“Así, así, así gana el Madrid…” Con el resultado en el bolsillo y el equipo bailando a la Juventus en los minutos finales, los parciales blancos, en el cénit de su euforia, se mofaban de la crítica de las demás hinchadas, que los acusan de favores arbitrales. Usaban el mismo canto para decirles: “sí, así gana el Madrid, dando espectáculo”. Y así ganó: siendo amplísimamente superior al buen equipo italiano, dando una imagen de campeón brillante y sólido, de buen pie y extraordinaria mentalidad, con individualidades notables y juego de conjunto. Cuatro a uno… Le hizo más goles en un partido que todos los que había recibido la Juventus en los 12 anteriores. Si en el primer tiempo se vio a una Juve interesante, seria y muy ponderable, en el segundo el cuadro merengue la aplastó con un fútbol contundente y una producción perfecta, armónica, arrolladora. Estamos no sólo ante un formidable campeón de esta edición, sino posiblemente en el comienzo de una hegemonía. Así como el Barcelona impuso la suya desde 2009, ahora parece ser el turno del Real Madrid. Tiene todo: un plantel fantástico, al que uno no sabe qué agregarle, un técnico que deja las cosas fluir y genera buen ambiente (¿hace falta mucho más cuando se tienen estos jugadores…?), un club poderosísimo económicamente, una dirigencia que está hasta en el detalle mínimo de recurrir una amarilla y hasta un periodismo ferviente que lo apoya sin renuncios. Ya mismo puede aventurarse que el Madrid es serio candidato a conquistar la versión del año próximo. ¿Quién podría ganarle…? Acaso el Barcelona en una gran tarde de Messi. No vemos más. Todos los otros medios del mundo están por debajo del fútbol español. Mucha gente sigue pensando que la Liga Española es de risa, pero ¿cómo no van a perder por goleada el Granada, el Eibar, el Osasuna, el Sporting de Gijón con este equipazo y con el Barsa…? Están en un nivel que ni ellos ni los clubes de los demás países pueden alcanzar.

Fue la edición número 62 de la Copa de Europa, Liga de Campeones desde 1993, y 12 han ido a parar a las vitrinas del Bernabéu. Lo que significa el 19,35% de los títulos, una cifra de asombro que sitúa al club de Di Stéfano en una galaxia superior al resto. Hay que exprimir mucho la memoria para hallar otro equipo con mayor mentalidad ganadora que este Madrid, que hilvana tres coronas en cuatro años. Pero aquí, en este punto exacto, nace posiblemente un campeón hegemónico. Por su fútbol. Este equipo es infinitamente mejor en juego que el del año pasado. Un equipo que hace honor a Di Stéfano, el creador de la mística blanca, el hombre que llegó a un club que tenía apenas dos ligas y llevaba veinte años sin ganarla y lo convirtió en esto. “En su mente no entraba ni la palabra empate”, evoca su compañero José Emilio Santamaría. Todo tenía que ser ganar, ganar, ganar. Para estos de hoy es igual.

Es difícil dar una figura porque el Madrid tuvo cinco o seis de altísimo rendimiento y el resto muy bien, pero nos inclinamos una vez más por Cristiano Ronaldo, por sus dos goles (pasó a Messi en el último partido, 12 a 11), por su extraordinaria definición en ambos, su oportunismo de siempre, por esa virtud fantástica de sentirse mejor en el lugar más difícil: el área. Todos lo marcan con cuatro ojos, todos saben que entrará a buscar cada centro y cada rebote, pero nunca lo pueden pescar. Siempre anticipa y define. En este caso, con un tiro precioso a pelota en movimiento, inatajable, abajo, a la ratonera, y el segundo primereando a Bonucci para tocársela a Buffon al segundo palo. Es el mejor Cristiano de los últimos tiempos. “Me preparé para llegar así al final de la temporada”, declaró tras la victoria. Le creemos. Se cuida científicamente, tiene un grado de concentración fenomenal y un ansia de gol y de triunfo únicos.

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Luego están Modric, por su clase magistral con la pelota al pie; Carvajal, el mejor lateral derecho del mundo, el hombre que hace todo bien: marca, cubre, se proyecta, pasa al ataque, hace centros y pases perfectos… Marcelo, con la exuberancia de su juego brasileño; Casemiro, convertido en un reloj que siempre da la hora exacta; cada día más jugador el ex del Sao Paulo. Sergio Ramos, que tantas veces causa fastidio con sus matoneos, pero que es un ganador incurable, un líder avasallante. Nunca un futbolista le sacó tanto jugo a la tarjeta amarilla de cada partido como Sergio Ramos. Hace de todo a cambio de esa tarjetita.

¿Cuánto hay de Zidane en esta extraordinaria conquista…? Mucho, sin duda. Hizo del vestuario del Madrid, siempre temido por los entrenadores, un ameno punto de reunión, un pub. Logró que el grupo fuera una cofradía fuera y solidario dentro del campo. Que todos expongan lo mejor de cada uno, desterró las broncas. Y que el equipo juegue un fútbol agradable, ofensivo, ganador.

Si antes del juego había apenas un ligero favoritismo para el Real Madrid se debía esencialmente a los poquísimos goles recibidos por su rival en toda la competición: 3 en 12 juegos. Le pasó lo que a la célebre Línea Maginot de los franceses en la Segunda Guerra Mundial. Se pensó que sería inexpugnable, invencible. Los alemanes la pulverizaron en pocos días y pasaron a pie sobre ella. La retaguardia italiana aguantó un tiempo. En el otro, el Madrid destrozó trincheras, alambres de púas y avanzó con los tanques.

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Los dos primeros cañonazos de la final fueron previos al juego: Zidane dejó en el banco a Bale, hijo de Cardiff, localísimo y apadrinado por el presidente Florentino Pérez, y dejó fuera de los 18 a James Rodríguez, con lo cual definió que desde mañana James debe ir buscando club. Quedó claro: no está en su agenda. Y por si faltaba algo, Asensio, que juega de lo mismo que James, entró y marcó el cuarto gol.

Contra muchos pronósticos, Juventus dominó el primer tiempo y rondó más el gol que el Madrid. Pero le duró eso, 45 minutos. Después se desinfló y recibió una de esas derrotas que tratándose de un club tan grande, duelen mucho, lastiman el alma. Le quedará el recuerdo del golazo de Mandzukic, de saber que acertó un pleno con Pjanic (magnífico centromedio), que debe contratar un nuevo arquero porque Buffon ya dio todo. Y apuntar mucho más alto si quiere conquistar Europa. Le fue bien contra el Barsa, pero eso fue una golondrina.

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La final fue todo lo extraordinaria que prometía. Y quienes apostaron al Madrid ganaron el dinero más fácil del mundo: 3 euros por cada uno apostado es muchísimo, sobre todo con semejante equipazo como garantía. Un campeón brillante y matador que promete seguir en serie. ¡Salud, Madrid…! Campeonísimo. (O)

¿Cuánto hay de Zidane en esta extraordinaria conquista…? Mucho, sin duda. Hizo del vestuario del Madrid, siempre temido por los entrenadores, un ameno punto de reunión, un pub.