“Quem nao faz, leva”, dice un refrán futbolero brasileño, en esa concisión notable del idioma portugués y de los escritores de esa lengua. Quien no hace los goles en el arco adversario, los sufre en el suyo. Eso le pasó en Osaka a Atlético Nacional, que convirtió su sueño de jugar la final del Mundial de Clubes ante el Real Madrid en una pesadilla: la de ser goleado por un equipo japonés. Aumentada por esa creencia –errónea, desde luego– de que el fútbol nipón no existe, es nada. Hay una resistencia obtusa a admitir que el fútbol se ha igualado, sigue igualando. Y que se iguala para arriba, nunca para abajo.