Deportivo Cali es un club muy atento. Le regaló al Atlético de Madrid a Rafael Santos Borré por 3,8 millones de euros ($ 4,2 millones). Falta el estuche y la tarjetita. Borré, aún con 19 años, es la máxima promesa de gol del fútbol colombiano. José Pekerman incluso ya lo llamó a la selección mayor. Borré es uno más de centenares que se van o se han ido. El tema es ancestral: nos sentimos colonia, actuamos como tal. Los poetas de nuestra tierra abordaron el tema cientos de veces. Eduardo Galeano, agudo, dice en sus Venas abiertas de América Latina: “América se empobrecía produciendo el café, Europa se enriquecía bebiéndolo”. Eso era un siglo atrás. Con matices, sigue todo igual.

Tal parece ser nuestro destino, persistir en el subdesarrollo, seguir siendo una inmensa factoría, un gigantesco tesoro de materias primas para disfrute de otros. El tema de la venta cada vez más masiva de futbolistas, y más jóvenes, sobrepasa lo futbolístico: nos retrata como región. ¿Qué hará el Cali con 3,8 millones de euros…? Nada, seguir su vida. Los gastará en cuatro maletas. Se entusiasmará y seguirá preparándole más talentos al Atlético, que en dos años venderá a Borré en 50 millones de euros ($ 55,5 millones) y vendrá por más Borrés.

Luego, el Cali o una empresa colombiana, le pagarán al Atlético un millón de euros para que juegue un amistoso en estas latitudes y traiga a Borré, para que lo vea la gente. Acá hay un negocio fabuloso, pero no lo hace el Cali, que alumbró al jugador. Lo hacen señores con trajes de 5.000 euros que no pisan el césped. El formador de Borré, quien lo reclutó y lo fue puliendo durante años, seguramente es un humilde entrenador que vive con lo justo. Pasó con James Rodríguez. Banfield y Envigado lo cedieron conjuntamente al Porto por $ 5 millones; luego el club portugués lo traspasó al Mónaco en 45 millones de euros ($ 50 millones). Y el Mónaco al Madrid por 80 millones de euros ($ 88,8 millones)

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Es triste, el otrora poderoso fútbol de club sudamericano ha descendido a la categoría de simple semillero. Apenas rompen el cascarón de la primera división y muestran aptitudes, los jugadores se marchan a encantar a otros públicos. Todo el trabajo de observación, captación, formación y fogueo que les aportan las selecciones sub-15, sub-17 y, sub-20 lo aprovechan en Europa. Y conste que ahora al menos los pagan; poco, pero algo queda, como esas monedas de Borré. A Messi se lo llevaron sin poner un duro. Porque en todo su desmadre, FIFA al menos ha logrado fijar normas severas con el robo de juveniles y ahora no se atreven. FC Barcelona purga actualmente una sanción por la cual se le impidió incorporar jugadores durante dos periodos de fichajes por violar la normativa que impide contratar futbolistas menores de 18 años provenientes del extranjero.

La fábula de La Masía, la incubadora de genios del FC Barcelona, es muy bonita. Pero hace diez años que no genera un jugador ni siquiera regular para su plantel superior. Nadie fabrica talentos, los talentos nacen. Después de Xavi, Iniesta, Piqué, Messi, Víctor Valdés, Busquets, Jordi Alba, Cesc, no ha dado una figura, porque esas son camadas buenas que aparecen como el cometa Halley, una vez cada 75 años. Y ni eso. Messi, además, llegó de afuera, jugó en Newell’s desde los 8 a los 13 años. Y jugaba igual que ahora, el genio no se enseña, lo tenía. Luego, por no pagarle un tratamiento médico que costaba $ 900 mensuales y porque el club atravesaba una época nefasta, el padre lo sacó y Newell’s lo perdió. Y no existían las reglas actuales. Newell’s estaría hoy en condiciones de reclamar a la FIFA sus derechos sobre el jugador. Ahora, desde que el chico cumple 12 años, el que lo quiera debe remitirse al club formador. No hay manera de apropiárselo.

El éxodo es indetenible, todo lo bueno que surja o pueda surgir emigrará porque lo que pueden cobrar en otras partes es diez, veinte, treinta veces más que en Sudamérica. Y contra la billetera no se puede. Lejos de solucionarse, el problema se agiganta porque ahora las asimetrías económicas no se dan apenas con Europa; se han extendido a Asia, México y Estados Unidos (que está invirtiendo grandes sumas en contrataciones). Nuestros clubes se han transformado en simples productores y vendedores. Aunque esto no es nuevo, se ha profundizado. Paradigma de esas disparidades de poderío ha sido esta Copa Libertadores que acaba de finalizar. Para disputar la semifinal y final de la Libertadores, Tigres gastó $ 18 millones en refuerzos, en tanto a River se le fueron tres jugadores importantes: Teo Gutiérrez (Sporting de Lisboa), Germán Pezzella (Betis) y Ariel Rojas (Cruz Azul). Pezzella eligió el Betis, que acaba de ascender a primera, antes que quedarse a ser campeón de América con River.

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Claro, los contratos le aseguraban el futuro a cada uno. También está la voracidad de los empresarios, que lo único que desean es que haya muchos pases.

Presionan para vender, así ganan ellos. Si el jugador resulta un fracaso, el club debe respetarle el contrato a rajatabla. Si anda bien, se lo llevan.

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La organización de nuestros torneos no ayuda. La Conmebol paga monedas a los clubes para que animen sus copas. Luego los entrega por migajas a empresarios para que estos se enriquezcan (a cambio de jugosas atenciones, claro, como lo demostró la investigación del FBI).

Pocos días atrás FC Barcelona organizó su fiesta anual: el Trofeo Gamper, que se monta para presentar al plantel de cara a la temporada. Hubo 94.400 pagantes para ver el triunfo amistoso sobre la Roma 3-0. Recaudó 5 millones de euros ($ 5,5 millones) de taquilla. Eso, más la televisación, la estática, el mercadeo de camisetas y productos azulgranas.

El plantel de Instituto de Córdoba, club que dio a Mario Kempes, está de huelga por falta de pago. Mientras, su última joya, Paulo Dybala, debutó con un gol en la Juventus, que lo adquirió del Palermo en $ 35,5 millones, más $8,8 millones en variables. Instituto ya no tiene un peso. En Sudamérica aún no existe el concepto de negocio-espectáculo. Se piensa el fútbol como hace 80 años. Una pena, porque tenemos lo más difícil, el talento.

El genial Atahualpa Yupanqui, juglar que cantó las penas autóctonas, escribió en El arriero va, inmortal composición: “Las penas y las vaquitas… se van por la misma senda… Las penas son de nosotros… las vaquitas son ajenas”. (O)

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La fábula de La Masía, la incubadora de genios del Barça, es bonita. Pero hace diez años que no genera un jugador ni siquiera regular para su plantel superior.