas en cualquier idioma son ¡Bien hecho!”. La frase pertenece al más exitoso de los entrenadores de fútbol: Alex Ferguson. Y es una clase de liderazgo: una palmada es más efectiva que un ladrido.

El sábado anterior, al finalizar otra Copa de Europa, todos los flashes apuntaron, una vez más, a Cristiano Ronaldo, el indiscutible héroe madridista en esta nueva conquista, más universal que europea por el nivel ya planetario de la Champions. Pero entre tanto éxtasis madridista hubo, sin embargo, otro vencedor superestelar: Zinedine Zidane, el silencioso, casi imperceptible conductor de la calva lustrosa y la semisonrisa perenne. Fue presentado como técnico el 4 de enero de 2016. El mundillo lo percibió apenas como un interino que llegaba para apagar el incendio desatado por Rafa Benítez, un duro de la dirección técnica. Según los medios españoles, Zidane solo asumía “porque estaba ahí, por los pasillos...”. En junio volvería al Castilla y el Madrid contrataría uno bueno. “Lo toleran por su pasado glorioso, de táctica no sabe nada, el Madrid no tiene juego…”. “Es un muñeco de Florentino…”. Como su padre, Zinedine habló poco, hizo caso omiso de agoreros y sarcásticos. En junio ganó la Champions y ya se evaporó la idea del interinato. “Con el título consiguió un tiempo más en el banquillo…”, insistieron. Se había instaurado un nuevo deporte, criticar al francés.

Entretanto comenzó a notarse un buen clima en el plantel, elogió siempre a sus jugadores, desmintió cualquier conflicto con James Rodríguez por sus pocas participaciones, dejó pasar por alto un insulto del ‘10’ por haberlo reemplazado, incluso lo alabó: “Hace jugar a los demás”. Decidió rotaciones, dispuso afrontar toda la última parte de la Liga con un equipo ‘B’ y nadie se mosqueó. Y el equipo rindió con eficiencia. Dejó fuera a Cristiano varios partidos para tenerlo fresco en el tramo final (y estuvo). Sentó a Gareth Bale en Gales cuando el mundo apostaba que lo alinearía para quedar bien con el presidente y ganarse al público local.

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No ha hecho ninguna revolución táctica, ha dado confianza a sus dirigidos y generó buen clima interno. Potenció a los suplentes al punto de que hoy el Madrid es un equipo de veinte jugadores, no de once. Pueden entrar Asensio, Isco (terminó como titular), Nacho, Lucas Vázquez, James, Kovacic, y todos rinden al punto de hacer olvidar a los dueños del puesto. Lo más importante de Zidane, no obstante, fue el “retoque” en el medicampo, cuando incluyó definitivamente a Casemiro y equilibró la creación con más marca. Eso liberó al fenomenal Modric de excesivas tareas defensivas. El trío del medio se potenció y comenzó a funcionar mejor todo el equipo; más asistido el ataque, mejor protegida la defensa. Hasta alcanzar el nivel óptimo justo en la final ante Juventus. Aunque ya había tenido felices actuaciones el Madrid.

Diecisiete meses después de aquel nombramiento “a las apuradas”, el marsellés muestra un currículum que otros técnicos no han conseguido en décadas: dos Champions (igual que Ferguson), una liga española, un Mundial de Clubes, una Supercopa de Europa. Pero la conquista del sábado es la que lo encumbra por la jerarquía, el fútbol brillante y el carácter exhibido por el Madrid. Zidane sepultó cualquier duda y pasa de modo fulminante a un primer plano entre todos los entrenadores actuales. Está en el umbral de hacer olvidar el extraordinario jugador que fue por su inesperado éxito en la función actual. Cruza la línea de la desconfianza: la de ser técnico por haber sido crack, se convierte en uno de los pocos que, además de genio en el rectángulo, hace historia como entrenador. Son pocos los casos: Cruyff, Beckenbauer, Di Stéfano…

El quinto y último hijo de Smail, un humildísimo albañil argelino que a la madurez incursionó en la literatura, se crio entre los silencios y los consejos de su padre. Los incorporó; absorbió su humildad. Cuando Zinedine cumplió 14 años, Smail y su esposa Malika debieron tomar la decisión más difícil de sus vidas: dejarlo ir de su casa para fichar por el AS Cannes, a 182 kilómetros de su Marsella. Smail aprobó y le dio lo que más le serviría para su viaje, una máxima de vida: “Si eres capaz de respetar a todas las personas, todas te respetarán a ti”. Así debutó en la primera división del Cannes cuando aún transitaba los 16 años. De allí en adelante, su padre se alfabetizó y hoy escribe poemas y hasta un libro (Por los caminos de piedra), Zinedine ya sabemos… “Siempre he conseguido más de los jugadores alabándolos que criticándolos”, confiesa Alex Ferguson. Zidane transita su mismo liderazgo, pero con más suavidad incluso. Pasa su mano de terciopelo sobre los hombros de Cristiano, de Luka Modric, de Marcelo, de Dani Carvajal, y antes de salir al campo les dice: “Ustedes pueden”; y al final: “¡Bien hecho!”. Así obtiene lo mejor de cada uno. Su mejor obra es mantener al vestuario feliz. Y con semejante plantel, entrenando bien y tomando las decisiones correctas, ¿para qué más…?

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Zidane es otro que destierra la idea (impuesta por los directores técnicos y muy conveniente, por cierto) de que nunca hay que cambiar al DT, ni aunque se pierdan veinte partidos seguidos, bajo el argumento de que “hay que respetar el proyecto”. Zidane tomó el barco en medio del mar (y casi hundido) y ya ha edificado una obra monumental. Ferguson mismo asumió en el Manchester United a mitad de campeonato sustituyendo a Ron Atkinson. Diego Simeone, el más importante estratega de la historia del Atlético de Madrid, entró un diciembre en lugar del cesado Gregorio Manzano. Tite llegó a la selección brasileña con media Eliminatoria jugada y ganó los ocho partidos que dirigió. Y le cambió el fútbol, el ánimo y la ilusión a los torcedores. Sampaoli llegó a Chile en medio de otro proceso y le dio la clasificación al Mundial y una Copa América. Hay cien ejemplos más. Cuando algo no funciona, es válido cambiar.

Es entendible el desencanto del público colombiano con Zidane (en verdad es rabia), dado que en sus 17 meses en el cargo James Rodríguez fue perdiendo protagonismo hasta quedar en el estante de las liquidaciones. En la final de Cardiff ni integró el banco. Pero más allá de la situación del zurdo, el mérito de Zinedine es tan indiscutible como evidente. Esta Champions lo consagró. El buen fútbol le da una calurosa bienvenida. (O)

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La mejor obra de Zidane es mantener al vestuario feliz. Y con semejante plantel, entrenando bien y tomando las decisiones correctas, ¿para qué más…? Ha dado confianza a sus dirigidos.