El pasado 27 de febrero, Diario EL UNIVERSO publicó las declaraciones hechas a Radio City por un ídolo de Barcelona, el exarquero Carlos Luis Morales, relacionadas con el presente del equipo oro y grana, sumido en la más pavorosa mediocridad. “El principal problema que tiene Barcelona es que tiene un cuerpo importante como la mayor hinchada, pero no tiene el alma”, señaló Morales, y agregó que los jugadores deben nutrirse de la historia del club.

La reacción es comprensible luego del triste papel cumplido por Barcelona en el mismo escenario en que hace 44 años otros futbolistas, estos sí comprometidos con el honor de la divisa, protagonizaron la hazaña de La Plata al vencer, con gol del sacerdote Juan Manuel Bazurko, a Estudiantes, tres veces campeón de la Copa Libertadores de América y campeón de la Intercontinental.

El desgano y quemeimportismo de los futbolistas toreros no es nuevo. Es parte de un ciclo que empezó luego de obtener el título nacional del 2012. El 9 de noviembre del 2014 nos referimos a este tema, después de las caídas ante Independiente en el Monumental, y ante Manta en el 9 de Mayo, de Machala. Los supuestos defensores de la camiseta amarilla vagaban en el campo, desentendidos del partido y apurados porque llegara el final. Dijimos aquella vez: “Los del Barcelona de hoy no se preocupan por el futuro; lo tienen asegurado. Los billetes están pegados a sus cuentas, pero la camiseta les queda floja. No sienten nada por ella, por eso juegan a ritmo de carreta vieja. Los colores se sienten primero en el alma. Después florece en el lado izquierdo del pecho y se riega por cada vena, por cada arteria, por cada articulación, por cada hueso. Aquellos que jugaron contra el Manta (perdieron 0-1) eran seres inanimados, no corría sangre por su cuerpo. Por eso no se ruborizaron ni sintieron vergüenza”.

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“Si aún existe amor propio en ellos, si alguien les cuenta la historia de Barcelona, tal vez cambien de actitud y el amarillo y grana vuelva a brillar como en aquellos tiempos de mi niñez y mi primera juventud”. Ante este cuadro deprimente, dirigentes y técnicos no han podido hacer nada.

¿Cómo hacer que la historia se convierta en revulsivo para el espíritu apocado de los superprofesionales que integran la plantilla del club más popular del país? ¿Será cierto aquello que pregonan a diario supuestos ‘periodistas’ de que la historia no sirve sino para remediar la nostalgia de algunos viejos anclados en el pasado? ¿Sienten lo mismo los seguidores de Boca Juniors cuando les hablan del Pibe de Oro Ernesto Lazzatti o de Ángel Clemente Rojas, Rojitas; ¿ o los de River Plate, cuando se menciona a José Manuel Moreno o Ángel Labruna? ¿Desprecian el recuerdo de Alberto Spencer, Tito Goncálvez u Obdulio Varela los hinchas de Peñarol? Las grandes gestas que convirtieron en ídolos a los clubes son el combustible que alimenta el espíritu de quienes los representan en las canchas. Esa historia de grandeza tiene que ser transmitida desde los dirigentes a los entrenadores y desde estos a los jugadores para que sepan que representan a un pueblo entero y que tomaron la posta de otros cracks que dejaron el alma y la sangre en la cancha.

Eso es imposible en los futbolistas de hoy, más esquivos que Lady Gaga o Luis Miguel. Cuando terminan el entrenamiento o el partido (el ‘trabajo’, dicen ellos) son incapaces de acercarse a los hinchas porque viajan ocultos tras la película antisolar de sus autos último modelo. Si les preguntan quién fue Sigifredo Chuchuca o Fausto Montalván, Juan Benítez o el Pibe Sánchez, Vicente Lecaro o Luciano Macías se quedan mudos. Pero también hay dirigentes que enarcarían las cejas sin responder. Peor el DT Rubén Israel, empeñado en arrancar puntitos e incapaz de obtener de sus pupilos una muestra de coraje.

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Que yo sepa, los dirigentes nunca han llamado a los ídolos de antaño para que se acerquen a los miembros de la actual plantilla. Morales recordó cómo influyeron en su ánimo las charlas con Pablo Ansaldo, Lecaro y Macías. Veo complicado que los cracks de hoy acepten consejos de estos exjugadores. Ellos son ‘mundialistas’, mientras que los de ayer “no ganaron nada”, según sostiene en la TV un reno embalsamado. Morales se ha ofrecido a practicar con Máximo Banguera para transmitirle algunos secretos que hicieron de él uno de los mejores arqueros de su tiempo. Banguera, imposibilitado de asegurar el balonazo más inofensivo, es también ‘mundialista’ y Morales no lo fue. Y según la teoría cantinflesca, los que no jugaron un Mundial no valen nada, de lo que se deduce que el Charro Moreno, Spencer, Arsenio Erico o Alfredo Di Stéfano son soberbias inutilidades.

Barcelona se hizo grande en las canchas desde que Manuel Gallo Ronco Murillo se plantaba con fiereza en los sartenejales de Puerto Duarte. Wilfrido Rumbea, Rigoberto Pan de Dulce Aguirre, Julio Martín Jurado y Federico Muñoz Medina mantuvieron la tradición en el estadio Guayaquil hasta que llegaron Jorge y Enrique Cantos, Chuchuca, Guido Andrade, Heráclides Marín y José Pelusa Vargas para poner la cuota de alta calidad que hizo de Barcelona un ídolo. Luego llegaron los hermanos Simón y Clímaco Cañarte, Chalo Salcedo, Macías, Lecaro, Mario Zambrano, Alfonso Quijano, Wacho Muñoz y otros grandes que cimentaron la idolatría.

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La idea prevaleciente actualmente es que Barcelona no tiene plantel. Es un grupo menesteroso en lo técnico y en lo espiritual. Es rico solo en las cifras que manejan en sus cuentas los jugadores y el cuerpo de entrenadores. Es un equipo ‘muy profesional’ a la hora de discutir contratos pero es avaro en el momento de pensar en el público. La mediocridad y la debilidad de alma es igual para nacionales y extranjeros.

Ojalá haya aún un gramo de pudor en los futbolistas canarios y pueda revertirse el panorama desolador en que se debate el equipo más popular del país para tristeza y desencanto de los millones de seguidores que tiene en el país y en cualquier lugar del globo donde haya un ecuatoriano amante del balompié. (O)

Morales se ha ofrecido a practicar con Banguera para transmitirle algunos secretos que hicieron de él uno de los mejores arqueros de su tiempo.