Aplastó al Atlético como en los viejos tiempos de los 80, los 90 y la primera década del 2000. Y puso los dos pies en la final de Cardiff. Ahora solo le falta el cuerpo. El Real Madrid se regaló una actuación formidable, casi inusual para una semifinal de Champions, y más contra un rival clásico, que habitualmente vende cara su piel. Fue tal la desproporción de fuerzas y aptitudes que el analista empieza a dudar si fue todo mérito del vencedor o parte responde al descalabro y la insólita tibieza del derrotado. Pero no, fue todo causa y efecto de la magnífica prestación blanca, de su abrumador dominio futbolístico. Que bordeó el lujo.