Nassib Neme y los directivos de Emelec dan los últimos toques a la segunda reinauguración del estadio George Capwell. Los seguidores de la divisa azul y plomo esperan con ansias la llegada del 8 de febrero en que el elegante escenario abrirá sus puertas para recibir al dueño de casa y al New York City, uno de los equipos más prestigiosos de la Major League Soccer, que trae en sus filas a dos campeones del mundo: el italiano Andrea Pirlo, mediocampista, monarca planetario en Alemania 2006, y el español David Villa, delantero, campeón mundial en Sudáfrica 2010.

Tengo de Pirlo una imagen imborrable. Cuando trabajaba para El Diario La Prensa, de Nueva York, fui enviado a cubrir íntegramente el Mundial 2006 y permanecí en Alemania 33 días. Uno de los encuentros más emocionantes que me tocó presenciar fue la semifinal entre Italia y Alemania, en Dortmund.

Los 90 minutos constituyeron la demostración de un fútbol defensivo más que de iniciativas de ataque. No hubo nada especial en las dos selecciones plagadas de estrellas. Cuando vino el alargue Italia echó al cesto su historia de marcaje y pelotazo y decidió que ir tras el arco rival. El comando de ataque lo encabezaban dos jugadores fabulosos que dieron aquella noche una muestra de su talento hasta entonces prisionero de las flechas y las cruces de una pizarra castradora: Andrea Pirlo y Gennaro Gatusso. Ellos construyeron la victoria y el pase a la final que terminaron ganando para llevar a su país a la cima del mundo.

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Pero ese no es el tema de esta columna. Es solo una referencia en homenaje a Pirlo, a quien volveré a ver después de más de diez años. Mi propósito es aclarar una duda histórica planteada por varios lectores acerca de mi columna anterior en la que hablaba del Ballet Azul. La denominación, de modo general, es atribuida al equipo que se formó luego de la llegada del inolvidable maestro Fernando Paternoster, en 1962.

Pero los testimonios periodísticos son inapelables. Los viejos diarios son el borrador de la historia y en ellos, de modo especial en EL UNIVERSO, bajo el título de ‘C.S. Emelec, el Ballet Azul del fútbol porteño’, aparece varias veces la foto del plantel eléctrico en 1957. En esa foto (busque en Facebook la página Memorias del Guayaquil Deportivo) están, de pie, Cipriano Yulee, Jaime Ubilla, Cruz Alberto Avila, Jorge Caruso, Jorge Lazo y Raúl Argüello. Abajo aparecen Daniel Pinto, José Vicente Balseca, Carlos Alberto Raffo y los argentinos Óscar Fernández y Natalio Villa.

De modo que El Ballet Azul de Emelec nació en el viejo Capwell y no en el Modelo, como aseguran muchos. A los que aparecen en la foto hay que agregar los nombres de otros conspicuos balletistas como Bolívar Herrera (+), Ricardo Chinche Rivero (+), Rómulo Cucho Gómez, quien fue figura estelar en 1957 y titular en casi toda la campaña; Carlos Romero, Mariano Larraz (+), Júpiter Miranda (+), Humberto Suárez, Julio Gallegos, Agustín Mamita Álvarez, Luis Montes y Fulvio Rangel.

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A este primer Ballet Azul le correspondió el honor de consolidar el bicampeonato para el club (1956-1957) en los torneos de la Asociación de Fútbol del Guayas y lograr el título del primer campeonato nacional de fútbol. Tres coronas en dos años, lo que es orgullo emelecista.

¿Quién armó ese primer Ballet Azul? Ese que permanece en la memoria de los viejos hinchas que vivieron los tiempos de oro del antiguo estadio Capwell, y que debe ser honrado por los jóvenes seguidores de la divisa que a diario reciben el mensaje de que hay que olvidarse de la historia. Para ser justos debemos reconocer que el armaje empezó en 1956, cuando Emelec era dirigido por un nombre al que cubre hoy una espesa niebla de olvido: el chileno Renato Panay.

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Los dirigentes del club lo conocieron en 1948, cuando Emelec fue a Santiago de Chile a jugar el primer certamen oficial interclubes reconocido por la Conmebol: el Campeonato de Campeones, antecedente de la Copa Libertadores. Era un entrenador experimentado en su país y lo contrataron para que, junto a Eloy Carrillo, dirigiera en ese torneo a los azules que debutaron empatando con Colo Colo, uno de los favoritos, después de ir ganando 2-0, con goles de Marino Alcívar, recordado Rey de la Media Vuelta.

Panay llegó a Guayaquil en 1954, ya esta vez como entrenador de planta de Emelec. Contaba con un buen plantel, pero se vio favorecido por una jugada magistral de los dirigentes: se ‘sustrajeron’ del balompié quiteño a Jorge Pibe Larraz y a Carlos Raffo, dos nombres señeros de la historia eléctrica. José Vicente Balseca, entonces con 20 años, jugaba de centro delantero. Panay hizo entonces una jugada de maestro: Puso a Raffo como piloto de ataque, mandó a Larraz de interior izquierdo y ubicó a Balseca de alero derecho dando lugar al nacimiento de un personaje idolatrado por todas las hinchadas: el Loco Balseca.

El adiestrador chileno se fue a fines de 1954, pero retornó en 1956. Yulee se había consolidado como uno de los mejores arqueros nacionales. Ubilla y Argüello habían ganado fama como marcadores, mientras en el centro lucía su eficiencia Eladio Leiss. Herrera, Rivero y Galo Papa Chola Solís eran dueños del medio campo y adelante hacían una fiesta el Loco Balseca y Daniel Pata de Chivo Pinto. El Flaco Raffo destrozaba las redes, mientras el ala izquierda contaba con el Pibe Larraz o su hermano mayor, Mariano, un número 10 auténtico, no falsificado, y en la punta con Júpiter Miranda o Bomba Atómica Guzmán.

Emelec fue brillante campeón en ese torneo de Asoguayas y Panay se fue para no volver. Se convirtió en trotamundos. Después de dirigir en su país al Rangers de Talca, anduvo por Bolivia con el Aurora y la selección de ese país. Después viajó a Panamá y tuvo a su cargo la selección entre 1971 y 1978, año en el que le pierdo el rastro.

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Fue entonces que los eléctricos acudieron a los servicios del siempre bien recordado Eduardo Tano Spandre, ítalo-argentino que había jugado en Río Guayas, Emelec y Valdez; que había sido técnico campeón con los milagreños en 1954 y había llevado a Barcelona a conquistar el primer título del profesionalismo en 1955. El Tano le dio la titularidad en el centro de la zaga a Cruz Ávila y pidió a los directivos que compraran el pase de Cucho Gómez. Cuando llegó a Guayaquil el Deportes Tolima convenció a su excompañero Jorge Caruso para que se quedara en Emelec. Los argentinos Natalio Villa y Óscar Fernández se incorporaron al plantel.

El fútbol millonario adquirió una vistosidad y elegancia que provocó que EL UNIVERSO lo bautizara como El Ballet Azul, el de los bellos tiempos del viejo estadio Capwell. (O)

¿Quién armó ese primer Ballet Azul? El armaje empezó en 1956, cuando Emelec era dirigido por un nombre al que cubre hoy una espesa niebla de olvido: el entrenador chileno Renato Panay.