En un matutino bogotano el presidente del Comité Olímpico Colombiano declaraba al descender del avión que lo traía de Río de Janeiro su satisfacción por la actuación de sus deportistas en los Juegos Olímpicos. En el pecho de sus atletas colgaban tres medallas de oro, dos de plata y tres de bronce. El mismo día, en Guayaquil, el presidente del Comité Olímpico Ecuatoriano declaraba a EL UNIVERSO del 16 de este mes: “Hemos conseguido (sic) cinco que están dentro de los diez mejores del mundo (…) Tenemos posibilidades de seguir cosechando diplomas olímpicos y estar dentro de los diez mejores del mundo”.

En las manos del presidente del COE lucían cuatro diplomas olímpicos. Nada al lado de las ocho medallas que mostraba su émulo colombiano. Para replicarme los dirigentes del COE dirán que los atletas norteños eran más, pero el argumento es estéril. Eran más porque son mejores. Los países no inscriben atletas porque se les ocurre. En este tiempo los torneos preolímpicos de cada deporte son los que asignan los cupos. En condiciones casi similares, Colombia logró 147 cupos y Ecuador 38. En el medallero Colombia ocupa el puesto 23, mientras nosotros estamos perdidos entre el más de un centenar de países que no consiguieron metales.

Lograr una medalla olímpica es una tarea ciclópea. Requiere de un plan de desarrollo deportivo a largo plazo elaborado por los entendidos en planificación, dirección y administración; por dirigentes capacitados y de larga trayectoria. Los burócratas de léxico enrevesado y tecnocrático están demás. Nosotros carecemos de ese plan, aunque del Ministerio del Deporte nos digan que sí existe uno de alto rendimiento cuyos resultados se verán luego del año 2020.

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Una dilatada experiencia deportiva nos permite no incurrir en el error de reclamar a los deportistas que fueron a Río una medalla olímpica. Pero lo que nos corresponde como periodistas es reclamar a los dirigentes y al ministerio un poco de sana autocrítica que abra la perspectiva de encontrar el real camino hacia al desarrollo auténtico, no el inventado en declaraciones que ocultan verdades monumentales.

Decir que cinco deportistas ecuatorianos están entre los diez mejores del mundo es un sofisma. Si era esa la meta a lograr en Río de Janeiro y para ello llevamos 38 seleccionados el rendimiento es paupérrimo: 13,15% de rendimiento. Los cinco atletas a los que se refiere el presidente del COE están entre los diez mejores de los Juegos Olímpicos no en el ranking mundial de cada deporte. Con orgullo podemos citar a la pesista Alexandra Escobar, así como de su compañera Neisi Dajomes, séptima en su categoría, una jovencita de gran futuro. Mención especial merecen las velocistas Ángela Tenorio y Marisol Landázuri que alcanzaron las semifinales en atletismo y la nadadora Samantha Arévalo, novena en la prueba de 10 km. Muy decorosa podemos considerar la actuación del maratonista Byron Piedra y la del nadador Iván Enderica, ubicados en los puestos 18 y 16, respectivamente. Y pare de contar. Los boxeadores Carlos Quipo y Carlos Mina llegaron a los cuartos de final, pero sus discretas condiciones técnicas fueron muy evidentes.

Mi colega José Vicente Ponce me preguntó en Ecuavisa qué es necesario para que el deporte ecuatoriano inicie un periodo de superación hacia Tokio 2020 y aunque no creo poseer ninguna pócima mágica, sí creo haber alcanzado alguna experiencia en más de seis décadas en el deporte. Y le he dicho a mi colega que lo urgente es, ya en otro régimen, derogar la actual Ley del Deporte que nos condujo a la estatización absoluta y a la desaparición del voluntariado deportivo.

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Uno de los pocos segmentos de la vida ciudadana, si no el único, que permanecía al margen de las apetencias del poder, era el deporte. La lucha por apoderarse de la conducción deportiva no era nueva. Nació en 1925 con la llamada Revolución Juliana, estatizante y centralista, destinada a privar a Guayaquil de su influencia en la vida política, económica y social. Los dirigentes quiteños que en mayo de ese año, al fundarse la Federación Deportiva Nacional del Ecuador, habían pretendido fundar también un Comité Olímpico con sede en la capital y presidido por el ministro de Educación, chocaron durante el I Congreso Deportivo Nacional con la oposición del dirigente más importante en la historia de nuestro deporte, Manuel Seminario Sáenz de Tejada, quien impidió que la idea prosperara por oponerse a las reglas olímpicas de la época que impedían la intervención de los gobiernos en el deporte.

La Revolución Juliana abrió las puertas a la idea estatizante. El régimen de Isidro Ayora en 1931 dictó la primera Ley del Deporte que enterraba a la Federación Deportiva Nacional del Ecuador y a las federaciones provinciales y creaba un ente de empleados gubernamentales para que dirija el deporte. La oposición de Seminario y otros dirigentes guayaquileños hizo que la ley se derogara. Los estatistas volvieron a la carga en 1937 en la dictadura de Federico Páez, pero la ley no prosperó, aunque un año después volvieron a la carga con la dictadura de Alberto Enríquez Gallo y su Ley de Fomento Deportivo que creaba un Consejo Nacional de Deportes presidido por el ministro de Defensa y Deportes y una legión de empleados del Estado. Esta ley se derogó cuando los Cuatro Mosqueteros del Guayas regresaron triunfantes de Lima.

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Lo que no pudieron las dictaduras, desplazar a los voluntarios para entregar el deporte a los funcionarios gubernamentales, se consiguió en el actual régimen político. Basta ver quiénes integran la Federación Nacional y las federaciones provinciales. Basta examinar las listas de los dirigentes de las federaciones ecuatorianas por Deporte, la gran mayoría elegidos luego de la violenta intervención estatal en octubre de 2012 por el entonces ministro del Deporte, José Francisco Cevallos.

Esas federaciones espurias eligieron al actual presidente del COE cuando era viceministro del Deporte.

El Estado y las federaciones deben viajar como las paralelas del tren sin que uno invada al otro, como ocurre hoy en que la Subsecretaría de Alto Rendimiento maneja la preparación de los atletas. En que se habla de un Plan de Alto Rendimiento manejado por el Ministerio del Deporte a través de una empresa que según publicó la agencia Andes se llama CEAR EP.

La autonomía de las federaciones ecuatorianas por Deporte quedó pulverizada. Los dirigentes han aceptado esa situación en silencio. Mientras el deporte no sea devuelto a los verdaderos dirigentes y el Estado entienda que su papel de proveedor y supervisor no es técnico, volveremos de cada Juego Olímpico con uno que otro diplomita. (O)

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Mientras el deporte no sea devuelto a los verdaderos dirigentes y el Estado entienda que su papel de proveedor y supervisor no es técnico, volveremos con uno que otro diplomita.