Luisito Artime, aquel implacable goleador de River, Independiente, Nacional, la selección, acuñó una frase célebre que entró de lleno en la historia del fútbol argentino: “A la AFA habría que incendiarla, quemar el edificio y empezar de cero otra vez”.

Lo dijo por el desorden que ya campeaba en la conducción del fútbol que dio a Di Stéfano, Maradona y Messi. Fue en 1961. Cincuenta y cinco años después mantiene una vigencia asombrosa. Tan asombrosa que pareciera haberla dicho ayer. Más: viendo la AFA actual, a Luis Artime aquella le parecería una entidad modélica.

La asociación, que es la octava más antigua del mundo y la primera de América, nunca gozó de credibilidad interna, menos de prestigio, siempre fue un nido de desconfianza, rumores y chanchullos. Pero en estos días genera una visión como nunca antes. Dejó atrás el nivel de caótica para ingresar en el de catastrófica. Es la imagen más argentina de la Argentina, a la cual el nuevo Gobierno nacional intenta refundar.

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Mauricio Macri es hombre de fútbol y sabe de las consecuencias funestas que acarrearía una intromisión del Estado en la AFA; FIFA no permite injerencias, y menos gubernamentales, bajo amenaza de desafiliar a la asociación que se salga de su tutela. Por ello envió un emisario a Zúrich y luego habló con Gianni Infantino: acordaron integrar una comisión normalizadora que maneje la institución hasta tanto se encauce y tenga autoridades legitimadas.

El descontrol y la acefalía en que se desenvuelve la madre del fútbol argentino llegó a un punto en que ya nadie sabe quién la preside, quiénes la dirigen, quién abre la puerta a la mañana y la cierra a la noche. Para numerosos actos, la cara visible es Claudio Tapia, presidente de Barracas Central, un pequeñísimo club de la tercera categoría, muy poco representativo. Tapia asume el rol porque no hay otro. Pretender historiar en un solo artículo la infinidad de sucesos insólitos y negativos que ha protagonizado la AFA en los últimos años es ilusorio. Se precisarían varios tomos para compilar tanto desatino.

Al menos hasta que esta edición de EL UNIVERSO gane la calle, Primo Corvaro, enviado de la FIFA, entrevistaba candidatos para integrar la comisión regularizadora, que se compondría entre FIFA, el Gobierno y la justicia argentina. La justicia tomó partido, pues investiga diversas denuncias de corrupción en la casa del fútbol.

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Este gigantesco embrollo, que suma nuevos capítulos día tras día, comenzó el 30 de julio del 2014, cuando falleció el todopoderoso Julio Humberto Grondona. El gran jefe asumió la presidencia de Viamonte 1366 (así le dicen por la dirección postal) el 6 de abril de 1979. Dijo muchas veces: “De la AFA me sacan con los pies para adelante”. Y cumplió. Duró 35 años y monedas en el sillón. La AFA era suya, fue amo de vidas y haciendas. “Aquí no se mueve una hoja sin que lo sepa Julio”, susurraban con pavor porteros, empleados, dirigentes. En vida, nadie osó enfrentarlo. Y aquel que lo intentó, recibió el escarmiento de ser empujado fuera del fútbol o quedar aislado como un paria.

Instauró un absolutismo al estilo Luis XIV (“El estado soy yo”). Grondona fue quien tomó, per se, la decisión de que Argentina no concurriera a la Copa América en Colombia 2001. Y envolvió a todo el país. Nadie le discutía una palabra, golpeaba la mesa con su puño en las reuniones de la Conmebol y hasta Blatter le temía en la FIFA. El Capo, el Don, el Padrino, fueron apodos que le instauraron dentro mismo del ambiente.

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Aquellos que durante 35 años pronunciaron apenas dos frases (“sí, Julio”, “no, Julio”), comenzaron el mismo día del velatorio la lucha por la sucesión. Primero, sordamente, luego sin pudores. El poder, concentrado como un iceberg en una sola pieza, estalló y se fragmentó en mil pedazos. Finalizada la autocracia, se constató que la AFA era una persona, no una organización. Grondona nunca derivó una decisión, su negocio era concentrar todo el poder. No hubo figuras que hicieran contrapeso a una personalidad tan fuerte, no dejó equipos de trabajo, cuerpos orgánicos soberanos que lo sucedieran ni una estructura que funcionara sin su presencia. La Selección, las finanzas, los árbitros, los patrocinadores, el control de los votos, todos los resortes más sensibles le pertenecían al ciento por ciento.

