En nuestro país el periodismo crítico –no alineado con los ‘favores logísticos– y los seguidores del balompié reclaman la necesidad de una ‘revolución ética’ en todo el entorno futbolero, pero hay escepticismo porque en las esferas más altas están los mismos que con su voto, su mano alzada, o su silencio, contribuyeron al desastre.

La imagen del fútbol ecuatoriano está en entredicho y la vuelta al prestigio de honorabilidad –que un día tuvo– debe ser tarea de todos: clubes, dirigentes, técnicos, árbitros, jugadores, periodistas auténticos, medios de comunicación. Por nuestra parte –por el periodismo ajeno a las influencias nocivas– solo podemos aportar desde la observación y la crítica; no desde la connivencia o el adulo.

Una contribución de este estilo únicamente puede darse en un ámbito de libertad de expresión; desde el derecho a emitir una opinión sin el riesgo de ser insultado, perseguido, denostado o censurado. Por ello resulta incomprensible, inaceptable, detestable la reacción del técnico de la Selección nacional cuando un sector del periodismo –en el que estoy incluido– y de la hinchada le reclamó por el deplorable nivel mostrado frente a Brasil, en la Copa Centenario, y le pidió explicar por qué el rendimiento ha descendido desde el espléndido encuentro ante Argentina, por las eliminatorias.

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Irritado, visceral, con escasa urbanidad, el entrenador respondió que “los que se preguntan eso son ignorantes, no saben nada de fútbol”. ¿Es esa la contestación que se espera de quien conduce la Selección? ¿Puede, desde su autoasignada omnipotencia, ultrajar impunemente a periodistas y aficionados de nuestro país? ¿Sale este comportamiento de su particular creencia de ser una autoridad irrefutable, inalcanzable, inigualable en el mundo del fútbol? ¿O es un trastorno de su personalidad que lo vuelve intolerante, agresivo, intransigente? El caso es preocupante, aunque en la FEF nadie ha dicho nada. Total, si nunca hablaron en los 18 años de ignominia, no van a empezar a hablar ahora.

Pero hay otras aristas que agravan el cuadro de la personalidad irrespetuosa del conductor de la Tricolor. Resulta que hoy es impermeable a cualquier observación, por modesta que sea. En una entrevista con Diario EL UNIVERSO afirmó: “No le hago caso a nadie porque hay poca gente que entiende y hay muchos detractores de su propio país, de su fútbol. Son perdedores que siempre están criticando”. De lo que resulta que somos, como ya lo dijo antes, un pueblo de ignorantes en el que solo unos pocos entienden la ciencia que él domina a la perfección. Y reafirmó en otra parte de la nota: “No le hago caso a la gente que no entiende de esto y a algunos idiotas que dicen que este (equipo) no es el mismo Ecuador de octubre de 2015”.

Seamos claros. Si en un mismo momento, en dos televisores, en uno pasamos el partido de octubre de 2015 frente a Argentina, y en otro el de hace ocho días con Brasil, veremos que se trata de dos selecciones distintas. Brillante la primera, mediocre la segunda.

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Pero el adiestrador argentino-boliviano, convencido de que somos un país de estúpidos e ignorantes, respondió al Mayor Diario Nacional el martes pasado: “El nivel de Ecuador contra Brasil (0-0) está muy cerca de lo que pretendemos. Se jugó un excelente partido en las partes táctica, estratégica, en el orden, en la organización defensiva. Solo nos faltó un poquito de precisión en los contragolpes y aprovechar mejor los espacios en ataque; si no el partido habría tenido otro resultado”.

La incontinencia verbal del entrenador no es nueva. Basta recordar aquella rueda de prensa después de que Ecuador fuera eliminado en la Copa América 2015. Era de conocimiento público que la FEF había buscado a Edgardo Bauza tras las dos primeras derrotas en ese certamen. Tal vez lo habrían despedido, pero Bauza no aceptó relevarlo. Cuando este Diario lo interrogó estalló: “No le demos espacio a los idiotas. Que sigan siendo idiotas. No le demos espacio a gente que no nos importa. Hay empresarios de fútbol que hacen sus movidas, un periodismo corrupto. Inventan cosas para tratar de buscar algo”. Y en otro rotativo señaló: “No hay que darle ninguna importancia a lo que diga algún estúpido”. Cuando ejercía en Bolivia la FIFA lo suspendió por tres meses por insultos a un árbitro ecuatoriano.

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En Emelec reincidió una vez, pero la dirigencia debe haberle advertido que la línea del club era la mesura, la prohibición de declaraciones escandalosas. Se presumía que ese estilo iba a asumirlo en la Selección, pero los ámbitos eran diferentes. En la FEF regía el estilo confrontacional, intolerante ante la menor crítica, impuesto por el expresidente que lo contrató. Tal vez allí nació la pretensión del director técnico de parecerse a su patrono. Ojalá no se le ocurra imitar otras actitudes.

Hay otras distorsiones peligrosas que nunca merecieron de los directivos un llamado de atención. El entrenador está empeñado en convertir a la Selección en un símbolo patrio que se sume a la bandera, el escudo y el himno nacional. El 22 de junio de 2015 dijo en una entrevista publicada en diario El Comercio: “Los buenos ecuatorianos siempre alientan y están los que traicionan a su mismo país”.

Moraleja: los que emitimos opiniones críticas al rendimiento de la Tricolor somos traidores a la patria. Los aficionados que le piden explicaciones al técnico por las malas actuaciones también lo son. Él quiere ser el cóndor del escudo.

La mentira encubre también su escasez de razones. Joffre Guerrón fue supuestamente vetado por el expresidente de la FEF por motivos conocidos. El atacante se quejó públicamente de discriminación. Cuando le preguntaron al técnico actual por qué no lo convoca, alegó que Dinamita era “conflictivo” por declaraciones emitidas por este en tiempos ‘chiribogistas’. Sin embargo, pasó por alto que Montero, luego de Brasil 2014, tuvo un explosivo cruce de declaraciones con Frickson Erazo que generaron un conflicto (“hay jugadores que van por dinero y se los diré en la cara porque ellos lo saben”, afirmó el primero. El segundo acusó a su compañero porque “rompió códigos del camerino” y luego aseguró que era necesario “sanear” a la Tricolor). De lo que sabemos, los dos siguen en la Selección.

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Benito Juárez decía: “El insulto es el último recurso de aquel que se ha quedado sin argumentos, pues se siente derrotado”. El agravio es un desahogo que desplaza el esfuerzo de razonar. Etimológicamente, insultar es tanto como “saltar sobre el otro”. Es decir, es una forma de agresión simbólica. El insulto burdo y fácil no hace sino poner de relieve las escasas luces y la nula capacidad retórica o dialéctica de quien los profiere, al tiempo que manifiesta su rotunda incapacidad para tratar de imponerse al otro por cualquier medio que no sea el mero intento de avasallarlo.

De mi parte, en más de medio siglo de ejercicio ético del periodismo he opinado en libertad de expresión, derecho al que no voy a renunciar por más sabio en fútbol o intemperante o agresivo o mal educado que sea el empleado de la FEF al que hemos entregado el honor de trabajar en nuestro país. (O)

Irritado, visceral, con escasa urbanidad, el DT de la Tri respondió que “los que se preguntan eso son ignorantes”. ¿Es esa la contestación que se espera de quien conduce la Selección?