Por Jorge Barraza

“Nos pitaron dos penales en contra, pero perdimos 6 a 1, no es por el árbitro, sino por nosotros”. Toda la grandeza que el Paris Saint-Germain no pudo demostrar en el juego, Marco Verratti la tuvo en el análisis. Supo verlo y reconocerlo: si un equipo va tres goles arriba hasta el minuto 88 de un partido y no sabe sostener el resultado ata su suerte al destino. El destino quiso remontada, el dramatismo de la hora lo tornó epopeya. Con el básico argumento de tener un poco la pelota, o incluso de tirarla un par de veces afuera (nadie se hubiese escandalizado) consumaba su pase a los cuartos de final. No pudo.

El PSG sucumbió anímicamente a ese torbellino inexplicable del final, esos 100.000 voltios que a veces descarga el fútbol sobre el césped, y el juego perdió toda compostura. El gol de Edinson Cavani que garantizaba la clasificación del PSG, la desazón azulgrana y ese libreto final que ningún productor de Hollywood compraría por demasiado irreal. Fueron 7 minutos y 17 segundos de furia, de tormenta. A los 87 minutos y 23 segundos entró el cuarto gol, a los 90m09s el quinto y a los 94m40s el sexto.

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Barcelona ganó por arrojado, por creyente. El PSG estaba aturdido, tambaleante. Y devino ese salto a la eternidad de Sergi Roberto. Su foto en el aire pateando el balón a la red se seguirá viendo dentro de 100 años. Días pasados escribimos que Manchester City 5, Mónaco 3 era en sí mismo la explicación de la popularidad del fútbol, su belleza emocional, su fuerza trepidante. Este Barcelona 6, Paris Saint-Germain 1 es el argumento definitivo de por qué el fútbol ocupa ocho páginas de un diario y la esgrima cuatro líneas.

El mundo estalló con ese sexto gol del Barça. Rubén Darío Insúa nos confesó el jueves: “Estábamos mirando el partido con mi hijo y en el sexto gol nos abrazamos con una emoción tremenda. No somos simpatizantes del Barça, pero el que es hincha de fútbol celebra estas cosas, va más allá de los colores de una camiseta”. Tal cual. Como celebramos el título del Leicester el año pasado, o el del Once Caldas en el 2004; o cuando Independiente del Valle venció a Boca en La Bombonera 3-2… Aquella final de Champions en la que el Manchester United de Ferguson perdía 1-0 con el Bayern Munich hasta el minuto 91 y ganó 2-1 ya pasados los 93 minutos… El gol inolvidable de James Rodríguez a Uruguay, el de Maradona a Inglaterra… Son joyas que están por encima de las camisetas…

El penal, la tarjeta amarilla, el tiempo suplementario, la discusión, todo el frufrú de la batalla está bien, es parte del folclore, pero eso no puede tapar la realidad, ignorar la gesta como intentó un diario madrileño.

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“Estamos todos con mucha rabia porque el equipo había demostrado hace solo tres semanas que podía ganarle al Barcelona y sin embargo anoche se vio un equipo de niños, acorralados, sin honor y sin orgullo”, señaló el periodista francés Thibaud Leplat, resumiendo la amargura nacional. El PSG solo se hizo los dos primeros goles. Fue al Camp Nou como si fuera el Numancia, pero el Numancia con suplentes. Y atención a este detalle, grave por cierto: entre los 85 y los 95 minutos el PSG hizo apenas cuatro pases, tres de ellos para sacar del medio. Todos atornillados atrás, asustados, salvo Cavani. Ellos mismos estimularon su hecatombe, no el árbitro.

“Si Messi hubiera estado en su día nos metían doce goles”, dijo Luis Fernandez (pronunciado Fernandéz), aquel caudillo del mediocampo nacido en España pero de nacionalidad francesa que fue capitán del PSG y de la selección gala. Posiblemente. Messi no estuvo desacertado, sí opaco. Porque fue al sacrificio. Luis Enrique dio toda la banda derecha a Rafinha y Rakitic y Messi debió correrse al medio. Y como el PSG jugó apelotonado atrás, ahí era difícil circular. Suárez también lo sufrió y se pasó la noche forcejeando con los zagueros. Y Neymar tuvo el mismo problema, pero se le hizo la luz con el tiro y el penal. Y con el centro magistral a Sergi Roberto. Messi estaba exultante por la remontada, y porque por una vez en doce años él pudo jugar regular y sus compañeros lo salvaron. Generalmente es al revés.

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“Los jugadores de Unai Emery fueron constantemente asfixiados por unos blaugranas espectaculares, mezclando determinación y un aplastante dominio del balón”, escribió el diario Le Monde. Pero los denominadores comunes fueron las palabras humillación y vergüenza. No culpan al árbitro.

No obstante, hay una legión de indignados y ofendidos, para quienes este partido lo ganó el referí, el alemán Deniz Aytekin. Pareciera que fue autor de los seis goles. Vale recalcar, sí, que concedió un penal que clarísimamente no fue: el que simuló Suárez y en el cual Neymar puso el 5-1. Los otros cinco goles son billetes buenos, valen. Y, como dijo el mismo Verratti, fue 6-1, no 1-0. El primer penal fue claro: Meunier cae en el área producto de un amague de Neymar y, cuando este va a pasar, el belga haciendo el distraído lo toca con su cabeza para impedirlo. No importa con qué parte del cuerpo haga la falta. Lo hizo caer. Todo lo demás es conversable. Mascherano reconoció un toque en el área sobre Di María cuando este remataba, pero también hubo falta de Meunier a Neymar en otra que se le iba y lo paró con el brazo extendido. No fue un bochorno. Hubo un error arbitral condenable como hay tantísimos en los partidos. Magnificado porque el Barcelona genera urticaria en mucha gente. Millones no toleran el éxito ajeno cuando es continuado y viene acompañado de alabanzas. Este Barcelona rompió un statu quo que imperó en España por 50 años: que casi siempre festeja el mismo. Y eso molesta.

“Siempre le dan penales al Barça”, es la queja matriz de los ofuscados. Otra, menor, es que a los rivales les suelen expulsar a algún efectivo. No es ilógico: a un equipo pletórico de virtuosismo, que ha tenido a Ronaldinho, Eto’ó, Henry, Yaya Touré, Messi, Xavi, Iniesta, Ibrahimovic, Villa, Suárez, Neymar, Dani Alves, que ha batido todos los récords de posesión de balón y de goles marcados y que sale a atacar en cualquier cancha desde el minuto uno al 90 desde hace catorce años, es normal que le cometan algunos penales y que intenten bajarlos a la mala.

Barcelona es un equipo noble: no pega, no hace tiempo, no especula, no vive de la trampa (aun reconociendo la simulación de Suárez), solo quiere atacar, golear, agradar. Es entendible que muchos deseen que este ciclo glorioso se corte de una vez, pero no da para estar indignados. La hazaña es legítima. No hay cómo ningunearla.

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Si algo le faltaba al mejor equipo de la historia era una remontada épica. Ahí está. (O)