Después que los altavoces propalaran el himno chileno en lugar del uruguayo (¡¡¡…!!!), hubo un partido… Y apareció, por fin, el fútbol, entraron en escena los goles, hubo acciones dignas de un torneo trascendente y dos toros toreándose. Oficialmente, la inauguración de la Copa América Centenario fue Estados Unidos-Colombia en Santa Clara; en lo futbolístico pareció ser México 3 - Uruguay 1 en Glendale, Arizona. Fue el primer partido de envergadura, con selecciones grandes y ambiente de acontecimiento. Con aceptables cuotas de juego.

Debemos homenajear a México, no por este buen triunfo bautismal, sino por querer ser siempre una selección importante, por intentar ser una potencia del fútbol mundial. En verdad debieran agradecerlo más los países nucleados en Concacaf. ¿Qué sería el fútbol de esa zona del hemisferio norte sin México…? Seguramente un poco más que Oceanía. Sus vecinos de Concacaf siempre acusan al país del Chavo de “tener ínfulas de grande cuando no lo es”. Pero quiere serlo, sueña con ello, lo busca. Y nadie puede negar la evolución mexicana en los últimos treinta años. En 1986 se disputó el Mundial en tierra azteca; el objetivo de ese fútbol era pasar la primera fase. Si hoy volviera a jugarse allí, México aspiraría a la final. Es la prueba de su avance.

El hincha mexicano, inventor de la ola, ese gran pasatiempo de los estadios para quitarse el aburrimiento cuando el partido es indigerible, aportó el color, el calor, nutrió las gradas con 50.000 aficionados. Y a los 3 minutos apenas ya se vieron recompensados. Andrés Guardado, gran conductor de la Tri, mandó un centro al área con veneno y con rosca que pasó a varios, también a Chicharito Hernández, golpeó mitad en el rostro y mitad en la cabeza de Álvaro Pereira y entró de lleno en la valla de Muslera. Un comienzo auspicioso.

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Luego vinieron una serie de roces y entradas duras. Esta Copa no se destacará por el buen fútbol, pero nadie podrá negar que se pega parejo. En los primeros 6 partidos hubo ya 3 expulsados y 27 amonestados. Y conste que los jueces han sido bastante permisivos. El mismo árbitro paraguayo Enrique Cáceres, que sacó tarjeta roja a Matías Vecino y Andrés Guardado, ignoró un planchazo de cárcel de Álvaro Pereira a Javier Aquino (de excelente primer tiempo, extrañó su reemplazo ya a los 9’ del segundo, pero hete aquí que su sustituto, Hirving Lozano, cumplió una destacadísima labor).

México dominaba con una posesión de 73% a 27%, aunque mucho toque en su propio campo y hacia atrás, buscando que Uruguay saliera del fondo y ofreciera más espacios. Pero desde el gol y hasta los 68 minutos no volvió a generar peligro real la selección del colombiano Juan Carlos Osorio. En cambio, la Celeste campeó el temporal, aguantando primero, adelantándose de a poco después, y dispuso de tres situaciones claras. A los 48’ por un cabezazo de Cavani, a los 58’ una pelota “bochinesca” de Lodeiro que dejó sólo al mismo Cavani, remató solo ante el arquero Talavera y este le tapó en brillante acción. A los ’70 Godín se disfrazó de Messi, eludió cuatro adversarios, habilitó a Cavani y su cabezazo terminó en un córner. Y a los ’73 el empate, a cargo de un clásico testazo de Godín, que ganó de alto, como es su característica en defensa y ataque, y le cambió la orientación a Talavera. Como siempre, todos los logros de Uruguay tienen el barniz del heroísmo. Ya estaba con diez hombres por la expulsión de vecino a los 44’, había sido superado en el juego, era muy visitante en las tribunas…

Osorio había hecho entrar a Lozano, que se ubicó en la punta izquierda (de wing-wing, como decimos en la jerga argentina), y generó unos trastornos terribles a la retaguardia celeste. Desbordó, enganchó hacia adentro, centreó con precisión, encaró. Variado repertorio. De un brillante pase suyo al corazón del área devino el gol de Rafa Márquez, perfectamente legal, aunque Uruguay reclamó desmesuradamente una posible mano del capitán mexicano que no advertimos. Y otra punzante acción de Lozano muy bien complementada por Raúl Jiménez derivó en el tercero. Márquez, muy vigente pese a sus 37 años, fue a buscar la victoria siendo zaguero y clavó un bombazo alto. Lo que se llama grandeza, la misma de Godín.

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Quedó la sensación de una labor robusta y con brillo de México, ratificando que es candidato serio al título. El único equipo de Concacaf capaz de arrebatarle la Copa a los sudamericanos. “México tira de contundencia para vencer a Uruguay”, tituló Esto, tradicional periódico mexicano. Y acertó con el adjetivo: contundente. Dominó mucho, llegó poco, convirtió bastante. Del otro lado, Daniel Rosa, enviado del diario El País, de Montevideo, no puso excusas: “Los aztecas fueron superiores”, señaló. En cambio, el presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, Wilmar Valdez, fue menos diplomático: “Es un torneo armado para México”, dijo en radio Sport 890. Y se refirió a diversos incidentes en las tribunas: "Nos bañaron en cerveza. Eso no puede pasar, en un evento de estos debe haber todas las garantías".

Valdez levantó todavía más el tono al referirse a la sede de esta Copa América Centenario: "La Conmebol se equivocó en hacer este torneo, el más viejo del mundo, en Estados Unidos". Y aún no conocía las declaraciones del extitular de la Federación Mexicana, Justino Compeán, quien anunció a los cuatro vientos que, en lo sucesivo, la Copa podría comenzar a ser de toda América, se disputaría cada cuatro años y con suelo norteamericano como sede fija. "Se jugaría cada cuatro años en Estados Unidos. Sólo faltan unos detallitos". Compeán es actualmente vicepresidente de Concacaf. Otro vocero de la misma entidad, según ESPN, comentó: "Conmebol pidió dar su respuesta después del torneo. Pero, hoy, están convencidos de que en su próximo congreso se aprobará. La seguridad, los estadios, las comunicaciones, los accesos… Se han convencido que llenan sus requisitos, además de la flexibilidad absoluta en trámites migratorios. Todos están felices, incluyendo, claro, los jugadores, que viajan sin problemas con toda su familia”.

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El País, de Montevideo, puso el grito en el cielo en un titular: “Se la quieren llevar”. Sería un despojo monumental que no entra en ninguna cabeza medianamente ordenada. Pero nunca se sabe: Dios puso en estas tierras a los futbolistas sudamericanos, que son un orgullo, pero también puso a los dirigentes sudamericanos… (O)