Cada uno en su momento marcó la diferencia, con características y atributos distintos pero todos con una calidad excelsa.

He tenido el privilegio de ver en acción en vivo y en directo a los cuatro y se dice que las comparaciones son odiosas, que cada uno en su época fue el mejor, pero es inevitable marcar diferencias y establecer en un contexto global quien ha sido el mejor de todos.

Corría el año 1960, el Peñarol de Alberto Spencer comenzaba un ciclo de continuas victorias, gana la primera Copa Libertadores y obtiene el derecho de jugar la Intercontinental ante el Real Madrid, de Puskas, Santamaría, Gento y la Saeta Rubia, Alfredo Di Stefano, goleador por excelencia, rápido, intuitivo y con una característica que para la época era llamativa, centro delantero de toda la cancha.

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En una tarde lluviosa Peñarol recibe al Real Madrid en el Estadio Centenario, tenía 12 años y como de costumbre junto a mi padre vi ese primer enfrentamiento del Campeón de Sudamérica ante el Campeón de Europa. El partido terminó empatado a cero gol, pero en mi memoria surge algo que me llamó la atención, un centro delantero que aparecía por todos lados, que defendía en su área cuando el rival ejecutaba un tiro libre o un tiro de esquina y que cuando atacaba tenía técnica en velocidad, algo que para aquella lejana época era más que llamativo.

Di Stéfano fue uno de los precursores de los cambios radicales que ha tenido el fútbol. Antes todo era similar, estático, dos zagueros, tres medios y cinco delanteros, y todos jugaban a lo mismo, siempre ganaba el que tenía mejores individualidades. Los técnicos se limitaban a poner alineaciones y a dar alguna arenga, los espacios sobraban por todos lados y hacían que los habilidosos se dieran verdaderos festines.

Después de la debacle de Brasil en el Mundial de 1950, ocho años más tarde en Suecia aparece un adolescente que sorprende a todos. Por sus goles, por la fantasía de su fútbol en un equipo que maravillaba con delanteros dotados de una técnica exquisita. Y comienza el reinado de Pelé. Con la Selección, con el Santos el espigado delantero se aburre de hacer goles, conforma una delantera espectacular, Dorval , Mengalvio, Coutihno, Pelé y Pepe. Fue una década que la disfruté intensamente, porque coincidió con un momento futbolístico muy destacable de Peñarol. Se jugaron partidos memorables. Peñarol después de perder con el Real Madrid en 1960, volvió a ser campeón de la Copa Libertadores del año siguiente y obtuvo la Intercontinental venciendo al Benfica de Eusebio. Para 1962 contrató a Bela Gutman, técnico húngaro que había dirigido al Benfica, y ese fue el dolor de cabeza más grande para Pelé.

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Ya los europeos no soportaban la superioridad de los sudamericanos y los italianos en la década del sesenta, inventaron el cattenacio una suerte de sistema de juego donde aparecía un líbero y dos o tres zagueros que aplicaban marca individual; a ello se sumaba una rigurosa preparación física y algo de lo cual nos venimos a enterar más tarde, la utilización de estimulantes. Ante ese contexto a Pelé se le complicaron las cosas, Bela Guttman le mandaba una marca personal en toda la cancha y bajo esa condición Peñarol logró emparejar en algo, pero sobre todas las cosas puso dificultades, ya no era tan fácil golear y pasarle por arriba.

Para la década del ochenta Argentina presenta en sociedad a un chiquito de pelo enrulado que hacía maravillas con la pelota en sus pies. Maradona fue realmente un jugador fuera de serie. Atrevido, con una zurda magistral, con una visión periférica del campo muy llamativa, individualmente insuperable, veloz a pesar de sus piernas cortas, inteligente, gambeteador nato cuando la oportunidad se daban, pero también solidario y apostando al juego colectivo. Para muchos el mejor de todos los tiempos, sobre todo porque ya el fútbol en su época evolucionó, aparecieron los técnicos, con sus tácticas y todo se hizo más difícil. Para los que estaban acostumbrados a disfrutar de un caño o de un sombrerito quizás fue un retroceso, pero sin duda Maradona debió luchar contra todo eso y lo sorteó con su excelsa calidad.

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Y para ponerle la frutilla a la torta llega Messi, para mí el más grande de todas las épocas. Sorteando mil dificultades, tan pequeño de estatura que hubo que hacerle un tratamiento con la hormona del crecimiento, autista, que más, un verdadero genio. Perderse un partido de Barcelona es un sacrilegio. Ver en acción esa pulga endiablada, sorteando marcas empecinadas, definiendo y también asistiendo constituye un privilegio que difícilmente pueda repetirse.

Son épocas distintas, los cuatro fueron únicos, cada cual en su momento marcó la gran diferencia, pero resulta imposible no compararlos. Sin duda que el fútbol en la actualidad ofrece muchas más dificultades que hace cincuenta años, por eso lo de Messi aún sin ser campeón del mundo es para mi criterio insuperable. (O)