Pasaba mucho tiempo en Suiza por su cargo de vicepresidente de FIFA y lo llamaban a cada momento por todo. “Julio, se pinchó la pelota, ¿qué hacemos…?” Grondona, del otro lado de la línea, desde Zúrich: “Cambienlá…”. Grondona tenía, siempre le será reconocido, el carácter (feroz), la habilidad y la sabiduría para mantener a todas las fieras enjauladas, llámense los clubes grandes (Boca, River, Independiente, Racing, San Lorenzo), los chicos, los árbitros, el gremio de los futbolistas, las ligas del interior del país, la televisión, el periodismo y hasta el Gobierno, siempre deseoso de involucrarse en un fenómeno tan masivo como el fútbol, en un país que mastica fútbol las 24 horas.

A la muerte del líder (amado y temido) le sucedió interinamente su vicepresidente primero y mano derecha Luis Segura, un hombre de perfil bajo, casi invisible que presidió Argentinos Juniors, club que acaba de descender a la B Nacional. Luego del interinato, Segura fue confirmado como presidente hasta el 3 de diciembre de 2015, cuando se realizaron las fallidas elecciones en las que se presentaron el mismo Segura (la cara del grondonismo, como se lo definió) y el conductor televisivo Marcelo Tinelli (el cambio). Este debió sortear una batalla legal pues estaba impugnado por el otro sector.

Habiendo 75 asambleístas para votar, el recuento dio un insólito empate 38 a 38. Quedó todo en la nada y fracasaron los muchos intentos para llamar a una nueva votación. La AFA entró en un estado casi inmanejable, con reuniones diarias, marchas, contramarchas, acusaciones, denuncias, enfrentamientos, renuncias. Un eslogan se había hecho popular: “AFA rica y clubes pobres”. Pero ahora se sabe que la riqueza era ficticia. “La AFA está fundida”, declaró el empresario Armando Pérez, presidente de Belgrano de Córdoba, uno de los tantos candidatos a presidente. El deterioro de la entidad no es nuevo, pero estaba tapado por la figura inmensa de Grondona. Ahora llegó a límites extremos. Raúl Broglia, presidente de Rosario Central, declaró el martes: “En AFA no hay para atender a un plantel, no hay plata para cortar el césped... ni para el que sirve café”.

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Según trascendió, la AFA se quedó con $ 1’200.000 que le giró Conmebol por su participación en la Libertadores, lo gastó y ahora no tiene cómo devolverlo. Se destaparon irregularidades, la más seria está siendo investigada por la justicia: según consignaron los medios, se denunció que el dinero que el Estado pagaba a los clubes por los derechos de TV del campeonato, el famoso Fútbol Para Todos, ingresaba en la AFA y luego ésta abonaba a los clubes con cheques a 60, 90 y 120 días. Al que le urgía el dinero, desde la propia AFA lo mandaban a una financiera clandestina controlada por amigos de los dirigentes que, a cambio del efectivo, se quedaba hasta con un 40%. En la denuncia se dice que, de 6.000 millones de pesos (casi $ 500 millones), llegaron en realidad a las instituciones solo 3.600.

En medio de ese berenjenal, la selección argentina participó en la Copa América de Chile 2015. Y casi la gana. En medio de ello jugó la Copa Centenario en Estados Unidos 2016. Y también estuvo cerca. Lionel Messi renunció a la selección, Gerardo Martino lo siguió (le debían varios meses de sueldo). No hay cuerpos técnicos en las selecciones juveniles. No hay cómo formar un equipo que represente al país en los Juegos Olímpicos porque los clubes no quieren ceder sus jugadores. La lista de dislates es enorme.

Maradona fue, al parecer, comisionado por Gianni Infantino para involucrarse en el tema y salió con la misma sensación de quienes desean renovar la entidad: no hay cómo erradicar del todo el grondonismo, impregnado hasta en las paredes. Las viudas quieren seguir manejando AFA, que se ha tornado una entidad inefable, la oveja negra del rebaño universal.

El ranking mundial de la FIFA incluye a 209 selecciones. Increíblemente, lo encabeza una asociación desquiciada que, por ahora, no ve la luz al final del túnel. Ni el túnel. (O)

No hay cómo erradicar del todo el grondonismo, impregnado hasta en las paredes. Las viudas quieren seguir manejando AFA, que se ha tornado un inefable, la oveja negra del rebaño universal.